La Vanguardia

Veinte vacas volando en un avión

Agustín Fernández Mallo recuerda a su padre y el viaje pionero que hizo a EE.UU.

- Lara Gómez Ruiz Barcelona

Agustín Fernández Mallo ( A Coruña, 1967) sabe que hubo un momento en el que su padre, por culpa de una enfermedad senil, le miró a los ojos y no le reconoció. Pero su mente ha querido borrar ese preciso instante, “para protegerme. Es algo muy duro que tu padre no sepa quién eres”. Al físico y escritor apenas le dio tiempo a digerir lo que estaba ocurriendo a su progenitor, pues en poco más de un año, cuando cumplió 87, falleció. Pero esa pérdida progresiva de conscienci­a le marcó y le llevó a preguntars­e quién había allí. Una pregunta a la que trata de dar respuesta en Madre de corazón atómico (Seix Barral), en el que llevaba doce años inmerso.

“Mi madre fue la única persona a la que nunca olvidó. Y eso es algo que ella guarda en el fondo de su corazón”, explica Fernández Mallo en una librería de Barcelona. Aunque, aclara, “no es ella la principal protagonis­ta. Cuando empiezo a escribir, me doy cuenta de que es imposible hablar de mi madre y de mi padre al mismo tiempo. Son dos personas individual­es y no soy quien para escribir sobre su vida en común, aunque resulta inevitable que aparezca en el relato, como también la relación que existía entre nosotros”, que define como “profunda, a la par que distante. Suena paradójico, pero era un hombre que recibió un tipo de educación que ya no existe, y su comportami­ento era fruto de una época. Pero nunca me falló”.

Fueron muchas las veces que el físico y escritor gallego miraba a su padre y sabía que acabaría escribiend­o sobre él. Pero fue en la habitación 405 de la clínica en la que estuvo ingresado el lugar en el que esa idea se empezó a materializ­ar, pese a que “no fue fácil encontrar el tono, aunque tenía claro que me apetecía contar las peculiares historias de una persona que considero muy creativa y pionera en diversos ámbitos”.

El título, en cambio, surgió “de forma mucho más natural. Es un

“Cuando alguien muere, no lo hace del todo, pues resucita una y otra vez en tu cabeza”, dice el escritor

guiño al álbum Atom heart mother, de Pink Floyd. No recuerdo haberlo escuchado con atención, pero sí haber estado mirando la vaca de la portada durante horas. Se la enseñé a mi padre y, como veterinari­o que era, me hizo una descripció­n anatómica, fisiológic­a, histórica y genética del animal. Algo que no esperaba y un recuerdo que todavía hoy me acompaña. Era único en muchos aspectos de la vida. Y eso es lo que me esfuerzo en mostrar, con muchos esfuerzos a no sonar sentimenta­loide”.

El libro, de hecho, es una amalgama de historias familiares que recorren un siglo de historia, pues van desde la Guerra Civil hasta el cambio de siglo.

Una de las anécdotas que más peso tiene en las páginas del escritor es la imagen de su padre recorriend­o Estados Unidos –pocas semanas antes de que naciera el futuro autor de la trilogía Nocilla Project– con el objetivo de traer una veintena de vacas en avión hasta Galicia. “Un viaje pionero al que no le dio mayor importanci­a y que no me cuenta con detalle hasta poco tiempo antes de morir”.

Un periplo que, “de forma casual”, el escritor vuelve a recorrer, siendo consciente de que repetía muchos de los pasos de su padre.

En sus páginas, Fernández Mallo deja claro que “el duelo se asume, pero nunca se acaba. Cuando alguien muere, en realidad no lo hace del todo, pues resucita una y otra vez en tu cabeza”. Eso sí, especifica que estas memorias “no fueron escritas con el fin de fijar recuerdos para que no se olviden. Sé con seguridad que nada de lo que cuento lo olvidaré. A un padre no se le puede olvidar”. ●

 ?? Paula Sama ?? Agustín Fernández Mallo, fotografia­do esta semana en Barcelona
Paula Sama Agustín Fernández Mallo, fotografia­do esta semana en Barcelona

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