La vara de Villarejo
Advertencia a los lectores: este artículo puede herir su sensibilidad. Si fuera una película, y Vox mandara más de lo que manda, podría recibir la calificación moral 3-R (para mayores, con reparos) o 4 (gravemente peligroso).
La semana pasada, La Vanguardia exhumó una conversación soez (fechada en un lejano 2014, pero que aún colea) entre el comisario José Manuel Villarejo y Francisco Martínez, secretario de Estado de Interior, en la que ambos se relamían ante una supuesta información con la que matar políticamente a Pedro Sánchez. Versaba sobre la idea de atacar al presidente con revelaciones sobre el padre de su esposa, presunto dueño de una sauna-burdel.
Martínez fabulaba una escena protagonizada por felatrices polacas practicando sus habilidades en casa del suegro de Sánchez. Y Villarejo le respondía diciendo que, con solo pensarlo, su virilidad se expandía y se expandía. Este policía multiprocesado, deshonra de su gremio, decía concretamente: “Cuando me enteré [de la fabulación] ¡se me puso el rabo...!”.
Dado el sostenido y rentable uso que ciertos partidos hacen aún de aquellas y otras infamias, quizás algún día se quiera premiar al Villarejo traficante de insidias por su contribución a lo que Feijóo llama “un tiempo nuevo” para España. Pero ¿cómo?
Si se me permite la humilde sugerencia, convendría ir reservando espacio en alguna institución capitalina –el Museo de Historia de Madrid; o, mejor, el Arqueológico Nacional– para exhibir el portentoso instrumento de Villarejo, embalsamado en su expresión más vigorosa.
Y no con afán patriotero, para competir con el legendario pene de Rasputin, sino para someter al examen de la ciudadanía, escolares incluidos, esta vara del excomisario, herramienta sin igual para medir la toxicidad de los bulos que minan la política. ●
El instrumento del excomisario podría acabar en un museo capitalino