La ninfa y el linchamiento
En su obstinada persecución de la quimera de mostrarse vestida y desnuda a la vez, Cristina Pedroche exhibió en ésta ocasión, en las Uvas, una capa que no era una capa, sino una especie de tiesto vertical, y un traje que no era un traje, sino algo perfectamente inexplicable, pese a lo cual la muchacha trató de explicarlo con toda suerte de detalles. El lema de su performance era ésta vez el agua, la necesidad de preservarla, y por eso su vestido desnudo contenía, al parecer, un 80% del líquido elemento, casi tanta como la que compone el cuerpo de la propia Cristina y el de todo el mundo. Ahora bien; pese a las explicaciones y al concurso de Greenpeace en la confección del traje, el invento no dejó de ser una chorrada.
Pero, chorrada y todo, ésto de la Pedroche fué, tal vez, lo más inocuo de la Nochevieja, en la que, conviviendo con los tradicionales excesos en la mesa, con los comas etílicos, con los grupos friolentos y erráticos sin saber qué hacer de su cuerpo por las calles, con los petardos torturadores de bichos y de personas normales, con las reyertas familiares y los accidentes de tráfico, emergió ésta vez un suceso particularmente espantoso, el del linchamiento en efigie del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en los aledaños de la sede del PSOE en Ferraz.
Al lado de ese Zugarramurdi, lo de la Pedroche, y hasta los “especiales” viejunos de la televisión o los mismísimos petardos, parecían bálsamo de vida.. En Ucrania, Putin celebraba el Año Nuevo a su estilo, destruyendo vidas y ciudades; en Gaza, Netanyahu rivalizaba con él, superándole en criminalidad; en Japón temblaban la tierra y el mar, y en Argentina, los argentinos. Al lado de todo eso, la pamplina de Cristina Pedroche, autoproclamada o proclamada por la mercadotecnia Ninfa Fluvial, nada menos que Ninfa Fluvial, pudo digerirse bien, como el agua.