Rubén Ochandiano
SAMUEL
PorPor cuestiones profesionales me veo frecuentemente en situaciones en las que tengo que manipular mi sentir para expresar un estado de ánimo. Debido a alguna razón caracterial me es mucho más fácil conectar con la ira o el miedo que con la emoción; no soy un tipo de lágrima fácil. Pero hoy mi cuerpo ha elegido llorar. Leo que la pasada madrugada, Samuel, un chico de veinticuatro años, ha sido asesinado en Galicia por otras siete personas al grito de “maricón”. No sabría explicar por qué esta noticia, que, en cualquier otro momento, además de partirme el alma, me habría enchufado inmediatamente a esa ira de la que hablaba recién, hoy solo me despierta un dolor atroz. Lo voy a repetir: siete personas han golpeado a un chico de veinticuatro años hasta provocarle un mortal ataque al corazón. Por ser homosexual. No puedo evitar acordarme de Federico y esos “tiros en el culo por ser maricón”. Estamos a punto de conmemorar el octogésimo quinto aniversario de la ejecución del poeta y, a pesar de haber transcurrido casi un siglo, las mismas amenazas se ciernen sobre nosotros. ¿Qué puede empujar a un ser humano (o siete) a cometer semejante barbaridad? Busco en internet entradas sobre el asesinato de Samuel. Veo su cara, sus ojos, su sonrisa; toda esa vida por delante que ya no será. Reprimo un nuevo acceso de llanto. Compruebo, perplejo, que la mayor parte de los medios pasa de puntillas sobre el hecho de que haya sido un crimen de odio. ¿Para cuándo una toma de conciencia real con este asunto?¿para cuándo una verdadera revolución? La sociedad entera entendió que había llegado la hora de cambiar las cosas cuando en 2017 el movimiento “Me Too” dio un golpe en la mesa. Hace tan solo un año ocurrió algo similar con las marchas organizadas bajo el lema “Black Lives Matter”. ¿Por qué no está pasando lo mismo con la violación constante de los derechos humanos que sufre este colectivo? Me conformaría, incluso, con que fuese de manera aparente, como sucede tan a menudo con las causas antes mencionadas. Me valdría con que fuese una de esas intocables con las que el discurso bienpensante hace ruido. Sería un principio, al menos. Un salvavidas. Déjenme, para acabar, recordarles la “cara B” de estas brutales agresiones: repasen cuáles han sido sus pensamientos leyendo este texto; si en algún momento se han pillado ridiculizando, ninguneando o, directamente, atacando lo que aquí planteo… Se llama homofobia.
“¿Qué puede empujar a un ser humano (o siete) a cometer semejante barbaridad”