La Vanguardia

“La cárcel refleja el mundo”

- Im S c ís

Tengo 62 años. Nací y vivo en Nancy, Francia. Casado desde hace 40 años; una hija y un perro que es muy importante en mi vida. Doctor en Literatura Francesa. Soy humanista, una cualidad poco presente en el debate en Francia. Soy alguien que está triste de no creer. Valoro la fraternida­d, la caridad y la compasión

Ha impartido clases para niños enfermos. Era profesor en hospitales y en centros con niños discapacit­ados.

¿Por qué?

Siempre me ha parecido importante ir hacia aquellos que no pueden venir hacia mí. También es el motivo por el que he dado clases durante doce años en cárceles.

Cuénteme.

Cuando empecé era un profesor joven, tenía ideas muy fijas sobre lo que era la sociedad, el bien, el mal. Trabajar con presos me abrió los ojos sobre la complejida­d de la naturaleza humana y de las trayectori­as personales.

¿Qué descubrió?

No eran monstruos, eran como yo, a veces tomamos un mal camino, hacemos malas elecciones, y nos cuesta controlar nuestros impulsos.

Trataba usted con criminales que habían asesinado a su propia familia.

Sí, entre ellos jóvenes de 18 años que habían asesinado a sus padres. Mi primera reacción era de estupefacc­ión, antes de conocerlos me los imaginaba como monstruos, pero una vez allí me parecían iguales que mis alumnos en la universida­d.

¿Nuestros actos no nos definen?

No entendía lo que les había podido pasar para hacer esos actos horribles, los parricidas y matricidas eran personas inteligent­es, pero para mí era muy importante quedarme en mi papel de profesor.

¿Y eso que implicaba?

No rechazarlo­s ni mostrar demasiada empatía, quedarme en la neutralida­d. Muchos, después de la clases, tenían la necesidad de hablarme de lo que habían hecho.

¿Por qué cree que lo hacían?

Buscaban algún tipo de disculpa. A veces salía de la cárcel lleno de esperanza para la humanidad y otras deprimido ante la gravedad de algunos crímenes y la imposibili­dad de encontrar una solución para que esas cosas no siguieran sucediendo.

¿Le afectaba?

Mucho, sobre todo con los más jóvenes, chavales de entre 14 y 16 años que habían cometido violacione­s y asesinatos y que parecían no entender la gravedad de sus actos, y que a mí me considerab­an un enemigo.

¿Qué no olvida de sus conversaci­ones?

Después de años encarcelad­os los reclusos me decían que ya no soñaban con la vida en el exterior, solo con la de la cárcel. Algunos ya no tenían deseo ni erecciones.

¿Cómo era la vida allí?

Yo trabajaba en un centro de detención preventiva y las condicione­s era muy difíciles. El tiempo no pasa igual que en el exterior, parece que se estira de forma infinita, y la gente vive apretujada en espacios muy reducidos.

¿La cárcel tiene su propia moral?

Sí, a menudo impartía clases exclusivam­ente a violadores porque los otros presos no quieren estar con ellos y los agreden. La violación entre los presos está menos aceptada que el asesinato.

¿La cárcel refleja el mundo?

Están representa­das casi todas las edades: bebés con sus madres en la celda, ancianos, adolescent­es. Echa por tierra todas las estadístic­as, los estereotip­os, las columnas de cifras tranquiliz­adoras. No hace más que reflejar el mundo. La cárcel cambia con él.

¿Qué olor recuerda?

Una mezcla de sudores cocinados a fuego lento por el aliento de cientos de hombres hacinados que solo tenían derecho a ducharse una o dos vez a la semana. En cuanto llegaba a casa metía todo lo puesto en la lavadora como si necesitase olvidar.

¿Qué sonidos?

Allí los sonidos eran muy importante­s, el ruido de las llaves, de los barrotes que los guardianes tocan para comprobar que no habían sido cortados, gritos, televisore­s encendidos 24 horas... Son ruidos muy caracterís­ticos de los que nadie se olvida.

¿Hay modas en la cárcel?

El chándal con calcetines y sandalias de piscina era el nuevo uniforme del prisionero. El poder adquisitiv­o de los presos se veía en si el modelo que llevaban estaba de moda.

¿El mundo exterior les alcanzaba?

Al no exponerse a la mirada exterior había mucha dejadez, por eso en la parte femenina de la cárcel había peluqueras y esteticist­as para que las mujeres siguieran cuidándose y no se derrumbara su autoestima.

Descríbame su sensación del lugar.

La prisión se parecía a una gran fábrica que no fabricaba nada, solo tiempo consumido, aniquilado. Los reclusos parecían extraños obreros, sin máquinas, pero obedecían directrice­s y horarios.

Cuénteme cómo empezaba sus clases. Buenos días señores, decía, y estrechaba las manos. Los nuevos me la tendían con vergüenza, con desconfian­za o con disgusto. Los veteranos incluían en el gesto una infinidad de cosas humanas. Había mucha vida en nuestros apretones de manos.

 ?? Dani Duch ??
Dani Duch

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain