La Vanguardia

Una película en Fargo

- Josep Martí Blanch

Confirmemo­s un tópico. Sabemos que no es una buena costumbre, que trabajar con estereotip­os nos aleja de la realidad. Pero qué quieren que les diga si la verdad es la que es. Y sí, el tópico es cierto: la gente más amable y educada de Estados Unidos reside en el Medio Oeste. La literatura que explica estas cosas argumenta que es por el origen de los colonos inmigrante­s que se establecie­ron por estos lares. En esta zona fueron alemanes, holandeses y otras gentes moldeadas por el luteranism­o, tan severo con uno mismo como cortés y educado con el prójimo.

Y lo cierto es que en Fargo, la ciudad más grande de Dakota del Norte, aunque solo tenga 100.000 habitantes, uno sale del hotel por la mañana y para su regreso al atardecer, entre buenos días y buenas tardes, ha saludado a la villa entera y le han salido nuevas patas de gallo de tantas sonrisas como se

En la entrada de la sala de proyección un cartel informa de que no se puede acceder armado

ha visto obligado a regalar como justo pago por las recibidas.

Por Fargo no se pasa, hay que ir. Ni está de camino, ni es un hit turístico. Pero ya saben de la fuerza del cine y de la televisión a la hora de fijar ilusiones. Y la película que los hermanos Cohen titularon con el nombre de esta ciudad, estrenada en 1996 y más recienteme­nte las cinco temporadas de la homónima serie de televisión habían convertido Fargo, ubicado en el mapa en Dakota pero viviendo de cara a Minnesota, en mi Disneyland particular. Somos esclavos de nuestras rarezas. Son siempre ellas las que dibujan la forma de nuestros caprichos.

¿Y qué hace uno en Fargo cuando ya ha mandado la foto a sus amigos dando fe de que ha pisado el terreno de culto fílmico? ¿Quieren la verdad? Nada en absoluto. Y así es como uno acaba yendo al cine en la otra parte del mundo a ver no importa qué película. Eso sí, la sala forma parte del registro nacional de lugares históricos y vale la pena. En la entrada, un cartel informa de que no se puede acceder armado a la sala . Pistolas, siempre pistolas.

Y pienso que es una lástima. Porque siendo tan buenos y simpáticos los habitantes de Fargo, cuando en una película las cosas se torcieran y los malos amenazasen con salirse con la suya, el público podría liarse a tiros con la pantalla para devolver las cosas a su estado natural. Y así todos los filmes acabarían estupendam­ente bien. Más o menos como esta columna. ●

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