ORIOL PAULO
Hablamos con el director de El inocente, el ambicioso thriller de Netflix, cuyo estreno está a punto de caramelo.
Todos los entresijos de El inocente en esta entrevista a su director. La cuenta atrás para su estreno ya ha empezado.
DeDe profesión? Explorador. De lugares recónditos, oscuros, difíciles, convulsos, pendientes, intransitables, mentirosos, en sombra… Eso es Oriol Paulo. Un director para el que no existen ni blancos ni negros, sino gamas de grises. Eso sí, grises sucios e insondables. Es feliz visitando el lado oculto de la Luna. Poner el foco en lo que nunca vemos. Y si está sin barrer, mucho mejor. No es de superficies abrillantadas. Prefiere o rascar o levantar las alfombras… Pero no por limpieza, sino por curiosidad. Ese es su leitmotiv. “¿Sabes eso que dicen de “no juzgues a la persona que tienes delante por lo que ves porque no sabes aún la historia que está cargando? Pues yo lo creo. Mis personajes van todos siempre con una mochila que pesa mucho. A mí, me interesa ver qué hay dentro de esa mochila”. Hablamos con el director de
El inocente, el ambicioso thriller de Netflix en el que Mario Casas y Aura Garrido intentan darse una segunda oportunidad. Si es que sus fantasmas se lo permiten…
“Estoy localizando exteriores”, te advierte con la voz entrecortada, e intuyes que está buscando un claro en un bosque de coníferas para contestarte mientras una espesa neblina se enreda entre sus botas de montaña. Porque en las historias de Oriol Paulo no hay soles
que aplanan, no. Esos soles mediterráneos blancos como huesos blancos de dinosaurio. Para nada. Lo suyo (en A contratiempo, El cuerpo, Durante la tormenta) son los cielos cubiertos. Las nubes negras. Cuenta que su cine nace de esos referentes americanos y nórdicos pese a que Barcelona sea siempre una protagonista más de sus historias. Quizás porque si algo tienen en común estos puntos geográficos es, si no el frío, sí la introspección, el sentido del seny.
“Fue uno de los cambios que le propuse al autor. La historia se iba de Estados Unidos a Barcelona, reconocible para el público español, pero a la vez, otro espacio, universal. Ahí comenzó el proceso de adaptación. La ciudad y todos y cada uno de los personajes iban a ser protagonistas”. El autor es Harlan Coben, especialista en enfrentarte como lector a enigmas irresolubles y en convertirse como demiurgo en el abogado del diablo de causas ética o políticamente reprobables. “Harlan fue, desde que nos vimos en Nueva York, un gran punto de apoyo para desarrollar la serie. Y el primero en leer la biblia, los guiones y en ver los capítulos montados. Está encantado con la serie”, asegura Oriol, que descubrió al norteamericano a través de la adaptación francesa No se lo digas a nadie.
“En la novela encontré muchos puntos de anclaje que reconocí como propios, cosas que también están en mi universo”. Es decir, preguntas sin respuesta, arenas movedizas, apariencias falsas, crímenes irresueltos o culpables que no lo son… “El salto al vacío era más cómodo”, confiesa el catalán. Y a eso sumó una de sus obsesiones y la multiplicó por cada personaje. Porque sí, la historia iba a girar en torno a Mateo, vale, pero no se iba a quedar ahí. Iba a enfocar al gentío que lo rodea. Perdón, iba a radiografiarle, ver sus huesos y entrañas. Y con su obsesión, no lo olvidemos, como rayo X: “El peso del pasado”.
“La búsqueda de la segunda oportunidad, esa necesidad de redención, de intentar acabar de enterrar el pasado para poder resarcirte y poder seguir adelante. Eso es lo que yo buscaba desarrollar. Cómo, muchas veces, tienes que ajustar cuentas con tu propio pasado, contigo mismo, con lo que fuiste, para poder abrir luego esas puertas que te conducen hacia un futuro. En el original, el peso del pasado de los personajes protagonistas es muy heavy y, hasta que no lo resuelven, no pueden dar ningún otro paso. Eso ya estaba en la novela. Pues bien, mi reto era que ese mismo peso estuviera en todos y cada uno de los personajes y también esa búsqueda desesperada por la segunda oportunidad”.
La historia comienza con un chaval que, una noche, se mete en una pelea para mediar y, en un sí y no es, termina con las manos manchadas de sangre. Es condenado por homicidio y nueve años de cárcel después, cuando parece que puede retomar su vida junto a la novia que le esperaba a la salida, una llamada telefónica trunca todas sus expectativas y, por supuesto, con las ideas preconcebidas del espectador que está pegado a su silla. Especialmente, cuando ese chaval y esa novia tienen el cuerpo y la cara –y qué cuerpo y qué cara– de Mario Casas y Aura Garrido.
¿Actores fetiche tal vez? “(risas) Con Mario tenía muchas ganas de volver después de trabajar con él en
A contratiempo. Es un currante nato. Me alegro muchísimo del Goya que ha ganado porque es un tío que se implica a un 200% en todo lo que hace. Y con Aura, me pasaba un poco lo mismo. Desde El cuerpo no había podido volver a encontrar ese personaje idóneo para ella. Así que, cuando me cayó la novela en las manos y la leí, lo primero que dije a nivel casting fue “Quiero a Mario y quiero a Aura”. A partir de ahí, que ya tuve a mis actores fetiche, el reparto se completó con actores con los que me apetecía mucho trabajar como Alejandra (Jiménez) Juana (Acosta) o Martina (Guzmán). Además de Susy Sánchez, que ha sido un amor. No me puedo quejar del casting porque es maravilloso”.
Con ellos construyó milimétricamente el engranaje de esta serie cuyo funcionamiento es tan exacto como el detonador de una bomba. Tanto es así que a sus actores no les cabe en la cabeza que en la de Oriol, sin embargo, todo esté escrito, priorizado en rojo y subrayado con un Edding amarillo fosforescente. “(Carraspea tímido). Imagino que se refieren a que la serie es tan compleja y con tantos puntos de vista que, de entrada, el volumen se ve tan heavy, que asusta. Incluso para mí, porque me dije “esto va ser un Cristo de rodar…” pero, una vez que te pones, es cuestión de ser preciso y estricto a la hora de respetar estructuras y lo que está escrito. Aún así, en esta serie, les he dado mucha libertad también para que se soltaran. Buscábamos una verdad muy de aquí y del ahora. Hemos jugado mucho”.
Porque esa es una pregunta. Estos giros de guion, ese ritmo trepidante, con esos diez primeros minutos de cada capítulo con más de 70 secuencias concatenadas, rollo el monólogo de Trainspotting, esos callejones sin salida, esas pistas falsas… ¿son juegos como los de Mankiewicz en La trama o responden a algo más?
“Obviamente, hay una parte de juego, de divertirte cambiando las piezas como si fuera un niño, pero, al final, lo que más me atrae es hablar de lo que se esconde detrás de esas piezas, de la sombra. Supongo que porque detrás de la sombra siempre hay una historia universal”.
Pero toda historia universal, por muy gorda que sea, al final, en una película acaba reduciéndose (Lo que el viento se llevó y Ben-hur aparte) en 120 minutos a lo sumo con lo que, una mirada, a veces, resume 20 páginas de una novela, que esa es también la magia del cine, por otro lado…. Aquí, la historia se ha dividido en ocho capítulos y, cada uno, relata Oriol Paulo, está concebido y estructurado como una minipelícula. “Era una oportunidad. Podía contar la historia y abrirla a la coralidad de los personajes. Podía entretenerme en ellos, en las situaciones, narrar la tortura de Mateo sin tenerla que resolver en una secuencia…. Tenía ¡8 capítulos! para darle rienda suelta… Un placer”. Y en el placer, a ver, se está tan a gustito que hay cosas que surgen sin querer. “Y descubres que hay personajes que crecen y crecen… como fue el caso del de Juana Acosta, que entró ella en él y dio una explosión más allá de lo que estaba escrito”.
Dos semanas después del último golpe de claqueta, Paulo ya se metió en otra historia (la que está localizando, obvio). Que lo natural, dice, es que las historias te vayan abandonando poco a poco, o que las vayas dejando marchar. En este caso, hubo que forzarla a largarse. No hay que darle rienda suelta a la locura 1) y 2) Bárbara Lennie le estaba esperando.
Ella, otra de sus musas, será parte de la nueva historia que tiene entre manos. Los lectores también la conocen, Los renglones torcidos de Dios, una novela de la que, asegura, el personaje protagonista le ilusiona tanto que el cambio de chip ha sido coser y cantar… Y que ante el proyecto que le pusieron delante (del que calla como Belinda), el “no” no era una opción posible. Estará ocho semanas con el ojo detrás del obturador. Y sin parar. “Bárbara me lo dice siempre, pero ¡vas a hacer taaaantos planos? Y sí. Soy un director que ruedo mucho. Los necesito todos”.
“La búsqueda de la segunda oportunidad, esa necesidad de redención, de intentar acabar de enterrar el pasado para poder resarcirte y poder seguir adelante. Eso es lo que yo buscaba desarrollar”.