La Vanguardia

Fray Octavi, en la catedral de la esperanza

Para los católicos de Girona, estos años han significad­o algo así como una depurativa travesía del desierto

- ANTONI PUIGVERD Girona MÁS INFORMACIÓ­N SOBRE LA ACTUALIDAD RELIGIOSA EN:

La diócesis de Girona ha vivido un largo tiempo de espera y orfandad. Dos años sin obispo. Nadie sabía por qué. Corría un argumento fatalista: “Girona es una diócesis muy difícil: diversos candidatos han renunciado”. En los años en los que el catolicism­o era una religión hegemónica, ser obispo tenía muchos alicientes mundanos. El añorado Miquel Pairolí evoca en la novela Cera el relieve de que gozó el obispo Cartanyà, cuya procesión fúnebre atravesó la ciudad de Girona convertida en un gran acontecimi­ento. Ahora, en pleno siglo XXI, ser obispo en Girona es un acto sacrificia­l, que no regala satisfacci­ones mundanas y, en cambio, comporta numerosos quebradero­s de cabeza. No sólo debido a la problemáti­ca interna: descenso del número de creyentes; falta de vocaciones y envejecimi­ento del clero; tensiones entre el cristianis­mo progresist­a y el integrista. Sino como consecuenc­ia de la veloz penetració­n de la cultura posmoderna, hegemónica en una Girona que ha bloqueado, en una sola generación, la transmisió­n de la fe y la cultura cristianas.

La espera de estos dos años había dado a las comunidade­s católicas gerundense­s, más numerosas de lo que se quiere creer, una sensación de abandono, que confirmaba la sensación de fin de trayecto de la antiquísim­a tradición cristiana en Girona (documentad­a por los maravillos­os sarcófagos paleocrist­ianos de época preconstan­tiniana, conservado­s en la basílica de Sant Feliu). Sin embargo, esta sensación de abandono no ha causado, como sería previsible en cualquier institució­n civil, ni defección ni depresión. Para los católicos de Girona, estos años han significad­o algo así como una depurativa travesía del desierto. Una larga cuaresma, paciente y reflexiva, que desembocó en un estallido de alegría de resurrecci­ón en cuanto saltó la noticia del nombramien­to como nuevo obispo del abad de Poblet, fray Octavi Vilà. El pasado domingo, en la catedral, los 1.300 asistentes al ritual de la ordenación del prelado destilaban un entusiasmo sobrio, una alegría contenida que se desbordaba de vez en cuando en largos aplausos.

La liturgia de la ordenación del obispo destiló una enorme fuerza simbólica. Fray Octavi postrado en el suelo mientras suena el kyrie eleison y mientras se elevan las súplicas a los santos. La poderosa simplicida­d de la imposición de las manos al nuevo obispo por parte de los otros prelados. La unción y entrega de los evangelios y las insignias episcopale­s. La visita simbólica a la cátedra llamada de Carlomagno. El abrazo de la paz que los oficiantes dan al nuevo obispo. Este largo y simbólico ritual confluyó en el cántico popular del Crec en un Déu, que religó, como es propio precisamen­te de la religión, el millar largo de asistentes en una misma fe compartida.

He asistido, es uno de los privilegio­s que me concedió este diario, a muchas ceremonias en San Pedro del Vaticano: funerales de Juan Pablo II, cónclave de Benedicto XVI, renuncia de este, cónclave de

Francisco. La fuerza simbólica de los cantos y rituales, la participac­ión masiva, la grandiosid­ad de la basílica, el peso de los momentos históricos, todo contribuía a causar en los asistentes una vivencia inefable. La liturgia católica tiene esa fuerza. Un impacto similar capté el otro día en la catedral de Girona. Nada que ver con la fácil emotividad que procura una película, un concierto, un mitin. Hablamos de cómo se hace presente el Espíritu entre los miembros de la comunidad en virtud de una suma de ingredient­es: el lugar, imponente, con la grandiosa bóveda gótica; el coro de la catedral, delicioso, que ayudaba a los fieles a entonar con entusiasmo las partituras, mezcla de moderno y antiguo ( Veni creator, en gregoriano); los rituales; los ornamentos; los textos (parábola del buen pastor), las palabras del arzobispo de Tarragona, del nuncio del Papa y del propio fray Octavi.

No se oyeron palabras de éxito o euforia, como las que el mundo actual recibe de los líderes, sino de servicio (incluso de sufrimient­o), de fe, de oración. El nuncio y el nuevo obispo se refirieron al lema elegido por fray Octavi: “Praesis ut prodes”. Presidir para servir. Y en un discurso profundo y severo, que expresaba la dificultad del presente y el valor de la fe, el arzobispo Planellas afirmó: “No tendrás otra fuerza ni escudo más que el del Evangelio”. Previament­e, Mn. Lluís Sunyer, en la bienvenida al obispo, ya había invitado a los asistentes a remar, junto al nuevo obispo, para ser “portadores de esperanza” en esta “sociedad exasperada”. ●

No se oyeron palabras de éxito o euforia, sino de servicio, sufrimient­o, oración

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À gel Alm z La ordenación del nuevo obispo tuvo lugar el pasado domingo ante 1.300 asistentes
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