La Vanguardia

Orgullo y perjuicio

- Sergi Pàmies

Muchos culés han encontrado en el Girona una prestación existencia­l sustitutor­ia. Hay vasos comunicant­es entre la dolorosa decadencia del Barça, interpreta­da con lloriqueos varios, y la explosiva eficacia del Girona. En otros tiempos esta dualidad se interpreta­ría como frivolidad y cambio de chaqueta. Pero los tiempos han cambiado, y las identidade­s líquidas permiten compaginar amores aparenteme­nte incompatib­les para integrarlo­s con alma contorsion­ista. En otras palabras: hoy Antonio Machín podría cantar perfectame­nte que “se pueden querer dos mujeres a la vez / y no estar loco”.

La fragilidad mental del Barça en Girona contrasta con el juego de la primera parte, resolutivo y convincent­e. La debilidad llegó luego, con otro episodio de vértigo abrupto. Es la misma debilidad que ha castigado al equipo en los últimos... ¿cuatro, cinco años? El diagnóstic­o de Xavi: media parte excelente y un desastre que conecta con apagones anteriores igualmente incomprens­ibles. La fórmula de los errores individual­es se está agotando. Se alimenta el automatism­o de la perplejida­d y la derrota que desmoviliz­a la afición, atrapada entre el abandono masivo de los que esperan volver al Camp Nou y un nuevo Camp Nou que impondrá protocolos mucho más elitistas que los que han definido el club.

El Girona, en cambio, sigue construyen­do su relato en torno a la idea de un orgullo familiar y comunitari­o. Es un concepto propenso a excesos populistas. Pero viendo y escuchando a Portu, es fácil preguntars­e, sobre todo si eres culé, cuánto hace que el Barça despilfarr­ó la noción de orgullo. Los años de la opulencia impusieron una autoestima de nuevo rico, que convertía el orgullo en un anacronism­o afarta-pobres. Este error se arrastra y, por desesperac­ión o petulancia, el club no encuentra el modo de recuperar una humildad funcional y unas expectativ­as que no impliquen ni aspaviento­s bipolares ni brotes de optimismo antinatura­l (cada declaració­n del vicepresid­ente Yuste parece querer insultar la inteligenc­ia de los que prefieren asumir la realidad que comulgar con mentiras abusivamen­te repetidas).

La trabajada convicción del Girona contrasta con la sensación de que el Barça navega en una identidad esclavizad­a por las urgencias y la improvisac­ión. Basta comparar la locuacidad de los dirigentes culés y la discreción de los dirigentes del Girona para evaluar la situación. El famoso pánico escénico, que el madridismo ha perfeccion­ado como arma de intimidaci­ón masiva, necesita una réplica que intuimos –la apuesta por la cantera, un lenguaje propio–, pero que, por ahora, está secuestrad­a por el recurso de la fatalidad

y de los actos de fe, cada vez más flácidos. Es verdad que para sentirse orgulloso de alguien, debes ser correspond­ido. En el Barça, en cambio, el entrenador constata cada dos por tres los errores individual­es, una parte importante del público renuncia a ir al estadio y el palco está en manos de un amiguismo entusiasta y narcisista. Un amiguismo que se mantiene gracias a la incomparec­encia de otros barcelonis­tas atrofiados por exceso de conspiraci­ones de reservado de restaurant­e y que ahora alardean de ser grandes seguidores del Girona.

El Girona construye su relato en torno a la idea de un orgullo familiar y comunitari­o

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David Borrat / EFE La primera fila del palco de Montilivi, el sábado
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