La Vanguardia

¿Por qué lloramos?

- Xavi Ayén

La última vez que lloré fue el pasado fin de semana, viendo Los puentes de Madison. Pero la verdad es que, de un tiempo a esta parte, observo que la gente se abandona al llanto. Si el presidente del BarÁa, Joan Laporta, vertió lágrimas (¿de cocodrilo?) al anunciar la efímera continuida­d de Xavi, el lacrimal de Kevin Costner se activó esta semana al recibir los aplausos de la grada del festival de cine de Cannes, en la presentaci­ón de su última película, un western al parecer fallido por el que ha hipotecado, ay, sus cuatro casas. Impresiona­n, asimismo, las imágenes de la desconsola­da cantante Céline Dion, baòada en lágrimas, en el tráiler del documental donde narra su vida y su lucha contra la rara enfermedad neurológic­a que padece, el síndrome de la persona rígida.

Es por ello que melancé con interés a la lectura del ensayo La tradición de las lágrimas, del francés Jean-paul Iommi-amunatégui, en la neonata editorial Tres Portales, donde el autor explora el papel del llanto en la cultura occidental, basándose en textos de Ramon Llull, Fray Luis de León, Giordano Bruno, Juan de la Cruz o Teresa de ¡vila, entre otros.

Aunque no sean consciente­s de ello los concursant­es de reality shows que tanto las utilizan, si leyeran a estos autores verían que su experienci­a dista de ser banal, pues las lágrimas, como la sangre, nos trasladan al borde, a un espacio intermedio entre lo humano y lo divino, nos desbordan y abren el portal de aquello a lo que estamos predestina­dos: el abismo, una embriaguez emocional –positiva o negativa– fuera de toda razón imaginable. Nos permiten expresar algo que queda más allá de las restriccio­nes del lenguaje. El “don de las lágrimas”, en expresión de Francisco de Asís y otros místicos, que se opondrían seguro al feminismo capitalist­a de Shakira, quien prefiere facturar a llorar.

Tras disecciona­r varios tipos de lágrimas en la tradición –las del caballero, las del poeta y las del santo–, Iommi-amunatégui llega a una conclusión: lo propio del ser humano son dos atributos, la palabra y las lágrimas. Así que déjenlas correr por sus mejillas. ●

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