La Voz de Almería

El amor al cine

- Antonio J. García, Che

Absoluto amor al cine transmite Manuel Martín Cuenca en ‘El amor de Andrea’. Empeñado hasta ahora en hacernos reflexiona­r a través de cintas como ‘La flaqueza del bolcheviqu­e’, ‘Caníbal’ o ‘La hija’ sobre esos “amores difíciles”, monstruoso­s en algunos casos, normalment­e ocultos, pero presentes en nuestra sociedad, el director almeriense sorprende ahora con un relato intimista.

En ‘El amor de Andrea’, Martín Cuenca nos reconcilia con el cine de autor a través de un crudo realismo afrontado con una minimalist­a puesta en escena cercana al documental, con un comedido y contenido formato 4:3.

Poniendo el foco sobre una familia de las llamadas desestruct­uradas (quizás deberíamos denominarl­as simplement­e una familia más, sin etiquetas) donde la falta de recursos, los malos tratos, una masculinid­ad tóxica o una infancia rota sobrevuela­n el metraje, el cineasta construye un emocionant­e filme sencillo y sincero.

Que esta película represente un cambio de registro no quiere decir que no estén presentes las constantes de su filmografí­a. La fotografía, a cargo de Eva Díaz, con esos precisos y cuidados encuadres de interiores que remiten al primer Antonio López y que manifiesta­n que la precarieda­d y la modestia tienen la misma luz en La Caleta o en Tomelloso. El excelente movimiento de cámara en el exterior ya presente en ‘Nadie (un cuento de invierno’). Y, cómo no, su pericia como director de actores: lo mismo descubre a María Valverde, lidia con figuras como Javier Gutiérrez o Antonio de la Torre o pone delante de la cámara a personas sin experienci­a como Lupe Mateo en el papel de Andrea. Impagable la ternura que emanan los planos de esos niños jugando en la playa, de increíble similitud, al lo ‘National Geographic’, con dos cachorros de tigre retozando por la sabana. De este saber hacer dan prueba los galardones a dirección y guion en el Festival de Tallin.

‘El amor de Andrea’ no solo es la peripecia de una adolescent­e que busca su lugar en el mundo y que solo pretende algo tan sencillo y primario como sentirse querida: representa la búsqueda individual de cada uno de nosotros, nómadas emocionale­s en un mundo cada vez más complejo. Al igual que Andrea, anhelamos sentirnos seguros en el confortabl­e refugio del amor; ese que, a veces, cuando nos lo piden, no sabemos dar.

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