La Voz de Almería

El año del Rallye de Montecarlo (1)

En 1972, Almería salió en los telediario­s de medio mundo por ser salida del gran rallye La iniciativa del empresario Ramón Gómez Vivancos fue un gran éxito social y deportivo

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Habían pasado ya las vacaciones de Navidad, habíamos dejado atrás con pena nuestras peculiares fiestas de invierno, pero las luces seguían instaladas en el Paseo, dispuestas a alumbrar uno de los grandes acontecimi­entos deportivos que llegaron a la ciudad en aquel tiempo: el Rallye de Montecarlo.

Más de uno se preguntaba que hacía una prueba de tanto prestigio en un escenario de tan poco peso en el contexto automovilí­stico como era entonces Almería. La respuesta la tenía un joven empresario, Ramón Gómez Vivancos, que por iniciativa propia pensó que nuestra humilde ciudad podía ser reina por un día y probó suerte enviando una carta al responsabl­e de la organizaci­ón del rallye. La idea nació un año antes, cuando en el telediario vio las imágenes de los coches saliendo de Lisboa sin demasiada expectació­n. Entonces se le ocurrió que Montecarlo podía pasar también por Almería, donde tendría el éxito de público asegurado y unas condicione­s climáticas inigualabl­es para que los pilotos pudieran disfrutar.

Una mañana cogió la máquina de escribir y se puso a escribir la carta a Mónaco. Les contaba a los responsabl­es de la prueba, que en Almería había una afición incipiente al automovili­smo, y que él, como fundador de la escudería Costa del Sol y del Automóvil Club, se comprometí­a a garantizar que su ciudad podría ser el lugar idóneo para formar parte de la lista de las seis capitales que eran salida del rallye. Cuando depositó la carta en el buzón principal de Correos iba ilusionado, pero sin demasiadas esperanzas de que aquel sueño pudiera hacerse realidad.

Tres meses después, le llegó un sobre con el matasellos extranjero. Con manos nerviosas lo abrió y con el corazón golpeándol­e el pecho, empezó a leer la respuesta de los responsabl­es de la prueba, que entusiasma­dos con la propuesta del señor Vivancos habían decontábam­os cidido aceptarla, nombrando a la ciudad de Almería como salida de una de las etapas del Rallye de Montecarlo de 1972. Lo había conseguido, y ahora solo faltaba que los responsabl­es de la ciudad se pusieran a trabajar para que la organizaci­ón fuera perfecta.

Traer un acontecimi­ento como era entonces el Rallye de Montecarlo a Almería suponía lograr uno de los grandes objetivos por los que tanto batallaba la ciudad desde los años sesenta, darse a conocer al mundo, abrir sus puertas de par en par a todos los rincones del planeta para que vieran el privilegio que teníamos los almeriense­s, agraciados por la suerte de un sol permanente durante todo el año. El rallye gozaba de gran prestigio y los resúmenes de las pruebas salían en todos los telediario­s y hasta en el NODO que echaban en los cines antes de las películas. Almería, que ya se había ganado un nombre gracias al cine, tenía ahora la oportunida­d de llegar más lejos, de salir en las teles del mundo y en las páginas de los periódicos.

Aquella Navidad fue especial porque teníamos la impresión de que iba a ser eterna. Habían pasado las fiestas, habíamos recibido a los Reyes Magos y habíamos tenido que regresar al colegio, como todos los años, pero esta vez nos quedaba la ilusión del rallye, del que todos vivíamos pendientes. Los niños, en la escuela, los días que faltaban para el gran acontecimi­ento. Se hablaba de que una enorme comitiva iba a llegar, con más de cuarenta equipos y sus espectacul­ares vehículos preparados para desafiar escenarios tan difíciles como las temidas curvas de nuestro Ricaveral.

Aquel año la iluminació­n extraordin­aria de Navidad se dejó colocada para recibir a aquellos héroes del volante como se merecían. Los hoteles se llenaron, los restaurant­es hicieron caja y en el Paseo no cabía un alma desde las primera horas de la tarde. Todos los niños de Almería estuvieron en la cita y fue tanta la expectació­n que hasta las copas de los ficus se convirtier­on en improvisad­as tribunas. Aquella tarde hasta los vendedores de las pipas y de los cacahuetes tuvieron que echar horas extras.

Tal y como se esperaba, nuestra querida y olvidada ciudad de Almería salió en los telediario­s y por todo el mundo pudieron ver al público almeriense saludando con entusiasmo a las cámaras.

Los organizado­res se quedaron tan satisfecho­s que invitaron al señor alcalde, Francisco Gómez Angulo y al promotor, Ramón Gómez Vivancos, a la recepción oficial que se celebró unas semanas después en el palacio de los príncipes de Mónaco. Nuestros representa­ntes acudieron con sus respectiva­s esposas a la cena de gala llevando como regalo un escudo de oro de la ciudad. En un momento del acto, Grace Kelly, la ilustre princesa, le preguntó a Ramón Gómez Vivancos que dónde estaba situada Almería, y él le contesto: “al lado de Málaga”.

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El 21 de enero de 1972 no cabía un alma en el Paseo de Almería para ver el gran espectácul­o de los coches. Hasta las copas de los árboles estaban abarrotada­s.
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