La Razón (Madrid) - Lifestyle

ÁLVARO RICO

- Por Miriam Rubio Foto Manu Bermúdez

De una escuela ficticia al éxito. Conocemos mejor a toda una estrella con solo 24 años.

El actor está estos días inmerso en la gira de la obra teatral Dribbling que seguirá dando mucho que hablar durante los próximos meses. Charlamos con él sobre esta vuelta a los orígenes interpreta­tivos, de su papel en la serie Alba, pero también la fama, de cómo mantener los pies en el suelo y de cómo Élite ha marcado un antes y un después en su vida.

TieneTiene solo 24 años, pero su fama le precede allá donde va. Cuatro años con la agenda llena de proyectos y 6,5 millones de seguidores en las redes sociales dejan patente que, a pesar de su juventud, Álvaro Rico ya es toda una estrella. La culpa la tuvo una serie de televisión que llegó como una locomotora en 2018 e hizo que, a partir de entonces, todo fuera mucho más deprisa. Ese trabajo fue Élite,

una ficción que Netflix estrenó en octubre de 2018 y en la que contaba la vida de un grupo de estudiante­s en el exclusivo colegio Las Encinas. De esa escuela ficticia no sabemos si se pueden sacar muchas enseñanzas, pero sí que ha salido toda una generación de actores de éxito, entre los que, claro, se encuentra Rico.

“Élite nos ha dado mucho”, reflexiona el actor. “Y creo que lo hemos sabido disfrutar. Hay una panda de actores y de gente muy buena. Y si había alguno que, por lo que fuera, se le iba un poco la olla, le dábamos un pescozón. Hemos construido una familia muy bonita”. Lo cuenta con un deje de nostalgia que se le queda en la mirada. La conversaci­ón se desarrolla, como todo en estos días, por vía telemática, algo que, sin embargo, no consigue restarle cercanía a la charla.

Ahora que ya ha pasado un poco de tiempo desde ese

boom, Rico ha decidido reducir la velocidad del tren en el que transita por la actuación para poder disfrutar del paisaje. Y lo ha hecho volviendo a sus orígenes: el teatro. El actor está estos días de gira por España con Dribbling,

un trabajo en el que comparte escenario con Nacho Fresneda (El Ministerio del tiempo, El Reino) y que tiene en estas próximas semanas paradas en Burgos, Logroño, Coslada o Valencia como parte de una gira por España que arrancó en diciembre. Todo un logro en tiempos de pandemia que él reconoce: “Es un absoluto privilegio estar haciendo teatro hoy en día con toda esta situación”.

Aunque se tomarán un respiro en verano, el 3 de septiembre llegarán al teatro Marquina de Madrid para quedarse una temporada. Pero ¿qué podemos encontrar en Dribbling? “A priori parece que vas a ver una obra sobre fútbol. Algunas personas nos dicen: ‘No tengo ni idea de fútbol pero quiero ir a ver la obra’. Y eso está muy bien, porque entras con esa premisa pero dista mucho de cómo sale el espectador. Es cierto que Dribbling y sus personajes circulan en ese contexto, pero la obra no va sobre el fútbol”. Arruga un poco el ceño y se detiene unos segundos para pensar cómo explicarlo, porque el argumento es tan interesant­e como complejo. “En realidad, la obra va de que no es no. Arranca cuando a mi personaje, Javi Cuesta, le acusan de una violación”, explica. Y es que su personaje, un futbolista al más alto nivel, es el centro de una trama que juega en todo momento con la percepción del espectador. “Es casi una deconstruc­ción del ser humano. ¿Es en realidad una víctima de todo o es que realmente no es un buen tío? De todo eso va”. No trata desde luego sobre un tema fácil de manejar, pero quizá sí necesario estos días. Casualidad­es de la vida, coincide en temática con Alba (Antena 3), la serie que Álvaro acaba de estrenar junto a Elena Rivero y en la que interpreta a Jacobo, un joven que forma parte de una violación múltiple. “Ha sido totalmente azaroso. No es que nos hayamos puesto de acuerdo con el tema”, asegura. Pero deja claro que se trata de dos personajes que arrancan de puntos distintos. “En Dribbling partimos de la base de que no sabemos si Javi Cuesta lo ha hecho o no”, explica. “Pero yo nunca construyo al personaje tachándolo de violador, porque eso sería lo fácil. Eso ya lo va a hacer la gente. Lo interesant­e, que de hecho es un gran debate social, es ver cómo estas personas no se ven como tal”, reflexiona. Por eso, su trabajo consiste en darles dimensión a esos personajes, conformar las aristas para que no sean planos y dibujar así una realidad con toda su complejida­d.

Aparte de esos dos trabajos, tiene algunos proyectos más ya en marcha, pero no se atreve aún a dar detalles. Y con la inestabili­dad que reina hoy en día, quizá sea lo más prudente. Lo que está claro es que ofertas no le faltan y público que le siga, tampoco, porque sus fans se cuentan por millones. “No tengo ninguna presión ante eso, porque no me dedico a las redes sociales. Soy un privilegia­do porque haya seis millones de personas dispuestas a perder un segundo de su día para ver qué está haciendo Álvaro Rico”. Pero tiene claro que su trabajo es otro: “Mi presión es la de ir cada día al set de rodaje, que den claqueta y que yo esté listo para hacer lo que me toca. Lo otro son fuegos artificial­es”.

Pura pirotecnia. Así describe él una fama arrollador­a que le ha traído hasta aquí a toda velocidad, pero que nunca le ha hecho perder el norte. ¿Cómo lo ha logrado? “Creo que si algo hice bien es que mi vida íntima, la que hacía antes de Élite, fue la misma durante la serie y después. En mi vida entraron elementos nuevos, que he disfrutado, como ir a Milán, a la Fashion Week… pero al final, yo cogía un avión a Madrid y me iba a mi pueblo a comerme un arroz con liebre”. Para él lo primordial ha sido mantener esas pequeñas cosas que le conectaban a su vida antes del éxito. “Es lo que te hace entender qué dos realidades estás viviendo. Cuando el mundo de los fuegos artificial­es se convierte en una burbuja, corres un grave peligro, porque cuando todo eso se venga abajo, que se vendrá en algún momento, el guantazo que te metes es brutal”.

En ese camino para no vivir en la realidad de las fiestas y los fastos, quienes le rodean han sido fundamenta­les. “Creo que mi entorno y yo lo hemos manejado muy bien, porque hemos sabido en todo momento la película paralela que estábamos viviendo”. Álvaro Rico habla en genérico, pero lo hace con cariño y absoluto respeto. Cuenta que su familia está muy vinculada a la música pero no hay actores y, dicho sea de paso, tampoco tenían muy claro que Álvaro lo fuera a lograr. “Casi a regañadien­tes conseguí ir a Madrid a hacer las pruebas para la Resad. Pero el pensamient­o de casa era: ‘Bueno, que vaya y haga las pruebas, que nadie diga que el niño no lo intentó, pero no le van a coger’. Estaba matriculad­o en otra carrera, imagínate” dice. Él había hecho un pacto con sus padres por si lo de arte dramático no iba bien, pero finalmente cuajó. Y vaya si funcionó, porque comenzó así un ascenso meteórico que, casi sin darse cuenta, le ha llevado hasta donde está.

Él convive ahora con la fama, pero ha sabido gestionarl­a y mantener sus espacios privados. “Lo importante es que Álvaro, este que habla contigo, sepa diferencia­r las cosas. Todo lo que pasa a tu alrededor no puedes controlarl­o, pero sí puedes controlar qué quieres que pertenezca a tu intimidad más absoluta”. ¿Y cómo es ese Álvaro Rico que solo conocen los más cercanos? “Esa es una pregunta un poco trampa”, dice con una sonrisa. “No quiero caer en los tópicos, porque me aburro a mí mismo diciendo que soy un chico extroverti­do”. Así que, en lugar de definirse, lanza una reflexión que sorprende viniendo de alguien que, recordemos, aún no ha cumplido los 25. “Vivimos en un momento en el que todo es de usar y tirar. Nada perdura. Es la era del individual­ismo más absoluto, de la desvirtuac­ión de todo”, comenta pensativo. “Y si hay algo que yo valoro y sobre lo que me intento construir cada día, es la autenticid­ad. A mí me gustan las cosas auténticas. Las de verdad. Y yo lo que quiero es ser auténtico. Así que si algo es Álvaro, o al menos quiere ser, es auténtico”. Y podemos dar fe de que en esto, como en otras cosas, parece que por el momento, va por buen camino.

Vivimos en un momento en el que todo es de usar y tirar. Nada perdura. Es la era del individual­ismo más absoluto, de la desvirtuac­ión de todo.

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