La Razón (Madrid) - Lifestyle

LOS VIAJES DE VARGAS LLOSA

El último Premio Nobel de la lengua hispana reflexiona sobre la importanci­a de viajar.

- Por Alfonso Masoliver

Descubrimo­s con el último Premio Nobel de la Literatura Hispana la importanci­a de los viajes en su vida de escritor.

No podría escribir lo que he escrito sin haber viajado tanto.

bajobajo el nombre de Mario Vargas Llosa se aglutina una ráfaga de adjetivos poderosos. Es mágico, certero, elegante en su literatura, un auténtico maestro para las siguientes generacion­es de escritores. El último Premio Nobel de la lengua hispana asegura que nunca habría escrito lo que escribió si no hubiera viajado mucho. Mucho no, muchísimo. Hoy hablamos con él para que nos regale unas esquirlas de sus experienci­as a lo largo del globo, y las valiosas reflexione­s que surgieron de ellas.

¿Por qué piensa usted que viajan las personas? Bueno, podríamos decir que por multitud de razones, ¿no es así? Pero antes ocurría que el mundo de fuera estaba más separado, a los de fuera se les veía como los otros: el que tenía otra piel, el que hablaba otra lengua, el que tenía otros dioses… entonces creo que el mundo moderno, con esa cantidad de viajes que se hacen ahora, tendría que haber terminado con el nacionalis­mo, pero desgraciad­amente no ha sido así, el nacionalis­mo sigue vivo. Y este se alimenta de prejuicios. Señala a gente que adora a otros dioses, que mantienen otras costumbres… y esto siempre provoca un rechazo del cual nace el nacionalis­mo, que para mí es una de las formas de estupidez humana que han hecho tanto daño a la historia de la humanidad.

¿Por qué viaja un escritor? ¡Bueno, digamos que no todos los escritores viajan! Antes estuvimos hablando de Salgari, que es un caso absolutame­nte excepciona­l al ser un escritor que prácticame­nte nunca se movió de su escritorio, y sus libros se desarrolla­n en lugares exóticos. Hay escritores así, en los que un viaje no es absolutame­nte imprescind­ible para las cosas que escribiero­n. Creo que no es mi caso. Nunca podría escribir lo que he escrito sin haber viajado mucho. El viaje me hace conocer los paisajes que voy a describir, las ciudades y sobre todo la lengua. Por ejemplo, el español es una lengua que se habla con música, una música muy distinta en cada país, en cada continente. Y para mí siempre ha sido fundamenta­l el oído, desde la primera novela que no escribí sobre el Perú. Recuerdo cuando regresé por primera vez al Perú en el año 45, en Piura, los chicos del colegio Salesiano en que estaba yo se burlaban de mi manera de hablar, porque decían que yo hablaba como los serranitos de Méjico. Y yo no entendía cómo podía ser esto si estaba en el Perú, en mi patria, pero me decían esto, que parecía un serranito.

¿Y por qué viaja usted? Están muy vinculados a mi trabajo los viajes, ¿no? Yo viví muchos años en París y digamos que de joven la influencia francesa sobre mí fue enorme. Mi sueño era ir a París y vivir en París, y yo creía que pasaría el resto de mi vida allí…

Al final llegué a París en el año 59, después de estar en la Complutens­e. Fue realmente importante para mí porque París me ayudó a descubrir América Latina. Yo no me sentía latinoamer­icano para nada, y en Francia comencé a conocer escritores latinoamer­icanos y a leerlos, y de pronto descubrí que el Perú era una parte de un país muchísimo más amplio con los mismos problemas, la misma lengua, la misma Historia. Pero con muchas diferencia­s a su vez, y de donde estaba saliendo un tipo de novela nueva, rica e interesant­e, que aprovechab­a, digamos, los grandes clásicos de la literatura. Aunque también aportaban una fuerza y una vitalidad que tenían mucho que ver con los problemas del continente. Piensa que hoy en día hay muchísima conexión entre los países americanos, pero en esa época, cuando yo comencé a escribir en los años 50, América Latina era un mundo prácticame­nte desconocid­o. Nosotros leíamos a los franceses y a los ingleses mientras no sabíamos lo que estaba ocurriendo en Ecuador o en Colombia o en Brasil. leer su novela La fiesta del Chivo casi pareciera que usted vivió en República Dominicana durante la dictadura de Trujillo, por lo acertado de sus descripcio­nes físicas. ¿Cómo consiguió escribir, en este caso, sobre un destino que nunca visitó? En general me documento bastante. Hombre, con mucha libertad, porque mis novelas no procuran ser rigurosame­nte históricas y me tomo muchas libertades. Pero sí me gusta investigar mucho para saber qué no debo decir. Estuve muchas veces de visita en República Dominicana, leí mucho y además trabajé esa novela en una época en la que había muchos testimonio­s de la época de Trujillo. Las estancias en República Dominicana me fueron acostumbra­ndo el oído y esa manera de hablar que es tan Caribe, que tiene mucho que ver con su música también. Sobre todo ayudaron los periódicos de la época.

En ocasiones pienso que también conseguimo­s respondern­os a ciertas preguntas internas en los viajes, preguntas que a veces ni sabíamos que guardábamo­s dentro. Ahora, dejando de lado lo literario, ¿en qué viaje pudo responders­e usted una pregunta de este estilo? El primer viaje que hice a la URSS fue una decepción terrible. Yo en ese momento había tomado distancia con el comunismo aunque seguía la tesis de Sartre: a saber, que si hay un conflicto entre Estados Unidos y la URSS, habrá que tomar partido de los soviéticos, porque la URSS y el estado obrero defienden las mejores causas. Y yo me di cuenta de que todo ello era falaz, que no era verdad nada de eso. En mi vida había conocido una ciudad tan triste como Moscú. Con los borrachos en la calle y donde nadie parecía creer en ese estado obrero. ¡Y además no era un estado obrero! Los funcionari­os gozaban de unos privilegio­s que los ponían fuera del alcance de la gente común y corriente. Ese viaje fue definitivo. Salí de allí convencido de la importanci­a de la democracia, que la libertad había que defenderla, porque cuando desaparece la libertad, viene una corrupción espantosa.

“Yo no me sentía latinoamer­icano para nada, y en Francia comencé a conocer escritores latinoamer­icanos y a leerlos”.

¿Considera usted vivir en España como un viaje largo o un segundo hogar? La primera vez que estuve en España con una beca para hacer el doctorado en la Complutens­e no me sentí tan integrado como ahora. La verdad es que España es mi casa ahora, es prácticame­nte mi mundo, es mi realidad. El Perú queda allá, siempre está allí. Pero más como un recuerdo, como un pasado. El presente lo hago en España desde hace muchos años. Y me doy cuenta porque en muchas cosas reacciono como un español, con lo político por ejemplo, me siento muy identifica­do con España. Además tengo un pasaporte español, voto aquí, pago mis impuestos en España. La relación es mucho más íntima de lo que fue en el pasado. Y luego está el lenguaje, que concede una cercanía mayor con la gente.

Casi podríamos decir que el español es contagioso… ¡Podría ser! El idioma español se ha desperdiga­do por el mundo, es curioso, sin que ningún gobierno lo apoyara. Eso es extraordin­ario. Ha sido por la fuerza interna del español y la aparente facilidad con la que se aprende y por el hecho de que los hispanohab­lantes somos muy viajeros, entonces ha llegado a los cinco continente­s. Hay entre 500 y 600 millones de personas que hablan español sin que ningún gobierno haya promovido, digamos, esta expansión. Aunque ahora sí, y los gobiernos se sienten muy contentos de ser hispanohab­lantes y de nuestra lengua. Pero la verdad es que nuestra lengua se ha ido expandiend­o por razones de la propia lengua. ¡Pero lo más extraordin­ario es que, hoy en día, el único país donde no se quiere hablar español es en España! Es algo absolutame­nte grotesco que en los países donde se creó el español haya gente que no quiere hablarlo.

¿Considera, como escritor, que ver un país con los propios ojos no tiene comparació­n con leer sobre el mismo? La lectura es una impresión superficia­l, claro. Pero por muy superficia­l que sea, es mejor a que no haya ninguna referencia. Que es un poco lo que ocurría en España cuando yo llegué como estudiante y prácticame­nte no había noticias de Hispanoamé­rica. Era muy raro que apareciera en los periódicos, la televisión, la radio… eso ha cambiado absolutame­nte y todos los periódicos tienen ahora informació­n sobre América Latina. Y eso estimula mucho la curiosidad, el interés, y además están los viajes. Hoy los jóvenes españoles viajan como no hacían sus antepasado­s.

¿Y cuál es su truco para salvar esta diferencia? Yo no pienso en eso. Si sitúo una novela en el Perú utilizo mucho los peruanismo­s, desde luego. Pero si escribo sobre Brasil o el Congo, sí utilizo palabritas sueltas de la jerga local, aunque no hago de ninguna manera una literatura folklórica, igual que tampoco hago literatura folklórica sobre el Perú. Mi generación respondió muchísimo contra las escuelas del indigenism­o y el criollismo, porque nos parecía que limitaba profundame­nte la visión de los no peruanos. Y creo que la nueva literatura latinoamer­icana, escrita tanto por novelistas como poetas o ensayistas, trata de ser mucho más globalista que estas escuelas.

Cuénteme alguna batallita de sus viajes. Quizá una de las cosas que más me impresiona­ron del Congo fue cuando nos llevaron a la antigua estación de tren de la que fue capital del país durante su época colonial. Esa estación era mágica. Estaban los boleteros y los guardianes, pero no había trenes. Me explicó un señor que los trenes no existen, habían desapareci­do hacía varios años, pero los empleados siguen viniendo. Es como magia simpatétic­a, cuando la gente se pone a zapatear para que llueva. Viniendo a su trabajo ellos esperaban que resucitase­n los trenes y volvieran a circular. Para recuperar el trabajo que perdieron. Es como una danza que no tiene nada que ver con la realidad porque los trenes no existen. Era una irrealidad absoluta.

Creo que estamos de acuerdo en que el daño que se ha hecho a África es uno de los mayores pecados de la humanidad contemporá­nea. Sin duda, desde luego. En la región de los Grandes Lagos conocí a un señor que me dijo “este es el puesto más inútil que existe, porque me ha enviado la ONU como experto en vuelos, pero no hay una sola compañía congoleña con difusión internacio­nal porque no las reconocen el resto de los países”. Esos aviones que se caen cada día hacen que los vecinos del Congo sean precisamen­te los países más importante­s en venta de minerales que solo se producen en el Congo. Nunca he visto un país tan ficticio como aquel.

Y ya para añadir la guinda al pastel de los viajes, ¿tiene algún destino futuro en mente? He recibido dos invitacion­es de Georgia, que es un país del que no sé nada, salvo que publican mis libros, y he recibido estas dos invitacion­es muy cariñosas, así que probableme­nte, cuando se levante esta prohibició­n de viajar, vaya a Georgia. Dicen que es un país precioso.

“La verdad es que España es mi casa ahora, es prácticame­nte mi mundo, es mi realidad”.

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 ??  ?? Mario Vargas Llosa asegura que nuncaal habría escrito lo que escribió si no hubiera viajado mucho.
Mario Vargas Llosa asegura que nuncaal habría escrito lo que escribió si no hubiera viajado mucho.
 ??  ?? Mario Vargas Llosa, sentado junto a la tumba de Paul Gauguin, en Hiva Oa, en la Polinesia Francesa. Abajo, delante de la casa de Roger Casement, en Irlanda. Dcha. con Julio Cortázar y Aurora Bernárdez, en Atenas.
Mario Vargas Llosa, sentado junto a la tumba de Paul Gauguin, en Hiva Oa, en la Polinesia Francesa. Abajo, delante de la casa de Roger Casement, en Irlanda. Dcha. con Julio Cortázar y Aurora Bernárdez, en Atenas.
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