La Voz de Almería

“La carta como concepto de escritura ha sido sustituida por el WhatsApp”

- JUAN ANTONIO CORTÉS

Fue el caballo el primer amigo fiel que ayudó a transporta­r los correos de reyes y nobles. 1765: nace la figura del cartero. En 1779 se crean las caxas, lugares para atender a la gente. Por el sistema de postas llegan los primeros correos a Almería. Principios del siglo XVI (Antonio Sevillano). La ruta 97 iba de Granada a Murcia, con dos postas almeriense­s: Vélez Rubio y la Venta del Marqués (Chirivel). La ruta 101, de Jaén a Almería, con postas en Fiñana, Doña María, Venta Dalcober y Almería capital. Y la 102, de Almería a Toledo. Luego llegaría el servicio de Correos (1716). Y ahí cambia la historia. Y la intrahisto­ria de las ventas, claro, en cuyos lares estaban las postas, hospedería­s en lugares de paso con sus mesones, tabernas y puestos de aguardient­e. Con el Trienio Liberal, asoma Almería como provincia, confirmada en 1833. Aumenta la periodicid­ad y mejoran las comunicaci­ones postales, pero el caballo sigue llevando las cartas. En 1856 el sello es ya una obligación –el primero, con la reina Isabel II, de 1850-. Un año después, Almería deja de depender de Granada y se erige en administra­ción principal. Eso sí, de tercera clase. Doce mil reales cobraba el administra­dor. 1.500, el ordenanza. Y así se escribe la Historia Postal Almeriense (Francisco Javier Gutiérrez Gómiz, IEA). Cartas de amor, de migrantes que se fueron, de hijos en la guerra, de facturas sin pagar, de confidenci­as y de guiños. Como aquel primer sello dedicado a Abderramán III. El de Alfonso VII. El de Isabel la Católica. O los de Nicolás Salmerón y Alonso y Francisco Villaespes­a Martín. De escudos y de postales, matasellos y tarjetas de Navidad. Este 6 de mayo es el Día Mundial de la Filatelia y queremos recordar su legado.

El Penique Negro (Reino Unido) fue la primera estampilla postal (1º de mayo de 1840). Antes del sello, ¿cómo se pagaba un envío? Se hacía una cosa curiosa. Los envíos los pagaba el que los recibía, no el remitente.

¿Las cartas las pagaba el destinatar­io?

Cuando las recibía... Había que acercarse a las oficinas. Allí había una lista, mirabas y comprobaba­s si había una carta para ti. Se creó la figura del lector de listas porque no todo el mundo sabía leer y escribir.

Aquello debió de ser una revolución: democratiz­ó el envío de postales y cartas... La primera revolución fue la unificació­n de las tarifas, que facilitó la llegada del sello. Y las marcas, que indicaban el lugar de procedenci­a de la carta. Almería perteneció a las marcas Andalucía Alta y

Andalucía Baja. Eran tarifas según el sitio de referencia.

Usted ha sido jefe de la Oficina de Correos de Almería. ¿Qué cartas y sellos guarda con celo?

Guardo no solo los sellos. Colecciono tarjetas prepagadas, matasellos conmemorat­ivos, postales... Todos tienen su historia.

El primer sello dedicado a un almeriense fue el de Salmerón. Se hizo en la II República. Conmemoran­do a personajes de la I República. Se hicieron hasta cinco sellos. De 15 y de 50 céntimos. Unos ocho millones de ejemplares tuvo la tirada.

El sello se convirtió en moneda durante la guerra civil española.

Se habían hecho experienci­as, pero aquí en España se desarrolló por necesidad. Hubo un momento en el que había problemas con el metal y se usaron cartones con el escudo para ponerles el sello. Se convirtier­on en monedas de bajo valor en el bando republican­o para comprar carne, pan...

1969. Sello de 50 céntimos sobre la Alcazaba. Asoma el turismo...

Fue un sello de Correos dentro de sus series, que se hacían con una intenciona­lidad. Se buscaba la promoción turística. Digamos que el sello siempre ha sido promoción.

Pero hacer un sello no era cualquier cosa. Ni lo hacía cualquier persona.

Los sellos los hacían profesiona­les grabadores, que eran funcionari­os por oposición. Eran verdaderas obras de arte. El grabador cogía una plancha de hierro y realizaba 100 sellos para cada uno de los pliegos. Repetía 100 veces el sello con un punzón y la lupa.

Castillo de Vélez Blanco: 2,50 pesetas. Cable Inglés, 0,52 euros. Los Millares, 0,29. No son sellos. Es nuestra historia.

Realmente, el sello permitía difundir el patrimonio a nivel nacional e internacio­nal. Piensa que llegó a haber unos 50 millones de filatélico­s. Y no hace tanto, unos 30 o 40 años.

Aniversari­os, efemérides. Qué era una impronta publicitar­ia...

Las cartas se matasellab­an sencillame­nte o se podía hacer con una impronta publicitar­ia. De esa manera, se difundía. Era un medio publicitar­io.

¡Cuánto le debemos al caballo, no!

Fue el elemento básico para el desarrollo postal en el mundo. Los reyes o nobles mandaban a personas a caballo a llevar las cartas. La revolución es cuando nacen las postas, sitios donde descansan los caballos y relevan al correo.

¿Y con las postas, las posadas: las ventas?

Se genera un sistema en el que, cada equis kilómetros, el caballo y el correo descansaba­n. Se relacionan las postas con posadas, aunque no siempre fue así.

Con Internet, las cartas románticas, entre amigos y familias o las postales navideñas... casi han desapareci­do.

Ahora mismo, la carta como concepto de escritura ha sido sustituida por el washapp. En el washapp la informació­n es muy escasa. En la carta, que costaba dinero y tiempo, se pensaba muy bien qué y cómo se escribía.

Se pagan locuras por algunos sellos. ¿Qué podría costar el sello de la reina Victoria? El One Penny... No lo sé. La filatelia centrada en el plano económico me gusta menos, pero un sello de Nicolás Salmerón de color rojo valía hace un tiempo unos 2.000 euros.

Hay periódicos que siguen usando el nombre de “correos”...

Porque es una reminiscen­cia de un viejo sistema para dar informació­n.

Volvamos a Almería. ¿Habrá sello del AVE? Tendrán que proponerlo.

¿El próximo?

El próximo será el de Carmen de Burgos. Lo solicité yo a Correos y lo han concedido. Podría ser el 30 de mayo.

Un día de verano, al caer la tarde, un par de amigos descubrimo­s una aldea casi abandonada cerca del Cortijo del Marqués, entre Benizalón y Tahal. Husmeando, entramos. Había allí, en un baúl de madera, un haz de cartas con letras azules escritas a mano. Eran las cartas de un hijo a su madre. No te preocupes, le decía. Volveré. El hijo, en las trincheras de la guerra. La madre, en la penumbra del miedo y la nostalgia. Dejamos en su sitio las cartas pensando que, tal vez, aquel hijo sí volvió. Nunca lo supimos. El techo de aquellas paredes se cayó, pero ni el tiempo ni la memoria pudo con el amor filial-maternal. No eran cartas. Era la vida.

“Tarjetas prepagadas, matasellos conmemorat­ivos, postales... Todos tienen su historia” “Los sellos los hacían profesiona­les grabadores, que eran funcionari­os por oposición”

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Francisco Javier Gutiérrez.

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