La soledad de su eco
El viento nos ha privado estos días de silencios necesarios. Quizás por eso he recordado el poema de Neruda ‘A callarse’: “...Por una vez sobre la tierra / no hablemos en ningún idioma, / por un segundo detengámonos, / no movamos tanto los brazos.” El chileno nos invita a echar el freno en el ascendente ruido en que nos encontramos. Nos hace conectar con nuestro ser, con la naturaleza que no muestra silencio sino sosiego, con la Tierra misma “...tal vez la tierra nos enseñe / cuando todo parece muerto / y luego todo estaba vivo.”
Pero nos empeñamos en vociferar por encima del otro y a contracorriente de uno mismo. La inteligencia real está en decir lo justo y hacer lo máximo, porque quienes ladran constantemente no tienen capacidad argumental. Se debe pues acallar las voces indeseables con acciones nobles y palabras audaces.
Y no se trata de silenciar a nadie, ya hay quienes lo pretenden con periodistas libres, que pagan un alto precio al no callar ante los desmanes y amenazas del poder. Ya hay quienes callan eternamente por decisiones inhumanas, como en las residencias madrileñas en pandemia, o los ahogados cogiendo paquetes de comida lanzados desde aviones en las playas de Gaza estos días, y es que, seguía Neruda: “A callarse…/ Los que preparan guerras verdes, / guerras de gas, guerras de fuego, / victorias sin sobrevivientes…” Cuánto deberíamos callar, y sin embargo seguimos chillando.
“...tal vez un gran silencio pueda / interrumpir esta tristeza…”, un silencio como bocanada evocadora de la existencia de verdad y solidaridad con el otro para atender sus necesidades. Un silencio donde el ladrido resuene con más fuerza y termine perdiéndose en la soledad de su eco.