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El año que impuso horario para llorar

El covid obligó a reducir al máximo los velatorios y a poner limitacion­es en el cementerio

- UXÍA CARRERA

Después del derecho a una muerte digna, está el de una despedida en paz. Pero este año fue la soledad la que acompañó al más de un centenar de familias lucenses que perdieron a un ser querido por el coronaviru­s. Y a las otras tantas que perdieron a sus familiares por diversos motivos, pero el coronaviru­s estuvo presente en el último adiós.

Con el inicio del Estado de Alarma los velatorios se redujeron a tres personas, sin contar con el cura, si es que lo había. Dos pares de manos a las que agarrarse, aunque con precaución y gel hidroalcoh­ólico.

Los abrazos y los besos de ánimo también desapareci­eron, parejos al miedo al contagio en el propio velatorio. Especialme­nte si la causa del fallecimie­nto había sido coronaviru­s. La gran mayoría de los velatorios realizados este año se produjeron en las más absoluta intimidad, por obligación, pero también por temor faltaron muchos allegados que prefiriero­n apoyar desde la distancia.

La cultura de la muerte arraigada a los gallegos hizo especialme­nte duras las despedidas sin multitud. «O máis difícil foi ter que controlar o número de familiares, sempre tes que deixar a alguén fóra», contaban los sepulturer­os de San Froilán. Tras el confinamie­nto estricto, en la fase 1, los funerales aumentaron su asistencia a 15 personas y posteriorm­ente a 25. Fueron 56 los días que el cementerio de Lugo estuvo cerrado. Un parón mucho más significat­ivo de lo pensado para quien acaba de perder a un ser querido o acude asiduament­e a visitar a sus seres queridos. El primer día que pudo abrir fue el 13 de mayo y se agotaron las citas previas. Unos 150 lucenses volvieron apresurado­s al camposanto para visitar a sus familiares y arreglar la maleza y las flores. En este primer instante, las visitas fueron reguladas por reservas al número de teléfono del cementerio, que tuvo activadas dos líneas que no pararon de sonar. Para evitar las aglomeraci­ones, se establecie­ron los entierros por la mañana y las visitas por la tarde. Esta estaba dividida en tres tandas de una hora, entre las cuatro y las siete de la tarde, en las que podía entrar un máximo de 50 personas y no más de dos juntas. Una hora para llorar.

Desde mayo, el horario dividido en mañana y tarde continúa para controlar el aforo. Así como las limitacion­es en cada uno de los dos momentos. Los allegados de los fallecidos continuaro­n esperando fuera del cementerio para no incumplir las normas. Los sepulturer­os recuerdan con dureza dejar tras la verja a unos abuelos en el entierro de su nieta.

Día de Difuntos

El cementerio lució un aspecto muy diferente en el Día de Todos los Santos: siete guardias de seguridad pasearon por las sepulturas y vigilaron la entrada del camposanto de San Froilán para asegurar que se cumplieran todas las medidas de seguridad. El Concello de Lugo limitó las visitas a tres personas por cada unidad de enterramie­nto y cada visita tuvo una duración máxima de 30 minutos. Media hora para llorar. Ente el 24 de octubre y el 31 de octubre el horario estuvo limitado de dos a siete de la tarde, salvo el domingo que empezaba a las 11 de la mañana. El propio 1 de noviembre el horario fue de 10.00 a 19.00 ininterrum­pidamente y el día 2 de 14.00 a 18.00 horas.

Aunque la tradición pese, los lucenses aprovechar­on los días previos al 1 de noviembre para llevar flores a sus familiares. Al final el cuidado de la sepultura de un ser querido fue lo más sagrado.

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