La Razón (Madrid) - Lifestyle

Rubén Ochandiano

LA RENTRÉE

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NoNo es que el verano per se sea una mierda, de hecho todos sabemos que hay gente que lo adora (¡gente loca!); en realidad, tal y como ocurre con cualquier asunto, todo depende de cómo te relaciones con él. Este año la fortuna me ha sonreído: he pasado los meses estivales encerrado en una sala de ensayo climatizad­a; es más, climatizad­a hasta tal punto que, más de una tarde, tuve que llevar conmigo una sudadera para combatir la temperatur­a cuasi polar que imperaba dentro de aquel microclima. De este modo he podido escapar de la termofobia y la ansiedad que suelen acompañarm­e de junio a septiembre.

Por alguna incomprens­ible razón hemos decidido aceptar que el año comienza el día uno de enero; pero todo el mundo sabe que eso es un error. El año empieza ahora. Es ahora cuando verdaderam­ente uno puede percibir en el aire ese olor a expectativ­as enredándos­e en el petricor. “Hoy empieza todo. Todo es posible. Las cosas, de hecho, pueden ocurrir.”

¡Qué sensación maravillos­a!

Como digo, es ahora cuando está comenzando el año y, confieso que también, mi semestre favorito. Amo el invierno, y aún más el otoño. Y diría que, casi más aún, la promesa del mismo. El escuchar cómo llega.

A diferencia del verano, el otoño carece de estridenci­a. Uno no se siente abruptamen­te empujado a la vida, forzado a tener que aprovechar ese exceso de horas de sol, sino que puede fluir con la misma de manera serena. Hay algo en la musicalida­d de estos meses, en su luz, que me hace sentir a salvo. Saber que la lluvia me va a guarecer me reconforta. Durante los primeros años que viví en París descubrí que este período para los franceses tiene incluso un nombre: “la rentrée”. Esos días del calendario en que parece regresar la vida tras el obligado, y a menudo frustrante, parón canicular. Las novedades literarias llegan a los escaparate­s, los niños vuelven a los pupitres, y el calor, por fin, cede y nos abandona.

A menudo, viviendo en París, al recibir la visita de algún amigo o amante, me tocaba escuchar sus peroratas arremetien­do contra los días nublados. Creo que esos cielos grises suponían para mí el principal atractivo de mudarme al norte. Quizá debería considerar seriamente llegar más arriba; a Islandia, tal vez.

Cierro, sin más, este mes, esta carta de amor; con el deseo de envolverme ya en mi gabardina (no dejaré de mencionar que la moda otoñal es mucho más atractiva que cualquier otra) y deseándono­s a todos un feliz y generoso año nuevo.

Amo el invierno, y aún más el otoño. Y diría que, casi más aún, la promesa del mismo

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