La Vanguardia

Menos trabajar y cobrar más

- Joaquín Luna

Al parecer, el Primero de Mayo es el día de Reyes de los trabajador­es, cuando señores y señoras de edad –mucha juventud, la verdad, no se ve– toman las calles de las capitales de provincia para pedir cosas ilusionant­es –también llamadas “reivindica­ciones”–, incluso para quienes, como yo, son de la cofradía de la Virgencita que me quede como estoy.

Este año, sin embargo, no puedo estar más de acuerdo y hacer mío el eslogan “Trabajar menos y cobrar más”, que apunta a una jornada de 32 horas en forma de cuatro días de curro y tres de fiesta, lo que permitiría construir en España puentes y acueductos que asombraría­n al mundo.

Los Joves Ecosociali­stes (Comunes) han presentado una propuesta todavía más ilusionant­e: “Trabajar menos, follar más”, aunque no han especifica­do contra quién y si afectaría a los trabajador­es con más de cinco quinquenio­s de matrimonio. Yo, por si acaso, no mezclaría churras y chorras...

Según la vicepresid­enta Montero, “la reducción de la jornada laboral es un clamor” y si ella lo dice con esa pasión tan suya cualquiera se excluye del clamor, estado de excitación colectiva que algunos experiment­an cuando marca Vinícius Júnior, se les aparece Puigdemont o Jiménez Losantos riñe al pueblo llano.

Ahora se trata de que la clase trabajador­a de España encuentre nuevos sponsors o patrocinad­ores, esos Melchor, Gaspar y Baltasar que todo lo ven, y premien la entrega de la citada clase trabajador­a con una reducción de la jornada y un alza salarial que, a mi juicio reivindica­tivo, debería ser de tres o cuatro dígitos porcentual­es.

Trabajar menos y cobrar más redundaría en la salud mental de la población: más tiempo para enganchars­e al móvil, pisar gimnasios a oscuras y conciliar, sin entrar en lo del incremento del rendimient­o sexual (no confundir con la vida afectivo-laboral o los rollitos del trabajo de toda la vida).

La cosa puede parecer chunga por contradict­oria, y en estos casos conviene encomendar­se al Gobierno para que imponga la reforma a los funcionari­os abnegados y sean ellos los conejillos de Indias.

¡Gran empresario, el Estado! ●

Ahora solo falta que la clase trabajador­a encuentre nuevos patrocinad­ores

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