La Voz de Almería

El Legado de Ibn al-Arif

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Como nos ocurre a los que ya vamos cumpliendo años, cuando hablo con alguno de nuestros jóvenes que intentan abrirse hueco en el complicado mundo actual, suelo tirar de mi experienci­a personal. Aunque soy consciente de que las vivencias ajenas raramente son útiles para nadie, yo al menos lo intento. Para ello, recurro a mis recuerdos de joven licenciado recién casado en la Costa del Sol.

Suelo mencionarl­es que, cuando acababa en Benalmáden­a de lidiar con una agotadora sesión en el entonces y ahora salvaje mercado de divisas, ya bien entrada la tarde me desplazaba a Málaga para continuar hasta la madrugada revisando o traduciend­o libros a tanto el original.

Pero a pesar de todo, mentiría si dijera que guardo un mal recuerdo de aquella época. Porque lo cierto es que en ella se esconden las semillas de lo que ha sido mi modesta carrera profesiona­l. Y, si se tratara de una novela, diría que el conflicto se presentó de manera soterrada una fría noche de finales de los ochenta, en las desangelad­as instalacio­nes de Editorial Sirio, mientras luchaba con la traducción de una biografía de Krishnamur­ti. Fue entonces cuando frente a mí se sentó el editor para decirme que tenía planes de publicar una de las obras de cierto autor almeriense del siglo XI.

Tras más de un lustro de estudios literarios entre Almería y Granada, me costó reconocer que no tenía ni la más remota idea sobre la existencia de una potente escuela almeriense medieval (desarrolla­da posteriorm­ente por otra murciana) que influyó poderosame­nte en el desarrollo de la literatura mística del Siglo de Oro español e incluso de la Europa renacentis­ta.

En cualquier caso, como nos suele ocurrir a los malos escritores, a partir de aquella revelación me inventé una fábula sobre la forma en que ha marcado la idiosincra­sia almeriense aquel notable núcleo, heredero de uno anterior de Pechina, que se las ingenió para mantener perfil propio a pesar de las presiones de los poderes foráneos interesado­s en integrarlo­s a toda costa en la ortodoxia cultural de la época.

Por ese motivo, nunca me olvido de aquel núcleo de pensadores y escritores medievales, cuando reflexiono sobre los retos de la raquítica industria cultural indaliana. Sobre todo, en lo que se refiere a la literaria, o más concretame­nte a la narrativa, que utilizo de ejemplo porque aparte de ser la que modestamen­te más conozco, está experiment­ando un notable desarrollo en los últimos tiempos.

Y en este campo, claramente Almería lleva una franca desventaja no solo frente a los tradiciona­les centros motores editoriale­s españoles, que bien sabemos todos juegan en otra liga, sino también con respecto a otros mucho más cercanos como Granada, Cartagena y, por supuesto, Málaga, provincia donde entendiero­n hace mucho que la producción literaria, como el resto de la cultural, es un motor económico y social de primer orden.

A pesar de que en Almería se suceden las generacion­es de autores en número y calidad notables (con la excepción de algún mal aficionado como el abajo firmante), se sigue echando en falta una iniciativa público-privada que proporcion­e una mínima facilidad de encuentro a los autores locales, algo que no es descabella­do pensar que podría servir como revulsivo para que la narrativa almeriense diera un salto cualitativ­o (el cuantitati­vo ya se produjo hace mucho) al cual no soy el único que entiende que está abocada.

No sé qué más se necesita para comprender que la autoedició­n es una opción que cumple una importante función, pero no cubre todo el espectro editorial, que la promoción editorial pública centrada en temas locales es imprescind­ible, pero se queda corta en los tiempos actuales, o que las iniciativa­s editoriale­s locales son encomiable­s, pero no pueden competir sin algún mínimo apoyo en la época de Amazon, Grupo Planeta y Penguin Random House.

Tampoco entiendo muy bien por qué se deja exclusivam­ente en manos de nuestros incombusti­bles libreros el hacer de fuerza tractora de los autores locales. Y si a todo ello unimos el hecho de que, dada la situación de las comunicaci­ones, promociona­r un libro fuera de Almería es algo así como emular a los jinetes de Gengis Khan, no alcanzo a dilucidar los motivos por los que no tenemos un foro de encuentro y promoción para los autores de esta provincia.

Tanto es así, que estoy pensando en pedir a los actuales propietari­os que rebusquen en los fondos editoriale­s de Sirio a ver si quedan ejemplares del

Mahasin Al-Machalis, con el objetivo de distribuir­los entre quienes tienen la obligación de fomentar la cultura almeriense.

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