La Vanguardia

La nueva vida de ‘Las meninas’

- Sílvia Colomé

Nació para ser una obra maestra. Ese era el objetivo de Velázquez. Nos lo dice observándo­nos detrás de su lienzo, convertido en el gran protagonis­ta de su pintura. Y no solo lo logró, sino que, hoy en día, su célebre obra La familia de Felipe IV, conocida como Las meninas, sigue siendo el gran icono de la pintura española, el cuadro estrella del Museo del Prado. Tal y como La Gioconda lo es del Louvre. Instalado en un espacio privilegia­do de la sala basilical, el inmenso óleo sigue atrayendo todas las miradas. Tanta fascinació­n despierta, que incluso el historiado­r de arte Jonathan Brown llegó a acuñar un trastorno, el llamado síndrome de la fatiga de Las meninas (SFLM).

No es de extrañar que cuando el Ministerio de Cultura, encabezado por Javier Solana, y los responsabl­es del museo decidieron restaurar la obra, les entrase un sudor frío. Significab­a demasiado como para que pudiera producirse ningún error. Esta semana se cumplen 40 años del inicio de los trabajos, que se encargaron al gran especialis­ta de la época, John Brealey, director del departamen­to de restauraci­ón del Metropolit­an Museum de Nueva York. Si ya la decisión podía resultar controvert­ida por el antes y el después que experiment­aría la obra, todavía lo fue más que se escogiera a un profesiona­l extranjero. No solo se alzaron voces críticas, sino que incluso se vivieron protestas en las salas del museo.

Por fortuna, Las meninas solo estaban sucias. Y Brealey, precavido, dejaba siempre a la vista los algodones que utilizaba, para que todo el mundo pudiera comprobar que solo retiraba suciedad, ni una gota de pintura. Pero no solo la restauraci­ón corrió a cargo de un extranjero, sino que quien la financió también lo era. Ella se llamaba Hilly Mendelssoh­n, nacida en Berlín y descendien­te de judíos sefardíes. Sufragó los gastos, casi tres millones de pesetas, como agradecimi­ento a España, que le concedió durante el nazismo un pasaporte para poder escapar de la barbarie durante la Segunda Guerra Mundial. Incluso pagó las facturas de Brealey, instalado en el Ritz.

Anécdota aparte, el resultado ya lo conocemos. El cuadro recobró su esplendor original, tal y como lo vemos ahora. Un destino muy diferente al de La Gioconda, enterrada bajo capas de barnices que casi la ocultan. ¿Alguna vez el Louvre dará el paso? ●

Una descendien­te de judíos sefardíes sufragó la polémica restauraci­ón de la obra

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain