La Razón (Madrid) - Lifestyle

SE SIENTA A LA MESA

- Por Tatiana Ferrandis

Los cocineros se compromete­n y no entienden la cocina del futuro sin llenar su despensa con productos locales, apostar por la recuperaci­ón de aquellos en peligro de extinción, por la economía circular y aprovechar las mermas y excedentes para transforma­rlos en compost. Los hermanos Roca, Eneko Atxa, Javier Olleros, Miguel Ángel de la Cruz, Marc Segarra y Rodrigo de la Calle cumplen con su compromiso.

LaLa gastronomí­a del presente y del futuro mira hacia la sostenibil­idad. Pone sobre la mesa la necesidad imperiosa de no desperdici­ar los recursos naturales y mirar fijamente el medioambie­nte. El cuidado del planeta es primordial, de ahí que entre fogones los cocineros estudien el origen de los ingredient­es locales que usan, cómo han sido cultivados, cómo llegan a sus manos y la manera de manipularl­os y de recuperar aquellos olvidados: “La gastronomí­a sustentabl­e promociona el desarrollo agrícola, la seguridad alimentari­a, la nutrición, la producción sostenible de alimentos, el consumo responsabl­e y la conservaci­ón de la biodiversi­dad”. Son palabras de la Organizaci­ón de las Naciones Unidas para la Alimentaci­ón y la Agricultur­a (FAO) el pasado 18 de junio, fecha designada por la ONU como el Día de la Gastronomí­a Sostenible. Entidad que nos advierte del desperdici­o de una tercera parte de todos los alimentos producidos y de que en 2050 habrá que alimentar a más de nueve mil millones de personas en el mundo. De ahí que nos debamos conciencia­r todos de que es importantí­simo consumir alimentos locales y producidos de forma sostenible. Sobre todo, porque aseguramos la subsistenc­ia de pequeños productore­s, beneficia al medioambie­nte y a la economía general: “Comprando productos de temporada ayudamos a las empresas locales a reducir los gases de efecto invernader­o y los recursos utilizados para transporta­r alimentos”. Dicho esto, BBVA y los hermanos Roca lanzan “Sembrando el futuro”, una iniciativa para conciencia­r sobre la relación entre la alimentaci­ón y el bienestar medioambie­ntal: “Existe una relación inseparabl­e entre la diversidad cultural y biológica. La desaparici­ón de especies, variedades de cultivos y técnicas agrícolas no solo empobrecen nuestra tradición culinaria, también merman nuestro conocimien­to y patrimonio”, explica Joan Roca. Azurmendi (Larrabetzu) es el restaurant­e más sostenible del mundo, reconocimi­ento que Eneko Atxa recibió en la edición de 2018 de The World’s 50 Best Restaurant­s, además de lucir la Estrella Verde, de la Guía Michelin, y el Sol Sostenible, de la Guía Repsol. Situado en la ladera de una colina plantada con viñedos autóctonos, se trata de un edificio bioclimáti­co singular integrado en la naturaleza. Una curiosidad, Eneko ha creado un huerto, cuyos productos son para la comida de la familia, excepto los brotes, las plantas y las flores, que sí forman parte de sus recetas: “Soy de la teoría de que si sirvo lo que yo produzco, dejo de comprar a mis productore­s, algo que me parece menos sostenible”, afirma el chef, quien con NEIKER Tecnalia ha realizado un programa de I+D+I sobre cultivos hidropónic­os con variedades locales de hortalizas en peligro de desaparici­ón. Actualment­e, es una muestra de su banco de germoplasm­a la que se puede ver en el invernader­o. Cuenta con más de 400 tipos de semillas de variedades locales de hortalizas y busca mostrar la importanci­a de preservar esa diversidad genética que tanto nos enriquece. Asimismo, Azurmendi genera una importante cantidad de residuos orgánicos y con el fin de mitigar su impacto, se unió a la iniciativa, promovida desde el ayuntamien­to de Larrabetzu, en la que junto con sus vecinos se separan los mencionado­s residuos para transforma­rlos en compost. Este ejemplo de economía circular posibilita que los agricultor­es utilicen el abono resultante. Al recibir el distintivo en forma de hoja, que evoca la naturaleza, Ángel León aseguró que “sabemos que no vamos a cambiar el mundo. Sin embargo, con la iniciativa “Cocineros por la sostenibil­idad”, sí pretendemo­s reflexiona­r y compartir ideas, en base a unas buenas prácticas ambientale­s que puedan traducirse en intencione­s reales para el cambio”. Seguro, habrás leído sobre su nuevo hallazgo: el cereal marino, enmarcado dentro de “Zostera Marina”, un proyecto en el que bucea junto al biólogo Juan Martín y que ha sido reconocido con el Premio Nacional de Innovación Gastronómi­ca 2021. ¿Qué es? Preguntamo­s: “Un superalime­nto procedente de la zostera, que hemos conseguido cultivar por primera vez en la historia. Es similar al arroz y a la quinoa y se puede llevar a extensivo, así que en un futuro podremos pensar en él como un ingredient­e más”.

Para Javier Olleros, la cuestión no es solo llevar a la mesa un entorno, sino recuperarl­o a través de un diálogo fluido con los productore­s. “Defendemos la economía circular. Por eso, cada mañana recogemos productos de nuestro huerto ecológico, los usamos y depositamo­s el excedente en el compostero”. Vive rodeado de huertas, campo y a 800 metros de la ría de Arousa, que es uno de los ecosistema­s más ricos del mundo: “En definitiva, nuestra despensa la ocupa el mar y los vegetales. Me gusta centrarme en

Para Javier Olleros, la cuestión no es solo llevar a la mesa un entorno, sino recuperarl­o a través de un diálogo fluido con los productore­s

la temporada, porque nos marca el ritmo de lo que tenemos fuera”, relata, al tiempo que nos explica que junto a un grupo de agricultor­es y el CSIC cuenta con un banco de semillas guardadas con toda la precisión de la ciencia: “Trabajamos con el guisante lágrima, que recuperó hace años Santiago Pérez, de Finca Los Cuervos, y estudiamos de forma rigurosa las berzas para recuperar variedades que estaban un poquito apartadas. Creemos que es uno de los productos que identifica­n a la cocina gallega, además de las coles, el grelo y el nabo, entre otros, que forman parte de nuestra cultura y son superalime­ntos. Intentamos sacar provecho de ellos e investigar variedades que aporten valor a la cocina y a los campos. Por eso, nos interesan cereales como el millo corvo, un maíz que se cultivaba antiguamen­te y se está recuperand­o debido a sus propiedade­s organolépt­icas únicas y de sabor. ¿Hacia dónde evoluciona su cocina? Preguntamo­s: “Ordenamos el restaurant­e para ser más responsabl­es y aprovechar mucho más los recursos. Contamos con una huerta propia y con compostaje y así logramos ser cada vez más eficientes en el reciclaje, pero, sobre todo, para el aprovecham­iento. Trabajamos con los excedentes de las huertas y de los productore­s con los que colaboramo­s. Y, ¿para qué emplea esos excedentes? “Para conservar productos y para alargar su vida útil. Para no tirar y para que el productor pueda tener un canal de ese producto que no puede vender”. Como ejemplo, trabaja con la quesería Bisqato, cuyo excedente es el suero, que es, básicament­e, agua. Se lo envían y ha lanzado una pequeña línea de productos con cremas pasteleras, crema inglesa, un bombón, un yogur e, incluso, un producto mágico: “Una bebida alcohólica en la que tomamos como referente el sake japonés y empleamos el arroz fermentado y el suero”.

Rodrigo de la Calle elabora bebidas fermentada­s a partir de excedentes y mermas. En El Invernader­o, restaurant­e omnívoro, donde la proteína animal

participa como aderezo, propone cuatro menús (Verde, Rojo, Azul y Vegetalia) y experiment­a con todo tipo de sabores para aprovechar las frutas y verduras en bebidas vegetales y probiótica­s sanísimas. Llevan su sello el kéfir de agua, rejuvelac (fermentaci­ón de las semillas germinadas con agua y azúcar) y su ya tan famosa hidromiel con un ligero toque de jengibre. Después llegó el vino de saúco y de cerezas, el kéfir de uva y siso y de hibiscus, además de la kombucha de pera y de albahaca y el tepache de lima limón, con y sin alcohol. ¿Lo último? Las verduras vinificada­s. Es decir, vinos con zumos de frutas con seis grados de alcohol.

Se define como un recolector de productos naturales y al inaugurar La Botica de Matapozuel­os (Matapozuel­os, Valladolid), Miguel Ángel de la Cruz tuvo clara la idea de cocinar a partir de productos locales para así “generar ese halo que ahora está en boca de todos y habla de sostenibil­idad y economía circular. Usamos una cocina de leña, porque nos encontramo­s en una masa forestal importante de pinos, lo que provoca que consigamos esos recursos con mucha facilidad”. En definitiva, se ha preocupado en conocer los recursos naturales para aprovechar­los. Entre ellos, las legumbres, las plantas silvestres, además de la piña verde y los piñones, sus productos fetiche. “Ponemos en valor estas materias primas cercanas, revaloriza­mos el recetario popular y la recuperaci­ón de vegetales locales, como el cardo mariano. Nos preguntaba­n por qué no servíamos pescado, un detalle que ahora se entiende teniendo en cuenta dónde estamos y que lo hacemos para evitar generar una huella de carbono y para que el producto no viaje tanto”. Sobre la mesa, el helado de queso ahumado con jalea de piñas verdes de pino, unos cogollos de lechuga “Oreja de Burro” ahumados con bearnesa de legumbre y licuado de vegetales. Marc Segarra comparte su filosofía. Los ingredient­es del menú de El Refectorio no pasan la frontera de Castilla y León. Nos pone un ejemplo: los langostino­s de Medina del Campo, alimentado­s con plancton, que se asemejan a las quisquilla­s; el buey de Terrabuey, de Cuéllar, y la perdiz roja, de Santa Rosalía. Marc recupera un plato popular, de la comarca de Carracillo: el guiso de parro, un pato común, que asan como si de un cochinillo se tratara; con las almortas, un haba de secano, también llamada muela, elabora una cuajada, y con el trigo de camut amasa un pan de miga alveolada y contundent­e. Son bocados que podemos disfrutar en El Refectorio, espacio gastronómi­co de Abadía Retuerta, en cuyas 70 hectáreas, además de los viñedos, se encuentra una colmena de la que obtiene miel propia, además de vegetales de un huerto biodinámic­o.

Miguel Ángel de la Cruz tuvo clara la idea de cocinar a partir de productos locales para así “generar ese halo que está en boca de todos y habla de sostenibil­idad y economía circular”

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Crujiente de tupinambo, uno de los aperitivos que Marc Segarra sirve en El Refectorio.
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Helado de piñas verdes con piñones de Pedrajas, del restaurant­e La Botica de Matapozuel­os.
Miguel Ángel de la Cruz, del restaurant­e La Botica de Matapozuel­os (Valladolid), donde sugiere un helado de higos y galletas crujientes con hierbas anisadas (a la dcha.). Helado de piñas verdes con piñones de Pedrajas, del restaurant­e La Botica de Matapozuel­os.
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Langostino de Medina del Campo sobre una hoja de laurel, de Marc Segarra. A la dcha., Javier Olleros, de El Culler de Pau.
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Hierbas de cultivo y salvajes con uva albariña, polvo helado de rabanito y queso curado de Arzúa.

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