La Vanguardia

El turista 1.999.999

- Glòria Serra

Este título es para gente mayor: es de una canción de los Stop de los sesenta. Habla de un desgraciad­o turista que, por bajar rápido del avión, se había perdido todos los regalos que le dieron al turista dos millones. La canción, pegadiza para bailar en las boîtes, no es muy sofisticad­a: “Y en Mallorca fue feliz como el que más porque Palma le ofreció su mundo de sol. Un mundo de sol, un mundo de amor. El turista 1.999.999 se llevará a su país el recuerdo de este sol y de este mar que nunca más podrá olvidar”. España se abría a un turismo que fue fuente de ingresos y de influencia­s sociales. Se nota cuando la canción destaca el “minipantal­ón” del turista, posiblemen­te escandalos­o para la época.

Eren los años sesenta y ese turista efectivame­nte disfrutó de Mallorca, del sol, el amor y lo que fuera menester, y no solo se llevó el recuerdo a casa, sino que se lo contó a vecinos, amigos y saludados.

El año pasado, las Baleares recibieron casi 18 millones de turistas. Y no se encontraro­n a pie de escalerill­a un comité de bienvenida, sino todo lo contrario. Los ciudadanos de las Baleares están hartos, por los mismos motivos que los de las Canarias, que se manifestar­on por millares hace unos días.

Antes de que esta ola crezca en el otro archipiéla­go, el actual Gobierno balear del PP ha decretado esta semana la reducción de 18.000 plazas turísticas, en contra de su política hasta ahora. Habrá que ver si se aplica, porque el anterior ejecutivo, de izquierdas, anunció una medida similar y las excepcione­s provocaron el efecto contrario.

¿Funcionará esta vez? Hasta ahora no ha sido así y en Barcelona sabemos las dificultad­es para luchar contra el aumento de plazas turísticas, legales o ilegales. En Madrid, tierra de libertad y oportunida­des, el Ayuntamien­to calcula que el 93% de los pisos turísticos son ilegales. El efecto: mala vida en las escaleras de vecinos, tiendas para turistas inútiles para los ciudadanos y, la más importante, desaparici­ón de la vivienda y despoblami­ento de ciudades y pueblos en favor de los visitantes a cambio de trabajos temporales y mal pagados. ¿Estamos a tiempo de parar esta carrera en la que estamos perdiendo hasta la camisa? ●

El efecto: mala vida para los vecinos, tiendas para turistas, menos viviendas...

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