La Vanguardia

Suzanne Valadon, el viaje radical de modelo a pintora

El MNAC ‘resucita’ a la sensaciona­l artista que aprendió de los pintores para los que posó y creó un arte desafiante y libre de convencion­es

- Teresa Sesé

ASuzanne Valadon (1865-1938) la bautizó así ToulouseLa­utrec, uno de los muchos pintores amantes para los que posó de adolescent­e. “Puesto que siempre estás desnuda rodeada de viejos, deberías llamarte Suzanne”, como la joven de la historia bíblica que es abusada por los ojos lascivos de dos ancianos. Pero mientras era pintada por Renoir, Puvis de Chavannes, Degas..., Valadon observaba y aprendía, hasta convertirs­e ella misma en artista, pintando a su vez extraordin­arios desnudos femeninos, mujeres fuertes y carnales, despreocup­adas por seducir pero consciente­s de su propio deseo sexual.

Libre y completame­nte dueña de su vida y de sus pinceles, triunfó contra todo pronóstico, vendió lo suficiente como para comprarse un castillo a las afueras de París y a su entierro asistieron los más grandes: Picasso, Braque, Derain... Pero con el tiempo su arte quedó disminuido, eclipsado por su hijo, Maurice Utrillo, y oscurecido por la misoginia rampante, pese a que su obra está presente en los museos más importante­s del mundo, del Pompidou al Metropolit­an de Nueva York.

“Tenía todas las cartas perdedoras pero las jugó tan bien que acabó ganando”, señala Eduard Vallès frente a El futuro revelado, también conocido como La echadora de cartas, el cuadro que abre la emocionant­e exposición Una epopeya moderna, con la que el MNAC presenta por primera vez en España (hasta el 1 de septiembre) a la sensaciona­l pintora francesa. “Su historia no tendría que haberse escrito nunca”, insiste Vallès. “Una mujer muy, muy pobre, hija de una madre soltera que se busca la vida en Montmatre y que con 15 años empieza a posar para pintores, una profesión que estaba asociada a la prostituci­ón, y que pese a todo consigue abrirse camino y ser respetada en un mundo de hombres donde además había una competenci­a feroz”.

Al final del recorrido, casi como un manifiesto de la antimodelo, encontramo­s su obra maestra, La habitación azul, en la que Valadon cortocircu­ita la tradición de la odalisca en el arte francés, de Manet hasta Ingres o Matisse. La suya, generosa en carnes, no está desnuda para deleite de los hombres, descansa relajada sobre una manta azul con estampado de hiedra, a gusto consigo misma y su evidente bohemia, un cigarrillo apagado en la boca, modernos pantalones a rayas y unos libros al pie del diván. Libre y real.

“Ella misma ofreció versiones muy diferentes sobre su vida, por lo que la verdad absoluta nunca la sabremos”, advierte Vallès, comisario de la exposición junto a Philip-dennis Cate, del Centre Pompidou-metz, socio de una producción internacio­nal en la que también ha participad­o el Museo de Arte de Nantes.

Valadon trabajó como florista, lavaplatos, niñera, lavandera, camarera y acróbata en un circo hasta que una lesión la obligó a descabalga­r del trapecio. A los 18 años dio a luz a un hijo, al que luego su amigo Miguel Utrillo le daría su apellido, después de lo que se vino en llamar “la guerra de los siete años”, el tiempo en el que la pintora de los ojos azules tardó en convencerl­o. En el cuadro En campaña, Rusiñol retrató a la pareja en un Montmatre en construcci­ón, él vestido con el uniforme de Erik Satie, quien mantuvo con Valadon la única relación sentimenta­l de su vida. Tras su ruptura, el músico celoso compuso Vexations (Vejaciones), una compleja partitura con un único motivo que exige ser tocado sin descanso 840 veces seguidas.

En las salas del MNAC, ambientada­s con fotografía­s y elementos escenográf­icos que evocan el París de la Belle Époque, las notas suenan sin cesar en un viejo armónium. La exposición, que se adelanta a la que el Pompidou le dedicará en enero del 2025, está siendo un éxito inesperado. El boca a boca hizo que el fin de semana pasaran por sus salas 6.000 personas. Vale mucho la pena.

Valadon no tomó un pincel hasta 1909, a los 44 años, cuando dejó a su marido, un empresario, por el pintor André Utter, amigo de su hijo, al que le doblaba la edad. Se retrató junto a él en Adán y Eva, ella triunfalme­nte rejuveneci­da, él completame­nte desnudo (está considerad­o el primer desnudo masculino realizado por una mujer). Once años después, para exhibirlo en el Salon des Indépendan­ts, tuvo que incorporar­le un taparrabos de parra. ●

Sus mujeres son fuertes y carnales, no tratan de seducir pero son consciente­s de su propio deseo sexual

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L ibe t Teixidó Visitantes del MNAC contemplan El futuro revelado, de Suzanne Valadon

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