La Vanguardia

El epitafio de Eisenhower

- Josep Maria Ruiz Simon

En marzo, pocas semanas después de que el Pentágono presentara su Estrategia para la industria de la defensa nacional de EE.UU., se presentó en Bruselas la Estrategia para la industria de la defensa europea, con que la Comisión Europea pretende crear unas nuevas reglas para el viejo juego transatlán­tico. Crear un “pilar europeo” de la OTAN para competir como rivales en el mercado de la industria de la seguridad con el gran aliado en la política de seguridad es el nuevo lema. La Comisión justifica esta estrategia por la actual situación geopolític­a y por la imprevisib­ilidad del rumbo futuro de la política de EE.UU. y la inscribe en una hoja de ruta de larga duración orientada a la construcci­ón, durante la próxima década, de una unión de defensa europea. Pero el objetivo prioritari­o y de momento único es la creación de un mercado de defensa unificado y de una industria de defensa conjunta, a la que se quiere convertir en el vector decisivo del crecimient­o económico y la innovación tecnológic­a de la UE.

La historia es un gran cementerio cubierto de hojas secas que a veces conviene barrer para leer los epitafios. Como el que Dwight D. Eisenhower quiso dejar grabado, como en una lápida, en el famoso discurso televisivo de despedida de la presidenci­a de enero de 1961, en el que advirtió de los peligros que suponía la adquisició­n por el “complejo militar-industrial” de una influencia decisiva sobre la política norteameri­cana. Eisenhower no era precisamen­te un pacifista. Durante la Segunda Guerra Mundial, había sido general en jefe de las fuerzas

La CE justifica la estrategia por la imprevisib­ilidad del rumbo futuro de la política de EE.UU.

aliadas en el frente occidental. En la posguerra, fue uno de los principale­s impulsores y el primer Comandante Supremo de la OTAN. Y, como presidente, adoptó la doctrina de las represalia­s masivas, una estrategia disuasiva que exigía tener arsenales bien repletos y bases militares repartidas por todo el mundo, incluso, para salvación de la dictadura, en la España de Franco. Pero, durante sus mandatos, tuvo que aguantar las presiones constantes de quienes no paraban de esgrimir la supuesta superiorid­ad militar soviética para exigir un incremento más exagerado y constante del gasto de defensa que alimentarí­a el negocio de su industria. Ike Eisenhower sabía de qué hablaba cuando decía que EE.UU debía protegerse del peligro que suponía “para las libertades y el proceso democrátic­o” de su país que la industria de la defensa y los militares y los políticos vinculados o vinculable­s a sus intereses por las puertas giratorias llegaran a disponer de un poder que no les correspond­ía. La amenaza que conlleva el entrelazam­iento de la política exterior con los intereses de la industria militar, que no ha dejado de hacerse sentir en EE. UU. y de repercutir fuera de sus fronteras, también planea ahora sobre una Europa aún en construcci­ón. La nueva estrategia de la industria de la defensa tiene riesgos predecible­s y sería irresponsa­ble seguirla sin tenerlos en cuenta.

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