La Voz de Almería

Hijos y perros

- Luis del Val OTR Press

“Te lo he dicho muchas veces, y no me haces caso: no te metas en el barro, que, luego, cuando volvemos a casa, me ensucias las alfombras”. La señora le dirigió una mirada severa al abroncado, y reanudó su camino con gesto altivo. La bronca no era para su hijo, sino para su perro, que llevaba sujeto de la correa, envuelto en un abrigo de perro, que a un niño de Ucrania le podría valer, porque era de buen tamaño.

Desde luego, es mucho más barato tener un perro que tener un hijo. No hace falta ser licenciado en matemática­s. La desventaja es que los perros -salvo excepcione­s- viven mucho menos que los hijos. Claro, que también tiene la ventaja de que el perro no te elegirá una residencia geriátrica de mierda, ni te podrás quejar de que no te viene a visitar los meses de julio y agosto -cuando está de vacaciones­ni le tendrás que pagar un banquete de bodas, cuando matrimonie, matrimonio que, en no pocas ocasiones, concluye a la vuelta de la luna de hiel, y escribo de hiel, porque se divorcian, casi sin haber visto los regalos de boda.

Otra de las indudables ventajas del perro es que, si te vas de viaje complicado, lo puedes dejar en una residencia canina, cuyo precio es ya bastante alto, pero, aunque proteste, nadie te denunciará, cosa que no podrías hacer si dejaras a un niño de diez años en un internado, en contra de su voluntad. El gasto de un niño es tan duradero como su vida, y su comida es mucho más cara, y no te digo el vestuario, aunque parezca que todos se visten de uniforme. Así que las nuevas generacion­es se plantean tener un hijo con numerosas dudas, y caminamos -lentos, pero seguros- camino de la extinción.

En Corea del Sur, una empresa ya ha planteado que abonará con 70.000 euros al trabajador o trabajador­a que haya decidido tener un hijo. Vamos, yo me entero de que mi padre y mi madre cobraron 70.000 euros para que yo naciera, e igual me entra una depresión

Los niños son ya sólo cosa de países pobres. Los pobres dominarán el mundo, no por ser pobres o ser más listos, sino por superiorid­ad numérica.

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