La Vanguardia

A las puertas de invadir Rafah, la sociedad israelí está cada vez más dividida

Amplia censura a Netanyahu y apoyo a un avance electoral

- J ni Góm z Muñoz Jerusalén. Servicio especial

Rafah está en el punto de mira de Israel. Incluso con Egipto y Estados Unidos buscando revivir el diálogo para un alto el fuego, el Gobierno de Beniamin Netanyahu se muestra decidido a imponer su invasión terrestre al último rincón de Gaza.

No le frenan ni una amplia condena internacio­nal ni las alertas de organizaci­ones humanitari­as sobre la “catástrofe” que supondría un ataque en un área de 64 kilómetros cuadrados, en el que se hacinan 1,5 millones de palestinos, la mayoría desplazado­s por la fuerza varias veces debido a la ofensiva israelí.

Según medios hebreos, el ejército ya está listo para emprender la campaña y el gabinete de guerra estaría cerca de dar luz verde. En lo que se interpreta como un paso previo, Israel ha intensific­ado los bombardeos y las fuerzas israelíes prevén montar un área costera con tiendas de campaña precarias, para volver a trasladar a los civiles, temerosos de dirigirse a zonas del sur y el centro arrasadas por Israel y aún bajo ataque.

Al otro lado del muro, Netanyahu pidió “unidad” a los ciudadanos israelíes en su mensaje para la Pascua judía en curso, y señaló los “desafíos que vendrán”. Lo que se ha leído como un mensaje no solo con miras a Rafah, sino a una escalada mayor en la frontera norte con Hizbulah, que en los últimos días ha ampliado el rango de sus lanzamient­os desde Líbano.

Sin embargo, el discurso del primer ministro choca con la realidad: su índice de desaprobac­ión oscila entre un 60% y un 75%; la mayor parte de los israelíes pide elecciones anticipada­s (71%, según una encuesta del Instituto para la Democracia de Israel), y aumenta la incredulid­ad sobre las posibilida­des de alcanzar la “victoria absoluta” que defiende Netanyahu, pese a que culturalme­nte no está bien visto traicionar ese tipo de directrice­s.

En las calles, el principal reclamo sigue siendo “el regreso de todos los rehenes”. Las protestas más progresist­as de cada sábado continúan, pero a la vez se registran protestas espontánea­s poco habituales, como la movilizaci­ón hasta la residencia de Netanyahu en Jerusalén tras la difusión del vídeo del rehén israelí-estadounid­ense Hersh Goldberg-polin o la concentrac­ión del viernes frente a la casa del ministro del gabinete de guerra, Benny Gantz.

Pese a cierto consenso en torno a los secuestrad­os, tampoco hay unanimidad sobre cómo recuperarl­os (si mediante un acuerdo con Hamas, un alto el fuego definitivo o la presión militar) y los matices de la opinión pública varían según su ideología.

Lo mismo ocurre con otros temas divisivos como el reclutamie­nto de judíos ultraortod­oxos o quién debe controlar Gaza cuando termine la invasión israelí. Y ante la percepción de que el Gobierno dilata la toma de decisiones por intereses políticos, surgen posiciones antagónica­s.

Una muestra de ello se dio el jueves en la frontera del enclave palestino. Allí confluyero­n, separadas por pocos kilómetros, dos marchas con consignas opuestas: una, liderada por grupos de colonos, a favor de la reocupació­n de la franja; otra, encabezada por el movimiento israelí-palestino Standing Together, en contra de esa propuesta y de la guerra.

El premier insiste en invadir un área de 64 kilómetros cuadrados en la que viven 1,5 millones de palestinos

En el primer caso, la policía impidió que el puñado de militantes de extrema derecha cumpliera su deseo de instalar una avanzada dentro de Gaza. Sin embargo, sus ideales están lejos de ser marginales y tienen representa­ción en el Gobierno: varios ministros y parlamenta­rios del ala más radical del Ejecutivo defienden el regreso de los asentamien­tos.

El segundo grupo, en cambio, es minoría en Israel, pero eso no les detiene de “representa­r la otra forma”, como describe Alon-lee Green, codirector de Standing Together. “Solo la paz traerá seguridad, y terminar la guerra en Gaza y la ocupación militar en Cisjordani­a –afirma–. Esa es la forma de alcanzar una vida normal y segura, en la que todos seamos iguales y libres”.

Desafiando los 41 grados, y rodeados por un cordón policial, decenas de manifestan­tes de distintas generacion­es se plantaron en un cruce de caminos cerca de Sderot y de los kibutz atacados por Hamas y otros grupos el 7-O, pese a algunos bocinazos, insultos y un grito de “quiero a Bibi” desde los vehículos que pasaban.

Naomi Ben Bassat, del grupo La Otra Voz, está acostumbra­da: “Nos paramos en las intersecci­ones para hablar de Gaza, de la falta de electricid­ad y de otros suministro­s básicos”. Defiende que “hoy hay que hacerlo más que nunca”, si bien admite cierto malestar porque “el mundo está muy enojado con nosotros” y “a veces omiten lo catastrófi­co del 7 de octubre o del secuestro de niños y mayores”.

A su lado, una mujer del grupo pacifista femenino Women Wage Peace añade que “el mundo piensa que todos somos fanáticos de extrema derecha como el Gobierno y eso no es verdad, muchos queremos la paz”. Y así, en un Israel dividido y sin brújula moral, plantea un temor común en los sectores que se oponen a la deriva extremista: “Si seguimos por este camino, ya no habrá Israel”.

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Estos niños están sobre las ruinas de su casa en Rafah, bombardead­a anteayer por la aviación israelí, que prepara la invasión terrestre
Destr cc ó Estos niños están sobre las ruinas de su casa en Rafah, bombardead­a anteayer por la aviación israelí, que prepara la invasión terrestre
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