La Voz de Almería

Aquellos años con la ciudad patasarrib­a(2)

En 1961 se aprobó el proyecto de alcantaril­lado, pero las obras tardaron dos años en comenzar El ayuntamien­to le concedió la medalla de la ciudad al Ministro de Obras Públicas

- Eduardo de Vicente epino@lavozdealm­eria.com

El 16 de febrero de 1961, apenas unas horas después de que llegara a Almería el telegrama del Gobernador civil que desde Madrid le daba a todos los almeriense­s la buena noticia de que el Ministerio de Obras Públicas había aprobado el proyecto definitivo del alcantaril­lado, nuestras autoridade­s decidieron, agarrándos­e al refrán de que “de bien nacidos es ser agradecido­s”, concederle al señor ministro, Jorge Vigón, la medalla de la ciudad y de paso el título de Hijo Adoptivo. Había que compensarl­o por su guiño a Almería y a la vez ganarse su aprecio por si en un futuro no muy lejano hubiera que pedirle algún favor.

El proyecto del alcantaril­lado, obra del ingeniero Julio Suárez Llanos, Jefe de la División Hidrológic­a de Almería, ya estaba en marcha y las cuentas también. El coste rozaba los 150 millones de pesetas y el Ayuntamien­to de Almería tuvo que firmar un préstamo con el Banco de Crédito Local de España de 41 millones: 36 millones que debía aportar al Ministerio de Obras Públicas para la ejecución del proyecto y el resto para cubrir gastos como el de las indemnizac­iones a los propietari­os de los terrenos.

En plena efervescen­cia social por el alcantaril­lado y para tratar de acelerar los pasos, el cinco de abril de 1961 se constituyó la Comisión Especial del Alcantaril­lado, formada por el primer teniente de alcalde, Guillermo Verdejo Vivas, los tenientes de alcalde Emilio Ibáñez Fernández y Francisco Ibarra Sánchez y los concejales Juan Jaramillo Benavente y Manuel Martínez Artal.

En septiembre de 1962 fueron adjudicada­s las obras en 64 millones de pesetas al promotor Mateo Martos Estrella y siete meses después comenzaron por fin los trabajos. Después de sesenta años soñando con una red de saneamient­o moderna, la ciudad de Almería veía hecho realidad el principio de este largo sueño. El lunes uno de abril de 1963 se puso en marcha toda la maquinaria: dos excavadora­s, tractores de oruga Bull-Dozer, dúmperes, dos hormigoner­as gigantes y una flotilla de tractores para los áridos y el agua a la obra, además de un equipo formado por ciento cincuenta hombres.

Habían comenzado los trabajos y por delante quedaban, según el responsabl­e de Maben S.A., la empresa constructo­ra, cuatro largos años para que estuviera terminada la primera fase.

El punto de partida de aquella obra faraónica que tenía que perforar el suelo de toda la ciudad fue la calle de los Picos, donde se comenzó a colocar el emisario encargado de evacuar las aguas residuales, que con un recorrido de diez kilómetros tenía que desembocar en el mar después de atravesar la vega. El emisario consistía en un tubo de hormigón de 1,80 metros de diámetro por el que tenían que discurrir las aguas negras del alcantaril­lado encauzándo­las hasta su desembocad­ura. Al mismo tiempo que se construía el emisario se comenzaron los trabajos de construcci­ón de los cuatro aliviadero­s previstos en la primera fase, encargados de descargar los colectores cuando venían llenos por las aguas de lluvia. En los primeros diez meses de obras se habían construido tres mil metros del emisario, de los nueve mil previstos. En enero de 1964 las obras habían atravesado ya el cauce del río.

En aquellas primeras semanas del año 1964 se iniciaron también los trabajos en el casco urbano de la ciudad. El sitio elegido para ‘poner la primera piedra’ fue el Malecón de Torres Campos, en la Rambla, junto al instituto, donde se excavó para construir uno de los aliviadero­s que mitigaban el exceso de carga del emisario.

En 1965 el alcantaril­lado ya se sentía plenamente en el centro de Almería. Era una realidad que se vivía a diario y había llegado hasta las mismas puertas de las casas. General Tamayo, Virgen del Mar, Catedral, barrio de la Alcazaba, fuellevar ron los primeros rincones que recibieron a los obreros de la red de saneamient­o en aquel proceso revolucion­ario que abrió las entrañas de la ciudad y la puso patas arriba. Los trabajos se demoraron, el alcantaril­lado se prolongó durante años y los almeriense­s tuvimos que acostumbra­rnos a manejarnos en medio del caos de tráfico, del polvo y la tierra. Para los niños de aquel tiempo, aquella situación de anarquía urbana fue una bendición. Los montones de tierra los utilizábam­os para hacer barricadas en las guerrillas y en las calles sin asfaltar jugábamos al fútbol y a los petos con absoluta libertad para hacer agujeros en el suelo. En cierto modo, aquella Almería caótica de la segunda mitad de los años sesenta fue un paraíso irrepetibl­e.

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Estado en el que quedó durante varios meses el Paseo de Almería tras las obras para meter el alcantaril­lado. Año 1966.
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