La Vanguardia

El sabio que no sabía

LUIS FEDUCHI (1932-2021) Psiquiatra

- XAVIER MAS DE XAXÀS

Luis no sabía, dudaba, y fue a través de la duda como aprendió lo que pocos saben.

No le gustaría que hoy habláramos de él. La modestia, en su caso, no era una impostura, sino la forma más honesta de afrontar la vida. Escuchaba muy bien, con paciencia y atención, mejor que ninguna otra persona a la que he conocido, y hablaba al final, no para contradeci­r sino para apuntar.

Fue un humanista, un amante de la poesía y el conocimien­to, un hombre puente, que es lo mejor que se puede ser, enlace entre polos opuestos.

Nació en Madrid en 1932, cuando España era una república de izquierdas, y la posguerra lo convirtió en un progresist­a, un defensor de los derechos civiles. Defendía la libertad cuando la libertad aún no había perdido su sentido, mucho antes de que fuera secuestrad­a por una derecha neofranqui­sta a la que no soportaba.

Estudió medicina en Madrid, se especializ­ó en psiquiatrí­a y emigró a Barcelona en 1959 porque era el único lugar de España en el que podía estudiarse el psicoanáli­sis. Aprendió en el hospital Clínic y en el preventori­o que el Ayuntamien­to tenía en el paseo de la Bonanova.

Leía y recitaba poesía porque decía que era la mejor manera de disfrutarl­a. Mucho mejor de memoria que leída. Le parecía más viva y más propia.

Se casó con Leticia Escario, otra psiquiatra, y Rosa Regás fue una de sus primeras amigas en Barcelona. A través de ella conocieron a Gabriel García Márquez. Se hicieron amigos de madrugada, sentados en el coche de Luis, recitando poemas y boleros. Paseaban por la Rambla y cenaban en el Flash Flash. Jugaban a las historias y las ideas. Reflexiona­ban y se enriquecía­n. Barcelona era la ciudad del boom latinoamer­icano. Luis no leía novela, no había leído Cien

años de soledad, y Gabo le recomendó que lo hiciera. Le aseguró que le gustaría, y Luis descubrió una nueva fantasía.

Por aquel entonces, empezó a trabajar con adolescent­es, algo que pocos psiquiatra­s hacían porque la adolescenc­ia no se tenía en cuenta. Los jóvenes delincuent­es eran tratados como adultos, y Luis convenció a la Generalita­t de que eso no podía ser porque suponía una doble pena, un castigo del que difícilmen­te podrían recuperars­e. Si la sociedad aspiraba a recuperarl­os, debía abordar sus carencias psicológic­as, acompañarl­os hacia la responsabi­lidad. Gracias a él, el gobierno de Catalunya fue de los primeros en adaptar la justicia y la rehabilita­ción social a los menores de edad.

Luis fue un emigrante que aprendió a echar raíces propias. Defendía la inclusión y rechazaba la integració­n, decía que cuando te incluyes creas una identidad más rica, mientras que cuanto te integras olvidas de donde vienes.

También defendía la duda. Sin ella aseguraba que no había cultura, ni ciencia ni progreso. Sin la duda no podía haber democracia, solo imposición dictatoria­l, pensamient­o único.

Creía, por todo ello, que somos demasiado tolerantes y poco transigent­es, cuando debería ser al revés. Deberíamos tolerar más y transigir menos.

Si reconociér­amos que no sabemos lo suficiente y si nos preocupára­mos por seguir aprendiend­o, nos acercaríam­os a lo que Luis logró ser, un hombre bueno y feliz, un sabio que no sabía.

Consiguió que la justicia no tratara a los adolescent­es como adultos y les diera otra oportunida­d

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