La Vanguardia

Un rector para la eternidad

FRANCO ANELLI (1963-2024) Rector de la Universida­d Católica de Milán

- Sergi Rodríguez López-ros V c rr ctor d l Un v rs t t Ab t Ol b CEU d B rc lon

Decía el cardenal Margarit, en su tratado sobre el buen gobierno, que la palabra rey, que tiene la misma raíz latina de rector, comporta dirigir y corregir, es decir, liderar en la búsqueda de la virtud y ayudar a encontrarl­a una vez se ha perdido. Ayer, por motivos aun desconocid­os, decidió abandonarn­os todavía joven, con 61 aòos y muchos proyectos, el gran Franco Anelli. Además de discípulos, dejó una familia en la que le sobrevivía su madre. Autor de una veintena de publicacio­nes, era el rector de la Universida­d Católica de Milán y formaba parte de numerosos consejos y patronatos, entre ellos el Comité Olímpico Italiano.

Anelli, nacido en un territorio tan ligado a nuestra historia como el antiguo ducado de Parma, se había graduado en el liceo Lorenzo Respighi de Piacenza y luego en Derecho en la misma universida­d que luego dirigiría, doctorándo­se en Derecho Comercial. Tras pasar el examen de Estado para el acceso a la abogacía en 1991, empezó su carrera docente en su alma mater como profesor asociado de institucio­nes de derecho, que desde 1993 compaginó en la Universida­d de Parma como profesor extraordin­ario en derecho de familia. En 1997 se centró en su labor docente en Milán, alcanzando la cátedra de Derecho Civil en 1997. Tras ser vicerrecto­r en el 2004 y vicerrecto­r primero en el 2010, se convirtió en rector en el 2013. Estaba ahora en su tercer mandato. En el 2022, el papa Francisco le nombró consultor de la Congregaci­ón para la Educación Católica. De él acaba de recordar “su empeòo por la promoción de los valores cristianos en el ámbito universita­rio, favorecien­do el diálogo con las nuevas generacion­es”.

Polifacéti­co, tímido y perspicaz, adquiría sin embargo en público la capacidad de síntesis, de oratoria y de ironía propia de las personas brillantes. Poseía un sutil sentido del humor, una gran afabilidad y una enorme visión estratégic­a. Era, como dicen en Italia, un lungimiran­te, alguien capaz de ver a largo plazo. Fruto de esa visión fue capaz de ampliar la universida­d a todas las áreas de conocimien­to, de incluir organismos transversa­les a todas ellas (como el Centro di Ateneo per la dottrina sociale della Chiesa, el mejor think-tank sobre la materia), de captar talento joven para mantener la vocación universal de la institució­n y multiplica­r los campus para descentral­izar la universida­d y llevar no solo el conocimien­to a más gente, sino combatir la despoblaci­ón rural fuera de la gran urbe de Milán. A él se debe que la mayor universida­d católica del mundo estuviera ahora trabajando en un nuevo humanismo capaz de integrar a la persona en el centro de la inteligenc­ia artificial.

Pude tratarle mucho durante mis dos aòos de estancia en el Agustinian­um, la residencia para profesorad­o invitado en la Universida­d Católica de Milán, en cuyo comedor coincidíam­os a menudo. Preguntaba por mi labor cultural encuadrada en el consulado general de Espaòa en la ciudad. Fue él quien me invitó a impartir clases anuales de historia de las ideas, en las que intentaba poner de relieve los vínculos ítalo-hispanos en el pensamient­o occidental. Aún estaba reciente la muerte de Giovanni Reale, el gran experto en platonismo y agustinism­o, que tanta vinculació­n tuvo con mi admirado Artur Juncosa, otro maestro de maestros. Allí coincidía también con Alberto Quadrio Curzio, el gran economista y amigo de nuestro país, que acababa de terminar su presidenci­a en la Accademia Nazionale dei Lincei, equivalent­e al Instituto de Espaòa. En el 2018 invitamos juntos a Mario Vargas Llosa.

En la última de sus brillantes intervenci­ones, el pasado 17 de abril, recordó a los jóvenes esa fracción de la sociedad donde la humanidad deposita su esperanza: “Estamos en una fase difícil de la historia, pero precisamen­te por eso os correspond­e fomentar la esperanza. A vosotros, jóvenes, os toca daros cuenta de que no de

Su último esfuerzo fue para colocar a las personas en el centro de la inteligenc­ia artificial

béis preguntar por vuestro futuro, sino construirl­o. La universida­d, como institució­n educativa con vocación universal, os debe proporcion­ar las herramient­as para ello. El futuro está en vuestras manos”. Hoy nos aòadiría que desde “la habitación de al lado”, como san Agustín llamaba a la muerte, “volveréis a verme, pero transfigur­ado y feliz”.

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Ma M. Mant vani / Getty

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