La Vanguardia

París y Barcelona

- M. Chavarría ANÁLISIS Juan Bufill

En 1996 tuvo lugar en el Ivam Centre Julio González (València), que entonces dirigía Juan Manuel Bonet, la exposición Erik Satie. Del Chat Noir a Dadá. Una de las obras notables que incluía esa muestra comisariad­a por Ornella Volta era el óleo de Santiago Rusiòol Estudio de Erik Satie (París 1891). Hoy pertenece a la Generalita­t de Catalunya, gracias al legado de la familia Maragall. Una cartela nos informaba sobre su contexto histórico: “Expuesto por primera vez en la Sala Parés, en noviembre de 1891, este cuadro es el único que muestra la casa de Erik Satie, pues este, celoso de su intimidad, siempre prohibió el paso a todo el mundo. Rusiòol regaló el cuadro al poeta Joan Maragall, que había contribuid­o, con su poema Montserrat, al primer espectácul­o de sombras de Els Quatre Gats”.

Me impresionó que Rusiòol fuese la única persona a quien uno de los mejores músicos de su época permitió no solo acceder a su intimidad, sino también representa­rla mediante una pintura. Erik Satie es el autor de algunas de las mejores piezas para piano que se han compuesto: las Gnossienne­s números 1 y 3. Y Rusiòol fue un artista y escritor barcelonés. Sin embargo, en 1996 esa exposición no interesó a ninguno de los museos y centros de arte entonces operativos en Catalunya, como tampoco la que la acompaòaba en el Ivam durante ese otoòo, dedicada al poeta barcelonés Juan Eduardo Cirlot y a su relación con las artes. El problema, al parecer, es que Rusiòol era un burgués, y Cirlot, un presunto nazi irracional. Estos dos casos de indiferenc­ia ante lo mejor de la propia cultura son significat­ivos. Representa­n la pésima política cultural institucio­nal que durante mucho tiempo hemos sufrido en Catalunya.

Desde entonces, bastantes cosas han cambiado y hoy existen en Barcelona institucio­nes que, como el MNAC o el Museu Picasso, saben valorar las exposicion­es históricas capaces de recordar, reconocer y dar a conocer las contribuci­ones de los artistas catalanes y sus relaciones con sus colegas de otros países.

La noticia de la reaparició­n en Barcelona de un cuadro de Degas que no se había expuesto durante más de setenta aòos puede suscitar diversas reflexione­s. En primer lugar, nos recuerda la necesidad de – precisamen­te– recordar la profunda relación del arte y la cultura catalana con la francesa. Los catalanes somos afrancesad­os, o lo fuimos durante mucho tiempo. Para entender a Picasso, Nonell, Casas y Rusiòol hay que conocer a Degas, a Lautrec, a Cézanne. La bebedora de absenta de Degas se parece a la drogadicta pintada por Rusiòol (y a otros personajes, también de Munch). Finalmente, una previsión patrimonia­l: el día en que se apruebe en nuestro país una buena ley del mecenazgo saldrán a la luz muchas obras notables que habían permanecid­o fuera del alcance del público. ●

Recuerda la relación del arte y la cultura catalana con la francesa

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Heritage Images / Getty Degas y Christine e Yvonne Lerolle
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