La madrugada del Jueves Santo la Catedral sufrió un aparatoso incendio
Han pasado veintiocho años, desde que Almería viviese su semana santa más triste, excepto la de 2020 y 2021 por la pandemia del Covid. Un incendio en una de las alas del recinto de la Catedral provocó la alarma entre los almerienses, viviéndose numerosas escenas de dolor por parte de los cofrades y feligreses. No habían pasado apenas cuatro horas desde que los últimos miembros de la Cofradía de la Hermandad del Prendimiento, diesen los últimos retoques revisando los tronos que acababan de “encerrar” en una de las alas de La Catedral, después que el Cristo de Medinacelli y la Virgen de la Merced llenasen de fervor religioso la noche del miércoles santo y las primeras horas de la madrugada del Jueves Santo, el 4 de abril de 1996. Los cofrades estaban orgullosos, que el Cristo de Medinacelli volviese a recorrer las calles de la capital junto a su madre, y los almerienses se volcaron esa noche con la procesión.
El incendio de los tronos de ambas imágenes supuso además del gran valor religioso y afectivo, unas pérdidas económicas superiores a los cien millones de pesetas. Junto al valor histórico del manto de la Virgen de la Merced. con el nombre de todas las personas fallecidas que costearon el manto, su desaparición suponía todo un trabajo acumulado de mas de veinte años invertidos en los tronos, imágenes, bordados, etc.
Además del incendio de los pasos, ardieron varias valiosas pinturas afectando a parte de la estructura de la catedral por las llamas y la profunda humareda desencadenada por el incendio.
Mal recuerdo La Semana Santa de 1996 será recordada siempre por ese espectacular incendio ocurrido la madrugada del Jueves Santo. El incendio se descubrió a las nueve menos cuarto de la mañana del Jueves Santo por uno de los encargados de la apertura de la Catedral, quien nada más abrir la puerta quedó envuelto por una densa humareda.
Sin capacidad de reacción sorprendido por las cortinas de humo que le impedía adentrarse en el templo para conocer algún detalle más sobre las proporciones del siniestro, una vez recuperado, desde un local cercano informó al 092 de la Policía Local y de manera simultánea a los bomberos y Policía Nacional. A la llegada de los efectivos los dos pasos de la cofradía que se encontraba en el trascoro de la iglesia, junto al monumento del obispo Diego Ventaja. ya estaban prácticamente destruidos.
Daños Solo un par de farolas se mantenían en pie en el trono del Cristo de Medinacelli arrasado por las llamas. Del trono de la Virgen de la Merced solo se salvó, aunque bastante deteriorada, la estructura del mismo. Tres cuadros de gran valor que recubrían las paredes de esta parte de la iglesia fueron pasto de las llamas. A las diez y veinte minutos, una hora más tarde de ser alertados los bomberos, que utilizaron equipos autónomos de respiración para sofocar el incendio, quedaba controlado el fuego. Nada más trascender la noticia fueron numerosas las escenas de dolor y rabia contenida que vivieron los miembros de la cofradía, así como fieles y curiosos atraídos por la presencia de los bomberos, que tuvieron que situar uno de los vehículos de actuación en la misma puerta principal de la catedral, mientras la Policía acordonaba la zona con bandas de seguridad para impedir el acceso a la iglesia. Una de las primeras personas en personarse en la Catedral, fue el obispo de la Diócesis, Rosendo Álvarez Gastón que con el rostro demudado parecía no dar crédito a lo ocurrido. El obispo impartía serenidad a los desconsolados cofrades. “Es un disgusto muy grande. No solo para la Hermandad, sino para todos los devotos”, éstas fueron sus primeras palabras, antes de que oficialmente el Obispado remitiese a los medios de comunicación de Almería un comunicado informando sobre lo ocurrido.
Las causas del incendio se decantaron por una vela mal apagada o un rescoldo, ya que no se utilizaba en los tronos ningún tipo de material eléctrico. Hasta las once de la mañana de ese día en que se cerraron las puertas de la Catedral, las escenas de pesar entre los cofrades se repetían. El hermano mayor, José Miras Asensio, no podía articular palabra. Costaba trabajo mantener la calma y la serenidad.