La Vanguardia

Lo que se juega el 12-M, además de votos

- Fernando Ónega

Si yo fuera catalán con derecho a voto, me haría tres preguntas ante la jornada de reflexión de maòana. La primera, superficia­l, sería si la campaòa electoral ha tenido alguna utilidad. Por supuesto que sí. Ninguna campaòa es inútil. Solo determinad­as actitudes de los partidos merecen alguna crítica. A los llamados constituci­onalistas, porque han mirado más a sus intereses estatales que a las urgencias catalanas. Es llamativo cómo el PSOE quiso invadir el territorio de Sumar, cómo el PP quiso crecer a costa de Vox y cómo Sánchez y Feijóo llevaron al ámbito electoral catalán su guerra de bulos y destrucció­n mutua. Y en los partidos soberanist­as nos pareció seguir viendo más lucha descarnada por su liderazgo que propuestas de gestión de los servicios públicos. Ninguna novedad. Siempre ocurre lo mismo.

Segundo interrogan­te: Catalunya, según denuncian voces muy autorizada­s, sufre una crisis de confianza con efectos directos en la pérdida de su aòorado esplendor. Entiéndase por aòorado esplendor el potencial económico, el atractivo para las inversione­s, el bienestar de las gentes, el crecimient­o sostenible y, por supuesto, el tirón cultural que sedujo a los mejores escritores y artistas del mundo. Nadie me dio una respuesta global, todos hicieron proclamaci­ones tópicas y no se percibió ni un sentido de unidad catalanist­a ni un asomo de fortaleza espaòolist­a. Los últimos discursos, debates incluidos, han sido para especular sobre la intrigante formación de gobierno, como si solo interesase el poder. La opinión publicada ha sido eco de esa dialéctica y empieza a ser escandalos­o que nadie aclare las alianzas posteriore­s. La gente tiene derecho a saber qué se hará con su voto; es decir, a quién vota en realidad.

Y la tercera cuestión, que me parece fundamenta­l: ¿cuál es el problema político actual más acuciante y también el más difícil de resolver? El territoria­l, en todas las dimensione­s que queramos contemplar: la lealtad, la igualdad, la aceptación de normas del Estado, la convivenci­a y, en definitiva, los discursos que propugnan la independen­cia. Por eso espero la votación del domingo con apasionada fascinació­n. No me importa tanto el resultado en escaòos de cada partido como la tendencia que muestre la sociedad. De menor a mayor, necesito que las urnas valoren la huida de Puigdemont como acto de valentía o lo condenen porque una fuga es un acto de cobardía, aunque se camufle como exilio. Necesito que las urnas me digan si Catalunya avanza hacia la independen­cia de forma lenta, pero inexorable, o da un nuevo margen al Estado espa

Necesito que las urnas valoren la huida de Puigdemont como acto de valentía o lo condenen

Òol. Necesito saber si ese Estado ganó aceptación o sigue siendo el odioso opresor, a pesar de la generosida­d de los indultos, la amnistía y la anulación de delitos. Creo que eso es lo que se juega pasado maòana en Catalunya: un indicio, una pista sobre nuestro destino como nación.

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