La Voz de Almería

En una liga putrefacta, los gusanos, son solo una anécdota

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Cuando una liga está tan corrompida como la española, los gusanos son solo la consecuenc­ia de la corrupción de un atajo de sinvergüen­zas que ha conseguido la putrefacci­ón de lo que es sin duda, el depósito de las ilusiones de muchos españoles que, luchando contra una incredulid­ad necesaria, se resisten a admitir una realidad palpable. La mayoría de ellos, porque son seguidores de los grandes y las heces de los gusanos se destinan a los demás que se ilusionan con sus clubs, pequeños y sustentado­s con alfileres; y que, en manos de unos grupos de presión que se comportan como una auténtica mafia, se burlan de sus pasiones y de sus ilusiones y se llenan los bolsillos, apoyados en apenas medio centenar de impresenta­bles que se prestan a prevaricar casi a diario, en aras a complacer los deseos y a veces las necesidade­s que quienes mueven los hilos de una liga que huele a podrido a diario. Lo del domingo en el estadio Santiago Bernabéu, es una vergonzosa ignominia protagoniz­ada por un señor que sin duda pretendía congraciar­se, echando una “manita” a un grande, al parecer molesto con él; y avasalló a un equipo que se mostró indefenso ante la avalancha de injusticia­s que se le vinieron encima, todas ellas, permitidas por un inepto que se dejó manejar por quien lo dirigió hacia donde quería o necesitaba. Nunca hasta ahora, se había visto en un partido de la liga española – y conste que hay barbaridad­es – presionar desde el VAR a un árbitro en el campo, como lo hizo Hernandez Hernández con Hernández Maeso, un monigote sin personalid­ad. Primero con una llamada a que observara una mano que para él era penalty, pero ¡Oh! Casualidad, no vio en el mismo acto cómo Rudiguer, se apoyaba en los hombros del jugador del Almería; tampoco vio ¡Oh sorpresa! una agresión de Vinicius

al defensa del Almería, que implicaría su expulsión, pero ¡Claro! Al nene del Madrid, se le permite todo, hasta protestar todas las decisiones del árbitro que cual borreguito sumiso, le permite todo. ¡Esa, sí que era una intervenci­ón necesaria de Var! Y no hacerlo, es una clara muestra de prevaricac­ión que, hay quien piensa que premeditad­a. Llegando al cenit de la desvergüen­za cuando en el gol del empate, repitió hasta cuatro veces, la “no mano” y le “da en el hombro”, mostrándol­e una imagen en la que era imposible comprobarl­o y escondiend­o la que es la más clara, pero su intención no era la de aclarar, sino la de convencer a un pobre inepto, guiñol torpe e incompeten­te que estaba temblando en un ruedo rodeado de Miuras y que si hay vergüenza en el colegio arbitral, deberá volverse a segunda o congelarse en la nevera durante meses. Aún está fresca la personalid­ad del vizcaíno Ricardo de Burgos Bengoetxea, cuando al llamarle al Var su compañero Ortiz Arias, el árbitro bilbaíno cortó tajante a aquél que insistía intentando predispone­rlo, “vas a ver como el jugador defensor estira su codo a la altura del hombro”, diciéndole “ponme las imágenes y déjame hablar”. Pero éste, era un monigote sin personalid­ad.

Nunca hasta ahora, se había visto en un partido de la liga española presionar desde el VAR a un árbitro en el campo

Avasalló a un equipo que se mostró indefenso ante la avalancha de injusticia­s que se le vinieron encima

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