CAMISA BLANCA
El uniforme de la “nueva normalidad” tiene bien poco de novedoso. Masculina, preppy -incluso colegial- o inspirada en el pijama, la camisa blanca invade el asfalto. El eterno comodín del público también es estrella indiscutible del dress code pandémico.
Masculina, preppy o colegial, el uniforme de la nueva normalidad invade el asfalto.
SuSu origen se remonta al año 3000 a. C. en el antiguo Egipto. Una milenaria primera versión en tejido de lino blanco que nació con vocación inmortal. Desde entonces, cualquier periodo histórico podría ilustrarse a golpe de seda, algodón o popelín, probablemente porque se trata de una de las prendas más socorridas y versátiles que nos ha regalado la moda. Sin embargo, como toda relación amorosa, la susodicha también ha sufrido sus crisis. La última concretamente hace un año, cuando la revolución ‘chandalera’ de los primeros meses de pandemia consiguió desterrarla al fondo del armario.
El confinamiento fue momento de camisetas, sudaderas y conjuntos deportivos. El desolador hashtag
#yomequedoencasa implicó un cambio drástico en todos los sentidos, empezando por la vestimenta. Looks sencillos, nada pensados y también bastante apáticos, porque sin observador externo, la moda pierde gran parte de su sentido.
El propio The New York Times bautizó el fenómeno: hate dressing, o lo que es lo mismo, indiferencia estilística. Ponerte lo primero que pillas, repitiendo sin parar, según lo sacas de la secadora. Una dejadez generalizada que se convirtió en tendencia, y que a su vez sentó las bases del estilo actual.
La (relativa) vía libre para volver al puesto de trabajo y el poder salir a la calle y socializar ha devuelto a la camisa blanca su protagonismo de siempre, aunque combinada con matices curiosos. Después de tanto tiempo encerrados, acatando restricciones, el cuerpo nos pide marcha fashion, pero la cabra tira al monte, y tantas semanas en la cima del effortless
no se borran de un plumazo. El resultado es una especie de look “presentador del telediario”, correcto y protocolario por la parte de arriba pero por debajo de la mesa aparece, sin complejos, un buen pantalón de chándal. Hoy más que nunca, practicamos el “arreglado pero informal” de toda la vida. Una mezcla de estilos opuestos que durante otras temporadas fue algo consciente y prefabricado (leggings con tacones, deportivas daddy con vestidos fluidos, por ejemplo), pero que ahora nos surge de manera natural. Seguramente sea la inercia, porque a todo se acostumbra uno, y al final le hemos cogido el tranquillo al hecho de vestir ultracómodos. O quizás, y peor, es producto de la mala memoria. Nos cuesta recordar nuestras propias rutinas pre-covid y el letal efecto del virus también ha desdibujado, en mayor o menor medida, nuestro estilo personal anterior. Sea como fuere, el batido estilístico está ahí. Y en realidad mola. Volvemos a arreglarnos, a ilusionarnos con la ropa y a recuperar viejos clásicos como la camisa, insignia de la formalidad. La mayoría de las marcas han respondido a este rescate lanzando propuestas apasionantes. Destaca la fórmula oversize con tintes masculinos y absolutamente urbanos, y aunque el patrón extralargo siempre sea un must, las opciones amplias pero cortitas, casi crop top, van cuajando poco a poco. Los cuellos reaparecen más anchos y largos, a veces con detalles y volantes, y los botones sin término medio, o se esconden totalmente o se subrayan con perlas y bisutería. Sin embargo son las mangas quienes llevan la voz cantante. Mucho más abullonadas y llenas de detalles, añaden feminidad y poderío al acertado y divertido resultado final. Hola de nuevo, eterna camisa. Bienvenida a la extraña normalidad.