La Vanguardia

Una guerra virtual

- Ignacio Martínez de Pisón

Que una película como Civil war esté arrasando en las salas norteameri­canas quiere decir algo. El cine sirve con frecuencia para explorar y conjurar los temores más oscuros de una sociedad. Las modernas técnicas de intoxicaci­ón informativ­a y la agresivida­d no solo retórica de un hombre como Donald Trump, sin las que sería inexplicab­le el asalto al Capitolio de hace tres años, han provocado una profunda división entre los estadounid­enses, que no descartan el estallido de una guerra fratricida. Si la película lleva varias semanas liderando la taquilla de ese país es porque muchos norteameri­canos se preguntan cómo sería su vida en caso de que el conflicto llegara a desatarse.

Civil war cuenta la historia de cuatro reporteros que tratan de llegar a Washington antes de que sea ocupada por las tropas sublevadas. La devastació­n es absoluta, con gran parte de la población acogida en campamento­s de refugiados, el país entero convertido en un campo de batalla, los accesos controlado­s por milicianos sedientos de sangre y la cotización del dólar bajo mínimos. Resultan particular­mente sobrecoged­oras las secuencias finales de los enfrentami­entos por las calles de la capital federal, con sus bloques de viviendas, sus edificios de oficinas, sus monumentos históricos, que conocemos de haberlos visto en la realidad o en otras películas.

Ante unas escenas tan cercanas y familiares, tal vez los norteameri­canos, desasosega­dos, se vean a sí mismos entre las personas que matan y mueren. ¿Ayudará esta película a mentalizar­los de lo peligroso que es jugar con fuego?

Según un estudio de la consultora Edelman, Estados Unidos es uno de los países del mundo con mayor polarizaci­ón política, atendiendo a la desconfian­za de los ciudadanos con respecto a sus institucio­nes, las grandes diferencia­s sociales y el extremismo en las ideologías políticas. Solo Argentina y Colombia tienen el dudoso honor de superarle en ese ranking.

El cuarto país de la lista, a escasa distancia del tercero, es (digámoslo ya) España, y eso a pesar de que el estudio se realizó a finales del 2022, cuando las aguas no bajaban tan revueltas como ahora.

Les refresco la memoria: el último trimestre de ese año, la pandemia y el procés hacía tiempo que habían pasado a mejor vida, Junts optó por abandonar el gobierno de Aragonès, el Congreso dio el visto bueno a los presupuest­os del año siguiente y a la llamada ley trans… Solo la supresión del delito de sedición levantó cierta polvareda en los medios de comunicaci­ón más conservado­res. ¿De verdad estaba la sociedad española tan polarizada? Y si lo estaba, ¿cómo está ahora, año y medio después, cuando la degradació­n del debate político ha alcanzado extremos ignominios­os, solo comparable­s a los de los meses previos a julio de 1936?

Viendo el enardecimi­ento con que los jóvenes austriacos se aprestaban a marchar al frente en 1914, se preguntaba Stefan Zweig quién en su país recordaba lo que era de verdad una guerra, cuando la última que habían tenido era la rápida e incruenta austro-prusiana de medio siglo antes, “una campaña de tres semanas que terminó sin muchas víctimas y antes de haber tomado aliento siquiera”. Se diría que el recuerdo de una guerra cercana previene a las sociedades contra la eventualid­ad de las exaltacion­es bélicas. Los norteameri­canos, que tuvieron su guerra civil hace ciento sesenta años y desde entonces solo han combatido lejos de sus fronteras, carecen por completo de esa inmunizaci­ón, y quizás por eso les ha impresiona­do tanto una guerra virtual como la de Civil war.

En España, en cambio, tenemos una larga tradición de guerras civiles, empezando por la de sucesión de principios del siglo XVIII, siguiendo por las carlistas del XIX y terminando en la de 1936. Pese a la inflamada retórica de nuestra actual clase política, yo no percibo en la sociedad española un ambiente guerracivi­lista, y en parte eso se debe a que el recuerdo del trauma de hace ochenta y tantos años sigue vivo en nuestro subconscie­nte colectivo.

De todos modos, tampoco estaría mal que, siguiendo el ejemplo norteameri­cano, un realizador de aquí tratara de imaginar una hipotética nueva guerra civil española y nos viéramos a nosotros mismos matando y muriendo en la carrera de San Jerónimo o en la plaza Sant Jaume. ●

Pese a la inflamada retórica de nuestros políticos, no percibo un ambiente guerracivi­lista

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Murray Close / AP
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