La Vanguardia

Víctima de su leyenda

Tanto si Sánchez dimite como si no, el debate de la sucesión se ha abierto con efectos impredecib­les. ¿Quién puede aunar bajo su liderazgo no solo a su partido, sino también a los posibles aliados que permitan al PSOE gobernar?

- Lola García

Nunca se encuentra el momento para abordar la sucesión de un liderazgo fuerte. Hace alrededor de un mes, un estrecho colaborado­r del presidente veía a su jefe en disposició­n de volver a presentars­e a las elecciones dentro de tres años. Pero lo cierto es que ya hace algún tiempo que Sánchez venía mostrando a su entorno el enfado y la impotencia que le embargaba por las acusacione­s contra su mujer, Begoña Gómez. Enfado, impotencia y cierto sentimient­o de culpa por las consecuenc­ias familiares de su pasión por la política.

De todos los líderes se forja una leyenda, y la de Pedro Sánchez es la de un personaje resistente y frío. “Es de acero inoxidable”, dice Zapatero en el libro Crónica de la España que dialoga, en el que conversa con Màrius Carol. Esa ha sido la forma de explicar su capacidad para superar una trayectori­a sembrada de obstáculos. Hasta que Sánchez ha notado la flecha envenenada en su talón de Aquiles: su familia. ¿Qué ocurrirá si dimite? ¿Y si no lo hace?

Lo único seguro es que la carta del presidente apelando a la comprensió­n hacia su situación familiar no va a cambiar la dinámica de polarizaci­ón de la política española. Quienes le odian lo harán con más furia todavía. Quienes lo idolatran han encontrado nuevos motivos de admiración.

En estos días de incertidum­bre se ha formado una especie de sanedrín entre algunos de sus colaborado­res más cercanos en el que figuran María Jesús Montero, Félix Bolaños, Óscar Puente, Pilar Alegría, Óscar López y Santos Cerdán, que tratan de crear el entorno propicio para que Sánchez y, sobre todo, Begoña Gómez decidan que merece la pena continuar. El comité federal de ayer forma parte de esa estrategia. Es inevitable que ese grupo comente escenarios futuros, pero evitan las especulaci­ones sobre el tabú de la sucesión.

Cuando se pierden las elecciones y el candidato se retira, un partido trata de rehacerse desde la oposición. Esas suelen ser las reglas del juego de la política. Pero aquí los escenarios que se abren son diferentes. En caso de tirar la toalla, Sánchez deberá decidir si pilota la transición o no. Es decir, puede anunciar mañana que dimite y alguien le sustituye, o bien que dimite y convoca elecciones.

En el primer supuesto, la persona que asuma la responsabi­lidad de gobernar tendrá que obtener los apoyos necesarios en una nueva investidur­a, por lo que su perfil deberá suscitar la confianza de los múltiples aliados que ahora mismo sustentan al Ejecutivo de coalición. Si el presidente opta por convocar elecciones (podrá firmar el decreto de disolución de las Cortes hasta dentro de algunas semanas), el PSOE se verá obligado a elegir a un candidato en un tiempo récord. Por cierto, habrá que ver si antes da tiempo a aprobar definitiva­mente la ley de Amnistía.

Eso en cuanto a la presidenci­a del Gobierno. Pero Sánchez también decidirá si abandona la secretaría general del PSOE ahora o si prefiere comandar este difícil período para el partido. De hecho, sus colaborado­res no pueden evitar una cierta confianza en que sea él quien señale el rumbo en caso de dimitir. El caso es que si Sánchez también deja de inmediato el liderazgo del PSOE, se formaría una gestora y en unos meses tendría que celebrarse un congreso extraordin­ario, cuyo desenlace sería más incierto que nunca.

El entorno del presidente aún confía en que Sánchez y su esposa decidan continuar. Aunque pueda parecer que nada cambia en ese caso, lo cierto es que el debate sobre la sucesión ya estaría abierto, y eso siempre debilita la autoridad de quien aún está al frente del gobierno. Sea como sea, la carta que el presidente hizo pública obliga al PSOE a afrontar de alguna forma el espinoso asunto del relevo al frente del partido.

La crisis presidenci­al se produce en plena campaña catalana. El PSC espera que la decisión de Sánchez no perjudique sus expectativ­as electorale­s. Algunos creen incluso que su marcha puede servir de acicate movilizado­r del voto. Aunque eso fuera así, Salvador Illa perdería a un potente aliado, con quien mantiene una excelente y fluida relación. Buena parte del programa del PSC se basa en alcanzar acuerdos sobre autogobier­no y financiaci­ón con el Ejecutivo central.

Si por algo se ha caracteriz­ado la presidenci­a de Sánchez ha sido por su aproximaci­ón al conflicto catalán. Está por ver que su relevo vaya a tener el convencimi­ento y la fortaleza política necesaria como para seguir su estela, no solo en tratar de garantizar en lo posible la aprobación y el cumplimien­to de la ley de Amnistía, sino también en la relación con el independen­tismo y en el desarrollo de posibles acuerdos sobre el autogobier­no catalán.

La política está plagada de paradojas. Quién iba a vislumbrar que un líder al que todos considerab­an de acero dimitiría para proteger a su pareja y declarándo­se ante toda España “profundame­nte enamorado”. Pero la trayectori­a de Sánchez nunca fue previsible. Sea cual sea el desenlace de mañana, con su carta hemos descubiert­o que el ave fénix puede ser víctima de su propia leyenda.

Si el presidente tira la toalla, Illa perdería a un potente aliado, con quien mantiene una excelente relación

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Dani Duch Pedro Sánchez, el miércoles pasado en el Congreso
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