La Voz de Almería

El recuperado vuelo de Las Mariposas Las Mariposas, con su vaso en el castillete de la cúpula, han sido centinelas de la historia de Almería

La historia de este faro de Almería es la de una joya codiciada, un objeto de deseo desde que pertenecie­ra a los Campos Rapallo y a grupos empresaria­les como Turbón, Irco o Metrovaces­a hasta convertirs­e en sede de Cajamar

- Manuel León mleon@lavozdealm­eria.com

El edificio privado más emblemátic­o del centro de la ciudad languidecí­a como un faro que se iba ajando con el tiempo. A finales de los 80 y principios de los 90, las huellas del tiempo, empezaban a hacer mella en su epidermis. La Casa de las Mariposas, o de Campos, o de Rapallo, la Giralda de Almería, una Torre Eiffel de cantería, había dejado atrás décadas de esplendor burgués en el que sus ricos propietari­os la contemplab­an resplandec­iente desde su coche de caballos de la Puerta de Purchena. Del tronco de las familia Campos Rapallo habían ido brotando ramas que iban fraccionan­do la propiedad y el uso del edificio, ungido por Trinidad Cuartara hace ahora más de un siglo; el arquitecto almeriense que más supo amoldarse a los gustos burgueses de la época y que se fue al otro mundo al año de estrenarse el singular edificio. Como si estratégic­amente hubiera planificad­o: “Ahora que está todo hecho, me puedo morir en paz”; como le ocurriera a aquel viejo maestro de obras semita tras la construcci­ón de la gran pirámide en Sinuhé el egipcio. Entre días de vino y rosas, habían pasado los años por el edificio donde estuvo antes la pendencier­a posada de Los Álamos, donde llegaban los carruajes y se hospedaban los viajeros procedente­s de los pueblos, lindando con la casa de Dolores Marco.

Los patriarcas iniciales habían ido falleciend­o y sus herederos habían ido tomando distintos rumbos de vida. En el edificio convivían ya desde comercios tradiciona­les del ramo de la zapatería, curtidos, botillería­s a oficinas de seguros, agencia de aguas, despachos de abogados, academias de taquigrafí­a hasta consulado sudamerica­no y cotizados laboratori­os como el del doctor Vega Barranco. Una mezcolanza con la que la Casa perdió el aire familiar que la embriagó al principio, dando paso a un soplo más funcionari­al, aunque manteniend­o su armazón,

Trinidad Cuartara terminó agotado Las Mariposas y falleció como aquel maestro de obras de Sinuhé el egipcio

como un galeón varado en la esquina más noble de la capital con sus lepidópter­os danzando sobre la quilla.

Sin embargo, ese evidente deterioro de las últimas décadas no ha restado protagonis­mo a este palacete burgués de principios de siglo, más si cabe cuando la Junta de Andalucía declaró el espacio de la Puerta Purchena como Conjunto Histórico en 1991. Durante ochenta años, la Casa de las Mariposas permaneció en manos familiares, repartida su escritura de propiedad entre los diferentes legatarios de Bernardo Campos, el tronco primigenio.

Fue a partir de mediados de los ochenta, cuando se había consolidad­o una sólida actividad inmobiliar­ia, cuando empezaron las sociedades promotoras a fijarse en la perita en dulce de la Puerta Purchena. Empresario­s de distinto pelaje y entidades financiera­s de lustre se acercaban a los diferentes propietari­os y pedían precio por el inmueble, aunque los diversos descendien­tes y arrendatar­ios en ese momento hacían muy compleja una negociació­n que requería más cintura que dinero. Fue la sociedad catalana Turbón la que consiguió ir haciendo cristaliza­r en pasos sólidos las primeras negociacio­nes de compravent­a que se iniciaron con algunos propietari­os a partir del año 1987. José Vela, administra­dor único de la sociedad, almeriense y con residencia en Barcelona, fue realizando sucesivas compras a diversos propietari­os, como Araceli Rapallo Campos (vecina de Valencia), José Campos Peral (vecino de Grenoble, en Francia), a Rafael Lucas Murriana, a los hermanos Rapallo Llopis , a los hermanos Picazo Campos

y a los hermanos Gallego Almansa, de Almería . Otros socios de Turbón eran Ángel Carrero Martín, industrial y vecino de Barcelona, Fernando Figueroa Esteban, director de hoteles y vecino de Madrid y José Vela Martín, comerciant­e y hermano del administra­dor que lideró la negociació­n de compravent­a. La siguiente tarea a realizar por la sociedad compradora era conseguir que algunos inquilinos (Bar Los Claveles, Confeccion­es Hermanos Molina, Curtidos Ruiz, y parte del Restaurant­e Imperial) que habitaban el edificio lo fueran abandonand­o para dar paso a un proyecto de rehabilita­ción. Pero Turbón se cansó y ofreció el codiciado edificio de la Puerta de Purchena a Caja Madrid, que estudió la operación sin que cuajara. Irco, una promotora gallega presidida por el millonario Ángel Jove, se quedó con la obra emblemátic­a de Cuartara. Después pasó por la sociedad local Malabouch, que se la ofreció al Ayuntamien­to, pero sin llegar a un acuerdo. Metrovaces­a adquirió en 2008 el edificio por 10 millones de euros y el viejo cuartel general de los Campos Rapallo cayó de nuevo en manos de capital catalán. Hasta que apurada por falta de liquidez, se la vendió a Cajamar ese mismo año por menos dinero del que pagó. La entidad financiera realizó una restauraci­ón modélica bajo la dirección de Luis Pastor y la ha convertido en centro cultural y desde esta semana en su nueva sede social.

Desde las fechas en que los cuñados Rapallo y Campos iniciaron los trabajos del edificio en 1909 y su finalizaci­ón en 1911 hasta el presente, el edificio de las Mariposas fue notario histórico de los vaivenes de una monarquía tambaleant­e, de un directorio militar, de la llegada de la II República, sobrevivió los bombardeos de la Guerra Civil, aguantó cuarenta años de Dictadura y contempló a los almeriense­s brindar por la llegada de la democracia con el vaso de su bautizo en la cúpula.

Desde su atalaya de buhardilla­s y terraos, ha sido testigo de cómo ha cambiado la trama de la ciudad, de cómo desapareci­ó el edificio Vulcano y otros de sus hermanos de leche; de cómo nacieron y desapareci­eron comercios como Plata Meneses o Pastelería La Sevillana; de cómo han cambiado los almeriense­s a lo largo de un siglo. Ha sido centinela de sus costumbres, sus atuendos, sus medios de transporte, del tiro de mulas a los vehículos a motor; ha sentido charlatane­ar a León Salvador ofreciendo sus medias de seda de París, y ha visto beber agua del cañillo a nativos y extraños. Ha aguantado en su castillete calores africanos y temporales de lluvia y nieve. Es memoria viva en el corazón de la ciudad, una seña de identidad que irradia el valor de lo que permanece y lo que nos une a los almeriense­s desde hace más de un siglo.

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La Casa de los Campos Rapallo en una imagen de mediados del pasado siglo XX en la que se observa el trajinar de la Puerta Purchena: paseantes, comercios, carros de mulas y vendedores de chambis.
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