La Vanguardia

“La revolución sexual la hemos perdido las mujeres”

Tengo 45 años: a los 13 me negué a fregar los platos de mis hermanos y me hice feminista; luego viví en una comuna y fundé una startup, y al fin me casé y soy madre. El feminismo radical desprecia la maternidad: debemos cambiarlo. Voy a defender Feminism

- L í A t

Por qué se hizo feminista? En casa yo veía a mis hermanos sentados con mi padre y a mi madre cocinando, fregando... Y esperando que la ayudara... Injusto. ...Y que mi cuerpo a los 13 años ya tenía un significad­o para algunos que no siempre respetaba mi dignidad. Así que tomé conciencia de que era una mujer y que serlo no tendría por qué significar que les lavara los platos y las camisas a nadie.

¿Cómo transformó la rabia en crítica? En una tienda de libros viejos encontré El segundo sexo de Simone de Beauvoir... Aún recuerdo cómo olía.

“Una mujer libre –dijo Beauvoir– es lo contrario de una mujer fácil”.

A mí me hizo feminista y, ya en Oxford, leí a Judith Butler... y descubrí que podíamos tener el género que quisiéramo­s, porque el género es una mera construcci­ón.

¿El género es una construcci­ón social y no un mandato ni un destino natural? Saber que podíamos tener la identidad sexual que quisiéramo­s, porque todos son una construcci­ón social, era fascinante; porque así yo podía convertir mi identidad sexual en mi propia creación en vez de ser la mera construcci­ón interesada de una sociedad machista o patriarcal.

¿Cómo reaccionó su entorno?

La verdad es que yo durante mi adolescenc­ia era un tomboy, algo marimacho.

¿Qué decía su familia?

Mi abuela me aconsejó un día con dulzura y firmeza: “Mary, debes dejarte el pelo largo y casarte”.

¿Le hizo caso?

Yo entonces era una activista radical.

He leído que llegó a vivir en una comuna lesbiana okupa.

Yo crecí con el “fin de la historia”, en la caída de la URSS, y mi experienci­a en ese feminismo acabó en el 2008 con la crisis subprime...

¿Por qué le afectó tanto esa crisis? Había invertido todos mis ahorros en una startup de educación online: queríamos eliminar intermedia­rios y poner al servicio de la gente toda la formación.

¿Y no era el mejor momento?

Lo perdí todo. E hice caso a mi abuela durante los siguientes siete años.

Veo que lleva el pelo largo... ¿y se casó? Durante los siete años siguientes cambié mi vida y me casé, sí, y dejé Londres. En realidad, mi abuela me había dicho: “¿Por qué no tratas de ser normal?”.

¿No está tan mal ser normal?

La verdad es que no.

¿Si las cosas son como son –decía Popper– será porque no están tan mal? Empecé, en efecto, un largo proceso de reflexión al respecto de lo que merece la pena y lo que no en ser normal; pero ya no lo rechazaba todo de entrada. Y lo decisivo es que fui madre: tuve una hija.

¡Enhorabuen­a!

Y al ser madre, me quedaron claras algunas razones de por qué las cosas son como son. En cambio, el feminismo radical no asume la maternidad sin cierta condescend­encia hacia las madres, porque lo reduce a quedarse en casa poniendo pañales. No hay un feminismo promaterna­l.

¿Por qué?

Creen que al tener un bebé tu cerebro deja de funcionar...

¿El feminismo radical desprecia la maternidad?

Sí, pero no te vuelves una vaca estúpida dando leche. Yo empecé a pensar en mi libro y ya no creía en la idea de progreso.

¿No cree que algo hemos progresado? La idea misma de progreso es una deriva de la escatologí­a cristiana con ese ilusorio juicio final hacia el que todos avanzamos. Las cosas cambian y mejoran, claro, pero no de ese modo. Y pensé en escribir Feminism against progress. Porque el feminismo está vinculado a esa falacia de progreso.

¿No cree que las mujeres tienen más poder que hace un siglo y es mejor así?

La revolución sexual que empezó en los sesenta no fue un avance moral porque la hemos perdido las mujeres, ya que solo fue una etapa más de la industrial­ización en la que la tecnología pasó de industrial­izar el mundo a industrial­izar nuestros cuerpos.

¿No es un avance que la mujer pueda decidir cuántos hijos tiene?

Por supuesto que el control de la natalidad es un avance, como tantos conseguido­s por el feminismo; pero la píldora, no, porque parece reparar algo que en realidad es natural. Hoy hay métodos mejores.

¿Y convertir la decisión de qué género quieres tener en hormonas y cirugía?

Es transforma­r nuestros cuerpos en una especie de Lego desmontabl­e y montable a voluntad. Nos lleva al transhuman­ismo.

¿Madres de alquiler?

Otra pesadilla. Es industrial­izar la natalidad a costa de mujeres pobres.

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Jessica Holt Photograph­y

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