“Quería crecer y ser un monstruo”
Emil Ferris concluye su gran novela gráfica ‘Lo que más me gusta son los monstruos’
Emil Ferris (Chicago, 1962) aterrizó como un ovni en el 2017 en el mundo de la novela gráfica global. Debutaba a los 55 años tras haber quedado semiparalizada durante un tiempo a los 40, y lo hacía con un alud de premios por una obra inclasificable, creada con bolígrafos de colores: Lo que más me gusta son los monstruos (Reservoir Books/finestres), el diario gráfico en el que la niña Karen Reyes refleja su vida en la agitada Chicago de los sesenta. Una niña de familia desestructurada fascinada por las películas de terror y los cómics pulp y que en su diario retrata a los que la rodean con cara de monstruo. Ella es una niña-lobo vestida de detective: quiere resolver la misteriosa muerte de su vecina, superviviente del Holocausto.
Una novela gráfica de la que Ferris publica ahora el segundo volumen y en la que se mezclan los barrios pobres de Chicago con el Vietnam y los hippies, la Alemania nazi y el despertar sexual de Karen por las chicas, el mundo del arte y de los sueños. Y el de los monstruos, en el que Ferris entró pronto viendo el filme El hombre lobo.
“Al protagonista le tomó por sorpresa lo que era. Me identifiqué con él y recuerdo haber llorado. Tenía cinco años y me impresionó. Su pueblo recibe un regalo que nunca reconoce: el don de este ser sobrenatural que se transforma en un habitante del bosque. Su conocimiento sobre el mundo más allá de los humanos es mayor que el de cualquier otro. Pero la única respuesta es matarlo. ¿ Y si el pueblo satisficiera su deseo de sangre, pero no con humanos? ¿Y si en la luna llena le encadenaran? Y si entonces le dijeran: ‘Por favor, cuéntanos, ¿cómo es ser tú?’”, se cuestiona.
”Quizá contaría una historia que el pueblo necesita o tiene habilidades que requiere. ¿Y si no matáramos a los monstruos? ¿Y si los entendiéramos y, al hacerlo, nos entendiéramos?”. Y evoca la eterna seducción que han ejercido en ella: “Todos eran maravillosos y ofrecían cosas diferentes. Me preguntaba por su conciencia, su experiencia, sus historias. Incluso de los que no eran tan sexis. Quería crecer y ser un monstruo, es todo lo que quería”.
Y explica que aunque debutó tarde, siempre ha dibujado, solo que ahora creía que tenía algo que contar con la historia de Karen: el peligro de tiranía en el mundo. “Ahí estaban las revelaciones de Assange, y eso iba en aumento”, señala. Una inquietud que le llevó a recordar cuando en el Chicago de su niñez vio extraños números en el brazo de una bella mujer y preguntó a la bibliotecaria. “Me enseñó unos libros. La Karen que yo era vio la crueldad. Me cambió para siempre. Crecí en un vecindario con muchos supervivientes del Holocausto. Y me di cuenta de que los traumas no desaparecen, los fantasmas se quedan y los monstruos no son el hombre lobo, ni Frankenstein, ni Drácula. Son esos otros monstruos malos que si hay oro bajo tierra y gente caminando encima, los ven como un obstáculo. Gente que no quiere que sepamos lo notables que somos, y cuyo mayor deseo es mantenernos creyendo que los monstruos están fuera de nosotros y que no somos poderosos. Y los monstruos no están fuera. Somos los monstruos y somos poderosos, seres con una gloriosa capacidad de crear. Y en parte nuestro mayor poder son las historias”. ●
“¿Y si no matáramos a los monstruos? ¿Y si los entendiéramos y, al hacerlo, nos comprendiéramos?”