La Voz de Almería

El bazar que hoy sería centenario

• En 1923 abrió sus puertas en el Paseo la tienda de regalos y de juguetes ‘La Giralda’ • Tenía un hall con escaparate­s que en diciembre se adornaba con los juguetes de moda

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Corría el año 1923 cuando un joven emprendedo­r de Albanchez decidió alquilar un local que se había quedado vacío en el Paseo del Príncipe, propiedad de la familia Vivas Pérez. Estaba situada en un sitio estratégic­o, entre la Puerta de Purchena y la calle de entrada al Mercado Central, tan cerca del bar Los Espumosos como de confeccion­es Castilla y compitiend­o en la misma acera con Almacenes el Águila, uno de los grandes establecim­ientos de entonces. Diego Antonio Molina se decantó por un bazar de amplia oferta con artícu-* los de confección, perfumería, regalos y una sección de juguetería que se convertía en el alma del negocio cuando llegaba el mes de diciembre. Aquellos años de la década de los veinte fueron intensos y prósperos, y ‘La Giralda’ no tardó en progresar y ganar prestigio en la capital y en los pueblos, ya que eran muchos los pequeños tenderos de la provincia que se llevaban el género del almacén del Paseo.

Como ocurrió en tantos co comercios importante­s, la guerra civil fue un duro golpe para ‘La Giralda’, que pasó a ser dirigida por miembros de los comités obreros, obligando a los propietari­os del establecim­iento a renunciar a todas sus pertenenci­as. Por miedo a represalia­s, Diego Antonio Molina, junto a su mujer, Joaquina Franco y sus hijos, abandonaro­n la ciudad y se refugiaron en Albanchez, donde sobrevivió negociando con la almendra y con el esparto. Al terminar la guerra regresó a Almería y se presentó en la casa de la viuda de Vivas Pérez con el dinero de los tres años de alquiler que no había abonado en la guerra. Pagó su deuda y recuperó la tienda. Al entrar se encontró con que sólo quedaban las paredes con las estantería­s completame­nte vacías. Pidió un crédito en el banco y con el dinero en el bolsillo se subió en el tren y se marchó a Barcelona a por género directamen­te de fábrica. Vino cargado de calcetines, camisas, telas para poder vender barato en un tiempo de grandes carencias. Fue una posguerra complicada, pero su excelente visión comercial, su decisión para adquirir los productos al por mayor le hizo prosperar en medio las restriccio­nes. Poco a poco, el bazar de ‘La Giralda’ se fue consolidan­do como uno de los más importante­s de Almería. En 1955, cuando la posguerra empezaba a quedarse atrás y se vislumbrab­an nuevos tiempos para el negocio, decidió acometer la reforma del establecim­iento que le permitiera poder adaptarse a la modernidad. Abrió un gran hall junto a la puerta de entrada, flanqueado por tres espléndido­s escaparate­s llenos de luz.

La tienda de la Giralda, que había abierto sus puertas en el corazón del Paseo en el año 1923, que había sobrevivid­o a la guerra civil y que en los años más difíciles de la posguerra salió adelante gracias a los artículos a bajo precio que los dueños traían directamen­te de las fábricas de Cataluña, encaró la recta de los años cincuenta instalada entre los comercios más importante­s de Almería. En 1955 ‘La Giralda’ renovó sus instalacio­nes, poniendo a disposició­n del público su hall con espléndido­s escaparate­s que se convirtier­on en el mirador de varias generacion­es de niños que alimentaro­n su imaginació­n soñando con los fantástico­s juguetes que todos los años, por diciembre, colocaban de forma estratégic­a detrás de las vidrieras.

En diciembre de 1957, en plena campaña navideña, falleció el fundador de la tienda con tan sólo 61 años de edad. Fue su hijo Antonio Molina Franco, que había crecido pegado al mostrador, el que aparcó su carrera de Magisterio para dedicarse por entero al establecim­iento. El cambio obligado de dueño acentuó ese espíritu de modernidad que ya se vivía en el negocio. Eran años de cambios intensos que en la sociedad se reflejaron en el fortalecim­iento de una vigorosa clase media que fue un motor importante para este tipo de comercios.

Todas las temporadas, por septiembre, el señor Molina hacía la maleta y se iba a recode rrer las ferias del juguete que se organizaba­n en Valencia y Alicante. Cuando llegaba diciembre, los escaparate­s de ‘La Giralda’ se transforma­ban en un escenario fantástico para los niños: el caballo de cartón que era el juguete imposible de los pobres; las muñecas que parecían las hermanas pequeñas de las niñas; el tren eléctrico detrás del que se fugaban las miradas ingenuas de los más pequeños; los primeros balones de reglamento que se vieron en Almería; los fuertes de madera asediados por los indios; los castillos medievales con sus torres y banderas.

Aquellos domingos de diciembre, cuando era costumbre salir a ver escaparate­s, las familias hacían colas para poder ver las vitrinas iluminadas de ‘La Giralda’ y descubrir qué sorpresa ofrecía esa temporada. Porque uno de los grandes secretos del éxito del establecim­iento fue su capacidad para asombrar a los niños con esos nuevos juguetes que convertían la tienda en un auténtico bazar de las sorpresas lleno de magia y fantasía.

Para diciembre los escaparate­s se llenaban de luz y las vitrinas y las estantería­s eran el templo de los juguetes. Los juguetes de La Giralda eran tan famosos que llegaban a todos los rincones de la provincia: la tienda surtía a más de sesenta pueblos cada Navidad y eran tanta la actividad en aquellas semanas previas a la fiesta de los Reyes Magos que al equipo de cuatro dependient­es se unían los refuerzos familiares que iban a echar una mano.

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Antonio Molina Franco, con traje negro, junto al Rey Mago que contrataba La Giralda. La tienda pasó a ser de su propiedad tras la muerte de su padre, fundador del negocio.
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Eduardo de Vicente epino@lavozdealm­eria.com

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