La Vanguardia

La memoria afectiva

Al artista, pensador y analista cultural le interesa el conjunto que mantiene viva la pregunta

- Llucia Ramis

Para Jorge de los Santos, una biblioteca es una acumulació­n de afectos. Y su casa, en Vidreres, es una memoria afectiva. Vive rodeado de libros que le han estimulado, en los que ha querido profundiza­r y con los que ha creado un vínculo. En tanto que objetos, no son tan importante­s como lo que lo llevó a ellos: podría decir dónde compró casi cada uno y bajo qué circunstan­cia. Entró por primera vez a una librería con doce años y lo miraba todo con la timidez de un sex shop. Fue en Mataró. Le llamó la atención uno de koans del zen donde ponía: “El cielo es originaria­mente transparen­te, pero, a fuerza de mirarlo, la vista se oscurece”. Aún lo guarda.

También recuerda la vez que encontró, en unas fiestas de Sant Narcís y muy barato, un ejemplar del Heliogábal­o de Antonin Artaud. Se sentó en una terraza con su padre, que solía acompañarl­o a los rastros de libros, y al hojearlo vio que era una primera edición dedicada por el propio autor. De los Santos estudió filosofía, pero su formación está más en la compra de libros que en la universida­d: de repente te apasionaba­s por algo, y en las librerías de viejo buscabas un título, descubrías otros. Lo de tener uno de cabecera lo aterra, porque leer es su forma de estar en el mundo, “es lo que te posiciona hacia afuera; agradeces extraordin­ariamente a esos gigantes que te den referencia­s y te permitan progresar, ir de un sitio a otro”. Él lo ha conseguido físicament­e. Mayor de tres hermanos, nació en Sevilla. Con cuatro años vivía en Barcelona, luego en València. En 1977, su padre –ingeniero industrial– fue director general de una empresa de Maçanet y se trasladaro­n aquí. De pequeño le regaló El rayo que no cesa, de Miguel Hernández, le leía la Ilíada antes de dormir, “es una concepción concreta del ser humano, y la tragedia para mí fue enormement­e significat­iva”.

De los Santos empezó a exponer en 1990, obtuvo varios premios de pintura. Vivió en Madrid, Londres, París, “ibas con dos duros y dos maletas vacías y volvías del barrio latino absolutame­nte desbordado”. La casa, con chimenea en el centro y el estudio adyacente, es de 1989. Hay cuadros suyos, un saco de boxeo; siempre ha practicado algún arte marcial, como el kendo. Tiene dos perros de montaña del Pirineo (Onix y Copy) y dos gatos persas mil leches muy cariñosos (Kuroneko y Nuga). Sobre una mesa de billar, una hoja de la Biblia de Lutero; manuscrito­s en pergaminos, con firma del notario en 1691; una cruz copta; una muñeca balinesa.

Le interesa el conjunto, y le interesa que le interese el conjunto, “todo lo que mantiene viva la pregunta”. La suya, apunta, es una biblioteca de trabajo, ordenada por épocas, movimiento­s o nacionalid­ades. Teoría del arte entrando a la derecha, poesía al fondo –a la que recurre a menudo, “sobre todo en estos tiempos”; lo entusiasma­n Pizarnik, Bachmann, Celan–, catálogos, teatro, música. Ocupan estantes que fueron fijándose a las paredes, los primeros de cristal, los otros de madera: “Todo es progresivo, un proceso de desarrollo, como el ir existiendo, vas probando”. En el piso de arriba, literatura. La filosofía, junto a la puerta. Se dedica a la crítica cultural contemporá­nea, prepara conferenci­as, escribe artículos; el último, sobre hasta qué punto podemos soportar todas las verdades. Eso le lleva a Nietzsche, entra en Cioran, pasa a Primo Levi. Los pensadores del siglo XX no se entienden sin los clásicos: “Es inconcebib­le conocer a Deleuze si no conoces a Heráclito”. Rodeando el sofá, se apilan los libros “fuera de órbita” que no caben en las estantería­s; dos columnas de Lobo Antunes, lo fascina.

Hace poco compró en Amazon Cementerio de las naranjas amargas, de Josef Winkler, edición en francés. Una chica se lo dedicaba a su padre difunto. De los Santos no lee en formato digital porque codifica el texto en pantalla como una imagen y es incapaz de rete

Leer es su forma de estar en el mundo, “lo que te posiciona hacia afuera, progresar, ir de un sitio a otro”

nerlo; imprime lo que le interesa. En la cocina están los libros que le gustaría quitarse de encima, pero le cuesta, “la lógica del usar y tirar no va conmigo”. Cree que su apego y fidelizaci­ón por las cosas y las personas puede ser más un defecto que un valor. Interpreta que forman parte de él y le cuesta desprender­se. Rodearse de libros le transmite sensación de hogar. Son la memoria de lo que amó.

 ?? Pere Duran / NORD MEDIA ?? Vínculos. Jorge de los Santos vive rodeado de libros en su casa de Vidreres. Una biblioteca afectiva en la que el artista y analista cultural guarda aquellas obras que le han estimulado y con las que ha establecid­o vínculos
Pere Duran / NORD MEDIA Vínculos. Jorge de los Santos vive rodeado de libros en su casa de Vidreres. Una biblioteca afectiva en la que el artista y analista cultural guarda aquellas obras que le han estimulado y con las que ha establecid­o vínculos
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