Rusia construye bases militares en las Kuriles con la vista puesta en Japón
En el trasfondo, el alineamiento de Tokio con la OTAN ante la invasión de Ucrania
Rusia es tan grande que puede verse a simple vista desde Japón. Sin embargo, Tokio nunca ha reconocido la soberanía rusa sobre las islas en cuestión, conquistadas por Moscú en 1945. Tanto es así que insiste en denominar Territorios del Norte a lo que el resto del mundo conoce como las Kuriles del sur.
El problema añadido para el Gobierno de Fumio Kishida es que Japón también es visible desde Rusia. Y lo será cada vez más. El ministro de Defensa ruso, Serguéi Shoigú, anunció ayer la construcción de una red de bases militares de vigilancia en las Kuriles del sur.
Su objetivo es la detección de drones y otras intrusiones aéreas desde el norte de Japón. Para algunos observadores, su alcance va más allá, en una nueva medida de represalia por parte de Vladímir Putin, por el férreo alineamiento de Japón con la OTAN tras la invasión rusa de Ucrania.
En los últimos compases de la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética no solo recuperó la mitad meridional de la enorme isla de Sajalín –perdida en 1905–, sino también territorios que nunca habían sido rusos. Las tropas de Stalin llegaron a las Kuriles más meridionales cuando Hirohito ya había firmado la capitulación. De ahí que sucesivos gobiernos nipones se hayan negado a reconocer la soberanía rusa sobre Iturup, Kunashir, Shikotán y la isla e islotes de Habomai, cuya superficie conjunta supera a la de Baleares.
Durante la década pasada, Rusia aparentó voluntad de negociar una administración conjunta e incluso la restitución a Japón de Shikotán y Habomai, las más pequeñas y excéntricas. Estas no comprometerían el cerrojo ruso sobre el mar de Ojotsk, que bordean el resto de las Kuriles a lo largo de más mil kilómetros. Las conversaciones entre
Putin y el entonces primer ministro Shinzo Abe parecían bien encaminadas para cerrar esta herida abierta de la Segunda Guerra Mundial, que ha venido impidiendo la firma de un tratado de paz.
Si lo que pretendía Putin era zarandear la alianza entre Tokio y Washington, no lo logró. Durante algunos años reprimió las manifestaciones nacionalistas en la propia Rusia, opuestas a cualquier devolución. Pero antes del 2020 volvió a permitirlas, cuando ya le había quedado claro que Abe carecía de voluntad o margen de maniobra. Poco después, Rusia introducía una enmienda constitucional que prohíbe las cesiones territoriales.
La invasión rusa de Ucrania ha endurecido las posturas por ambos lados, aunque Rusia es quien se beneficia del statu quo.
Abe llegó a decir que Japón debería acoger ojivas nucleares estadounidenses. Al alimón, el Gobierno de su correligionario, Fumio Kishida, se unió sin fisuras a las sanciones contra Rusia promovidas por Washington y Bruselas. También, por primera vez en casi veinte años, la diplomacia de Tokio volvió a referirse explícitamente a las Kuriles meridionales como “territorio ocupado”. Cuando la guerra relámpago deseada por Putin fracasó, los nacionalistas japoneses creyeron que había llegado el momento de subir la apuesta irredentista, con la esperanza de posicionarse entre los acreedores ante una Rusia desmembrada o arruinada.
Pero el alineamiento en bloques va más allá. A pesar de las muchas atrocidades cometidas por el imperio japonés en China, Pekín se había resistido a reconocer como rusas las cuatro islas Kuriles del sur. Pero ahora lo hace, en represalia por el apoyo japonés al secesionismo en su antigua colonia de Formosa, hoy Taiwán.
Mientras tanto, las esperanzas irredentistas niponas se han demostrado, si no infundadas, prematuras, alejando cualquier posibilidad de recuperación. De hecho, incluso durante la guerra fría, Moscú permitía a la población japonesa expulsada y a sus descendientes volver a las Kuriles durante un día, para poner flores en las tumbas. Ya no. ●
China reconoce la soberanía rusa de las islas en represalia al apoyo de Japón al secesionismo en Taiwán