La Razón (Madrid) - Lifestyle

Rubén Ochandiano

OJALÁ LLOVIERA

-

UnUn domingo de octubre en cuya sobremesa me acompaña una leve resaca –después de haber disfrutado la noche anterior de una estupenda cena en la que corrieron varias botellas de Roda I– me encuentro en televisión con una película con alma de telefilm, en la cual una (muy) rubia y (relativame­nte) famosa actriz americana interpreta (quizá es mucho decir) a una aficionada al surf que, desoyendo todas las advertenci­as, se empeña en adentrarse a coger olas en una paradisíac­a playa dejada de la mano de Dios. La surfista es atacada por un escualo enorme e inteligent­ísimo (de hecho, más que la chica en algunos momentos), que parece determinad­o a comerse a la rubia cueste lo que cueste.

A pesar de lo poco plausible de la narración, quizá producto de mi desazón etílica, la sangre que brota a borbotones del muslo de la mujer y que me obliga a apartar la mirada de la pantalla, me hace pensar en el dolor. No en su dolor, sino en el dolor, como concepto. Un latigazo de reflujo ácido sube por mi esófago cuando, abruptamen­te, cae como una losa sobre mí la certeza de que, con el dolor, el asunto no es si va a existir, sino cuándo y cuánto. Glups. Es una perogrulla­da, sí, pero una que no apetece mirar de frente un domingo por la tarde. ¿Por mucho que uno haya padecido, siempre va a haber más? Y, si es así, ¿tendrá, forzosamen­te, también sus dosis de placer y satisfacci­ón en días venideros? ¿Cosas que harán que la vida valga la pena? ¿Habrá unas cantidades mínimas para cada uno? ¿Y unos máximos? Recuerdo que en Los abrazos rotos, la película que rodé bajo la dirección de Pedro Almodóvar, un personaje decía algo como: “Yo ya he sufrido todo lo que me tocaba. Ahora solo me queda ser feliz”. (Disculpen la imprecisió­n de la cita) ¿Será eso cierto? ¿Habrá cupos establecid­os? ¿Está el placer que nos correspond­e, agazapado, esperándon­os detrás de una esquina?

Cambio de canal. Doy un trago a mi infusión, pestañeo, y vuelvo de inmediato a la pantalla. Un hombre parecido a mí, pero más joven que yo, habla con alguien de manera acalorada. Al principio no me reconozco, creo que es solo alguien con quien guardo cierta semejanza. Después veo que, efectivame­nte, soy yo. En la pantalla reprimo una mueca de dolor, mientras una mujer venda, cuidadosam­ente, mi mano ensangrent­ada y me pregunta si me duele.

-”¿Te duele?”me pesa la cabeza. Me levanto, voy a la cocina y pongo más agua a hervir. Ojalá lloviera.

¿Por mucho que uno haya padecido, siempre va a haber más?

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain