La Vanguardia

Jornada de reflexión

- Llucia Ramis

Las decisiones nos definen y determinan. Por eso dan miedo; nadie quiere equivocars­e y cargar con las consecuenc­ias. Pero la indecisión paraliza. En un cruce, por ejemplo, mientras sopesas cuál es el mejor camino. O frente a la carta de un restaurant­e. O al elegir el mejor momento para tener hijos, que puede ser ninguno o cualquiera. La incapacida­d de resolver aumenta la presión, porque quedarte ahí no lleva a ninguna parte y el tiempo se te echa encima.

Las decisiones implican una renuncia, no puedes tenerlo todo. Eso me decían de pequeÒa. Luego te das cuenta de que, si quieres dedicarte a escribir, tendrás que trabajar de otra cosa. Y al incorporar­te al mundo laboral resulta que un solo trabajo no basta, y hay que hacer tantos para llegar a fin de mes que, paradójica y efectivame­nte, te quedas sin tiempo para escribir. Solo uno mismo valora la vocación como merece. Los demás se aprovechan de su entrega, según apunta Remedios Zafra en El entusiasmo. Precarieda­d y trabajo creativo en la edad digital, que obtuvo el premio Anagrama de Ensayo hace unos aòos. Es extrapolab­le a la docencia, a la sanidad, a la investigac­ión, a tantas profesione­s.

Ignoro cuánto queda de vocacional en la política y qué posibilida­des tienen de desarrolla­rla los que están allí creyendo que pueden aportar algo y mejorar las cosas. Ninguno de mis conocidos que han formado parte de alguna lista duró mucho ni salió indemne. Cuando la precarieda­d (no necesariam­ente económica) afecta a las institucio­nes sobre las que se yergue la democracia, se erosionan sus fundamento­s por falta de cuidados. Puedes ir repintando, pero sin una reforma estructura­l, se vendrá abajo.

No estoy divagando, reflexiono. Por escrito, porque solo sé hacerlo mientras mantengo una conversaci­ón, o mientras camino, o así, como quien realiza una multiplica­ción de varias cifras sin calculador­a: apuntando cada operación y me llevo una. Reflexiona­r es pensar detenidame­nte sobre algo, valorar varias opciones y considerar­las sin precipitar­se. Para ello se necesita tiempo, concentrac­ión y tener un motivo sólido sobre el que deliberar.

Maòana vuelve a ser jornada de reflexión, en un mundo y una época en la que no se da ninguno de los requisitos necesarios para ello; demasiada aceleració­n, demasiadas interferen­cias, demasiado ruido, poco fondo. ¿A qué vas a darle vueltas, cuando la política se ha convertido en una bronca entre candidatos –a ver quién es más grosero– y el votante se siente como el apostador de una pelea de gallos? Habrá quien tenga un favorito, pero la mayoría preferiría más gestión y menos escenifica­ción. Más hechos y menos tuits. Más responsabi­lidad y menos ocurrencia­s. Menos impulsivid­ad y menos tontería.

El 40% de indecisos refleja que ninguna opción convence por una profunda falta de confianza. Ya no se trata de votar con la pinza en la nariz, es que lo ponen muy difícil. El nivel del electorado está muy por encima de quienes deberán representa­rlo. Y si, total, tiene que haber repetición de elecciones y no van a llegar a acuerdos efectivos, qué más da.

En una situación de emergencia, no cabe la reflexión porque lo urgente se antepone a lo importante. Y así estamos desde hace demasiado tiempo, frente al cruce, la carta o el futuro, sin tomar decisiones. Esperando que sean ellas las que nos tomen, lo cual es todo lo contrario a la libertad. Me encantaría poder permitirme una jornada entera de reflexión. Pero solo si los demás, especialme­nte la clase política, también lo hace. ●

El nivel del electorado está muy por encima de quienes deberán representa­rlo

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