Una amante exigente y generosa a la vez
La guitarra es, probablemente, el instrumento más exigente en cuanto a la relación con el músico. Sin tener en cuenta cuestiones técnicas ni teóricas, se puede decir que la guitarra obliga a que sus amantes la abracen bien. Paco Rivas intuyó desde su propia infancia que la guitarra podía ser una amante para toda la vida. Que en cada abrazo, en cada caricia a lo largo del mástil había mucho que entrega pendiente y mucho que recibir.
La guitarra exige horas, días, noches hasta el amanecer… Pero entrega a cambio un mundo de sensibilidad sin límites. Por eso, cuando su madre le regaló una bandurria Paco mordió esa manzana envenenada de pasión. Recordando aquellos años,
Paco apunta que su nombre completo es Francisco López Rivas pero que, en la guitarra y en el Jazz, es Paco Rivas. El apellido de su madre, María Rivas, quedó unido a su nombre artístico para siempre.
En la bandurria Paco encontró tal simplicidad que pronto se agarró a la guitarra y comenzó su relación personal con este instrumento. No puede olvidar las clases en la parroquia de San Pablo de las Quinientas Viviendas y las lecciones del maestro Lupiáñez en el Teatro Apolo. Con una celeridad sólo al alcance de un niño prodigio, con apenas doce años comenzó a impartir él las clases. No había horas ni retos para encontrar en las seis cuerdas la esencia de la música. Sobre todo cuando le regalaron su primera
Gibson. La música llegaba entonces por la televisión, donde apareció un señor que sabía mucho de Jazz y que se llamaba Juan Carlos Cifuentes, el recordado y querido Cifu. Pero, también estaba, el Georgia, el templo nocturno de finales de los setenta con aquellas veladas marcadas por el talento de músicos que deshacían las partituras y la volvían a reconstruir como por arte de magia. Paco Rivas creció también como músico impulsado por una tupida red de conexiones personales en el local de Serafín Cid, donde cada noche coincidían lo humano y lo musical.
El secreto de Paco Rivas consiste en no dejar nunca de avanzar con la guitarra entre las manos, convencido de que la música estaba de su parte. Desde pequeño advirtió que donde otros niños abandonaban por la hermética dificultad del solfeo, él detectaba caminos abiertos, senderos ilimitados. En el desayuno del Habibi aparecen héroes personales como Django Reinhardt y compañeros de viaje como Chipo. O, los miembros de aquel grupo tan de su época como lo fue Insólito Club.
Con la guitarra se podía arribar a todas las orillas de la música. La clave consistía y consiste en profundizar, en encontrar los secretos que se desparraman por los pentagramas.
Paco confiesa, en la mitad del desayuno, que la música, la guitarra en su caso, concede a quien la ama la posibilidad de definir una identidad propia. Ser uno mismo sin necesidad de aprenderse de memoria los lemas de la inteligencia emocional. Paco reconoce que se necesita un cierto grado de inestabilidad interna para afrontar la creatividad. Sabe por experiencia que el desequilibrio entre la realidad y el deseo genera música, al menos en su caso. Una pieza puede equilibrarlo todo cuando se crea, cuando se interpreta.
Desde la más tierna infancia, Paco Rivas descubrió que podía manejar los secretos de la música para ponerlos de su parte