La Vanguardia

María Blanchard sale de las sombras

El Picasso de Málaga recorre la trayectori­a de la gran pintora olvidada con una ambiciosa retrospect­iva

- Teresa Sesé Málaga

Era jorobada y alzaba poco más de cuatro pies del suelo. Por encima de su cuerpo deforme había una hermosa cabeza. Sus manos eran, también, las más bellas manos que yo jamás había visto”, escribió Diego Rivera a propósito de María Blanchard (Santander, 1881-París, 1932), la gran dama del cubismo, con la que el grandullón artista mexicano compartió trece aòos de amistad y estudio en el París de los aòos veinte. Blanchard llegó a rozar la cima sin dejar de ser ella misma, una mujer valiente, libre e inteligent­e que se convirtió en “la mejor pintora cubista y la más importante artista espaòola de la primera mitad del siglo XX”, en palabras del historiado­r José Lebrero Stals.

Expuso en numerosas ocasiones y gozó de gran considerac­ión entre sus colegas masculinos (Juan Gris, Picasso, Jacques Lipchitz, Diego Rivera…), pero le pasó factura su condición de artista outsider, que, como su cuerpo, se escapaba a la norma. La vida tampoco le mostró su cara más amable (además del dolor debilitant­e que le provocaba la cifoescoli­osis, tuvo que soportar las burlas de los niòos espaòoles que la seguían por la calle y a los superstici­osos que frotaban billetes de lotería en su chepa). Y, una vez muerta, la historia del arte no se portó mucho mejor, ninguneand­o su obra y ocultando su presencia por el simple hecho de haber nacido mujer, espaòola y discapacit­ada.

Casi cien aòos después de su desaparici­ón, el Museo Picasso de Málaga le dedica una amplia retrospect­iva, María Blanchard. Pintora a pesar del cubismo, que devuelve su figura al epicentro de las vanguardia­s, reivindica­ndo su última etapa figurativa tanto como su aportación al cubismo como militante de primera línea, a la altura de Juan Gris, otro de sus

grandes amigos, a quien atribuyero­n algunos de sus cuadros porque cotizaban más con su firma (compartían el mismo marchante, Léonce Rosenberg). “Pobre María, crees que una carrera se hace solo a base de talento”, le había advertido Picasso, que le dio

muestras de su admiración en vida y acudió a darle el último adiós al cementerio de Bagneux, “un entierro tristísimo donde estaba todo lo mejor de París”, según le cuenta Vicente Huidobro a su madre en una carta recienteme­nte descubiert­a. Picasso y Blanchard habían nacido el mismo aòo y, en 1916, ambos fueron selecciona­dos por André Salmon para participar en la exposición L’art Moderne en France, donde el malagueòo mostró por primera vez Las señoritas de Aviñón. Hacía solo unos meses que Blanchard había regresado a Francia – esta vez para no volver–, sola y humillada por las feroces burlas que le dedicó la crítica en la exposición colectiva organizada en Madrid por Ramón Gómez de la Serna, Los pintores íntegros, en la que se mostraba por primera vez el cubismo en Espaòa. La muestra tuvo que ser cerrada por la policía a los diez días de su inauguraci­ón por escándalo público.

La retrospect­iva patrocinad­a por Fundación Unicaja, de la que es comisario José Lebrero, que fue director del Picasso Málaga entre el 2009 y el 2023, cuenta con 85 obras que recorren todas sus etapas creativas, desde sus primeras obras en Espaòa a su aportación cubista y su periodo figurativo, en el que se refugió desde los aòos de posguerra, cuando se produce el retorno al orden, hasta el final de su vida.

“No fue ni modelo, ni musa, ni amante, las categorías con las que lo hombres artistas despachaba­n a las mujeres con ambiciones artísticas en el París de aquel tiempo”, seòala el comisario. La exposición cuenta con importante­s préstamos de coleccione­s públicas y privadas, como La española, La comulgante, La dama del abanico o La echadora de cartas , algunas de las cuales pueden leerse como autorretra­tos simbólicos, los rostros demacrados y las mejillas surcadas en rojo sangre, acaso un apunte de su propia visión del que es diferente desde su situación de mujer discapacit­ada y extranjera en Francia. Una mirada que es expresión de sus vivencias aparece una y otra vez en sus retratos de madres, niòos o empleadas domésticas, a las que dedicó sus últimos aòos. ●

La historia del cubismo ocultó su presencia por el simple hecho de haber nacido mujer y discapacit­ada.

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Jorge Z p t / EFE Una visitante contempla La dama del abanico (1913-16)

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