La Vanguardia

La misa gitana de Django

- Teresa Sesé

Hay algo terrorífic­o y hermoso en la idea de que incluso los tiempos más sombríos son tiempos humanos donde la creativida­d nos sostiene y suena la música. El guitarrist­a Django Reinhardt tenía todo lo que aborrecían los nazis. Era gitano, desenfrena­do, alegre y salvaje, y además tocaba jazz, esa música de “negros y monos” sentenciad­a a muerte por Goebbels. Y sin embargo, su nombre brilló en París durante la ocupación alemana, tocando noche tras noche ante una audiencia de soldados y hombres de las SS que lo idolatraba­n. Los alemanes habían hecho de la capital francesa su centro de descanso y relajación, y cuando llegaban las tropas querían vino, mujeres y ritmos bailables, una ventana al paraíso donde tomar aliento para el siguiente esfuerzo bélico.

Django Reinhardt les proporcion­aba alegres melodías servidas con fuego mientras vivía en silencio aquella espantosa ironía. Había nacido en 1910 en el interior de una caravana en un cruce de caminos de Bélgica (le puso Django su madre bailarina, un término que en romaní significa “me despierto”) y comenzó de niño a ganarse la vida tocando el violín en la parte trasera del remolque familiar, tejiendo cestas y haciendo pulseras con los casquillos de bala que recogía de los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial. La vida lo había entrenado para el desastre. A los 18 años, cuando ya era una sensación cuyo nombre corría de boca en boca, quedó atrapado en el incendio de su caravana y perdió la movilidad de dos dedos de la mano izquierda, lo que obligó a echarse de nuevo a la calle, de donde fue rescatado para convertirs­e en uno de los guitarrist­as más asombrosos de la historia (Jimi Hendrix, que suele aparecer en las listas como el número uno, formó su Band of Gypsys en su honor).

Durante los años de la guerra, acaso para afrontar el horror del genocidio gitano (500.000 romaníes perdieron la vida en los campos de exterminio) o para que no lo pudiera olvidar él mismo, el músico aprovechó las noches de desvelo en la cama para escribir una misa para órgano y coro que cada año debería sonar durante la peregrinac­ión gitana a Saintes-maries-de-la-mer en honor a Sara Kali o Sara Negra. No llegó a concluirla. Pero existe una grabación radiofónic­a de 1944 que guitarrist­as de diferentes generacion­es han mantenido viva, empujando el sonido de su hermosa melodía siempre hacia adelante.

El jueves, cuando gitanos procedente­s de toda Europa lleguen en masa a la pequeña población costera de la Camarga, jinetes montados en caballos blancos sacarán a Sara Kali envuelta en túnicas brillantes de la cripta de la iglesia medieval

Nació en un cruce de caminos y fue uno de los guitarrist­as más asombrosos de la historia

(el Vaticano no la reconoce como santa) y todos juntos entrarán en el mar. Luego, en las calles, entre un bullicio de rumberos catalanes, dúos de jazz parisinos, bandas de música balcánica y músicos de cuerda húngaros, resonará el espíritu libre, la pura alegría y la robusta humanidad de la música de Reinhardt.

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