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EL NOMBRE DE LA FAMA

El último premio Planeta ha servido este año para desvelar el gran misterio editorial de los últimos tiempos: la identidad de quienes se escondían tras la firma Carmen Mola, la exitosa creadora de la trilogía de La Novia Gitana.

- Por Miriam Rubio Foto Álvaro Gracia

LaLa llamaron Carmen Mola y la envolviero­n en un halo de misterio. Se inventaron una biografía con la que el público pudiera elucubrar y surtió efecto. La trilogía compuesta por La novia gitana, La red púrpura y La nena se convirtió en un fenómeno de ventas. Así, mientras el boca a boca hacía que el número de lectores se multiplica­ra, también lo hacía el secreto que se escondía tras la autora de moda. Su identidad era fuente de tantos comentario­s como sus escritos. Tanto que algunos la apodaron la Elena Ferrante española, en referencia a otro de esos enigmas literarios del momento.

El misterio se resolvió hace bien poco y ha dejado con la cara desencajad­a a más de uno, porque detrás de Carmen Mola no se escondía ningún rostro conocido de otro ámbito como algunos especularo­n, ni tan siquiera una mujer. Eran tres hombres los que habían escrito a seis manos las tres novelas y una cuarta, La bestia, ganadora del premio Planeta y detonante de la revelación. Al subir al escenario para recoger el galardón se descubría que tras el fenómeno Carmen Mola se escondían los escritores y guionistas Jorge Díaz, Agustín Martínez y Antonio Mercero, hijo del mítico creador de Verano Azul. Ellos habían mantenido ocultas sus identidade­s durante tres años tras esa mujer ficticia y la decisión ha suscitado cierta controvers­ia, porque ha habido quien ha visto en la elección de un nombre femenino una decisión de marketing, pero ellos, en las entrevista­s que han ido dando estas semanas, defienden que fue casi azaroso y que nunca se escondiero­n tras una mujer, solo tras un pseudónimo.

Por Miriam Rubio

Las mujeres, la historia y los pseudónimo­s

Sea como fuere, el fenómeno de ocultarse tras un nombre ficticio no es nuevo, aunque las razones que llevan a usarlo varían mucho de unos autores a otros, y quizá ahí esté el quid de la cuestión. Porque ha habido quien no tenía posibilida­d de mostrarse frente al público si quería ver sus obras publicadas. Si no, que se lo digan a las decenas de escritoras que a lo largo de la historia dejaron su impronta en novelas de éxito que acabaron en la imprenta bajo un nombre masculino. Decía Virginia Woolf que “durante la mayor parte de la historia, Anónimo era el nombre de la mujer”, y no le faltaba razón. Eso sucedió con el Frankenste­in de Mary Shelley, cuya autoría atribuyero­n a su marido, Percey B. Shelley cuando se descubrió el apellido del autor. Tampoco han faltado los pseudónimo­s, otra forma de anonimato. Las hermanas Brönte son un claro ejemplo de eso y de cómo el talento femenino se veía subyugado a las costumbres machistas de la época. Charlotte publicó bajo el nombre de Currer Bell, y Emily bajo el de Ellis Bell. Amantine Dupin se ocultó tras George Sand y Colette lo hizo tras Gauthier. En España también tenemos ejemplos de mujeres que prefiriero­n firmar con un nombre masculino, como fue el caso Cecilia Böhl de Faber que rubricaba sus escritos como Fernán Caballero, pero también quienes se vieron opacadas por la figura de su marido, como María Lejárraga. Ella escribía, pero fue Gregorio Martínez Sierra quien recibía los aplausos.

Pero el tema de la autoría y el género no es solo cosa de la literatura. Si no que se lo digan a Gerda Taro. La legendaria fotógrafa de guerra compartió su sobrenombr­e, Robert Capa, con su entonces pareja, Endre Ernő Friedmann. Con esa firma enviaban todas las imágenes que captaban como correspons­ales, pero hasta hace relativame­nte poco, Taro, que está considerad­a hoy en día la más que probable autora de la mayoría de las imágenes, se desdibujab­a tras Friedman cada vez que alguien hablaba de Robert Capa.

De la música a la pintura

Saltando de época y de registro, en la música también hay casos paradójico­s. Carolina Durante es el nombre elegido por un grupo de músicos para su banda, en la que, curiosamen­te, no hay ni una mujer. Y en cuanto a las autorías, el cantante Yotuel Romero reconocía, según publicaban hace unos años las revistas del papel cuché, que tuvieron que poner a su nombre canciones que había escrito su mujer, Beatriz Luengo, para que tuvieran un mayor recorrido en la industria musical. En este caso, Yotuel se puso al servicio del talento de su mujer y ha sido el primero en reconocerl­o públicamen­te en cuanto ha tenido la oportunida­d, en parte para dejar patente la situación. Pero ha habido casos bastante más truculento­s y de menor entendimie­nto. Especialme­nte llamativos son, además, los del mundo de la pintura. Margaret Keane pintaba y triunfaba en el mundo del arte mientras su marido, Walter, se atribuía la autoría de cuadros que solo tenía la fortuna de poder vender, porque su talento para la creación debía ser nulo. Otras, como Lee Krasner, mujer de Jackson Pollock, firmaron sus obras con sus iniciales para que nadie supiera que eran mujeres y aún están en ese ominoso limbo en el que esperan a ser reivindica­das tras décadas, o siglos, de olvido.

Pero regresando a la literatura, se dan casos curiosos en cuanto a las firmas y los pseudónimo­s. J.K. Rowling, la autora de la exitosa saga de Harry Potter –otra mujer que firma con iniciales–, decidió rubricar su primera novela tras los libros del mago como Robert Galbraith. En su caso, las razones para ocultarse son bien distintas: ella quería desembaraz­arse de la coletilla ‘autora de Harry Potter’ para que no condiciona­ra a sus lectores.

En otros casos, las razones más que literarias han sido crematísti­cas o por convenienc­ia editorial. Y ahí, han sido varios los hombres que se han parapetado tras un nombre de mujer. La serie de novelas Puck, llevaba el nombre de Lisbeth Werner, pero tras ese pseudónimo se encontraba­n Carlo Andersen y Knud Meister, dos autores daneses que orientaron sus historias a un público eminenteme­nte femenino. Amanda Drake es el nombre con el que han firmado una saga de novelas adolescent­es, la de La academia, otros dos hombres, Pierdomeni­co Baccalario y Davide Morosinott­o. Y no podemos olvidar el caso radiofónic­o –aunque también le echaran bastante literatura al asunto– de Elena Francis. Años después de que cerraran el consultori­o, que se mantuvo hasta 1984, Juan Soto Viñolo contó en una entrevista que él había estado redactando las respuestas a las consultas durante ni más ni menos que 18 años. Y paradójico es el caso de Yasmina Khadra, el nombre con el que ha firmado Mohamed Moulesseho­ul. Este militar de carrera del ejército argelino lo hizo para poder contar con cierta libertad ese universo que tan bien conocía y se escondió tras los dos nombres de pila de su mujer. En 2001 desveló su verdadera identidad, y contó que Khadra era además, su forma de rendir un homenaje a su esposa y a las mujeres árabes.

Razones para ocultarse, como ven, hay muchas. Lo importante, al final está en tener la libertad de poder desembaraz­arse de la máscara y salir a recibir los aplausos –o las críticas– cuando los protagonis­tas consideren oportuno. Algo que muchas no han podido hacer, pero por suerte, sí quienes se escondían tras Carmen Mola.

Decía Virginia Woolf que “durante la mayor parte de la historia, Anónimo era el nombre de la mujer”, y no le faltaba razón

haha formado parte de algunos de los grandes éxitos de la televisión reciente aquí y en Hollywood, pero si hay algo que defina a Miguel Ángel Silvestre es la sencillez. Porque no presume de sus logros, pero sí repite lo agradecido que está a la vida. Y eso que ha tenido momentos duros. Además, se reivindica como un gran amante de su tierra, un lugar que defiende a capa y espada y al que piensa siempre en regresar. Nuestra cita con él transcurre en una de las hamburgues­erías que sus amigos de The Fitzgerald Company acaban de inaugurar en Madrid con “un concepto divertidís­imo”, como lo describe Miguel Ángel. Son valenciano­s como él y aterrizan en la capital después de ser profetas también en su tierra con un plato idóneo para un encuentro desenfadad­o. A Silvestre, por cierto, le gustan las hamburgues­as “well done y con huevo”. Recordadlo por si tenéis la suerte de tener una cita o cocinar para él. Pasad y descubrid al Miguel Ángel Silvestre más cercano.

Nos vemos entre hamburgues­as y ya ha confesado lo que le gustan y cómo le gustan. ¿Esto es algo que se ha quedado de tu paso por Estados Unidos?

No. Me gustan mucho de siempre. Cuando éramos pequeños, mi padre trabajaba en un hospital y hacía la guardia los martes. Y ese día, mi madre, para que nosotros no nos pusiéramos tristes, nos ponía una película, nos preguntaba qué queríamos comer y siempre era o pizza o hamburgues­a.

Pero en tu casa lo que reina es la paella, de hecho, tienes fama de ser bueno con ella. Mi tío Rafael y mi abuelo las hacían, y yo ahora las hago porque me gusta. Además, pienso que el mejor regalo que le puedes hacer a una persona es cocinar para ella. En Como agua para chocolate, un personaje cocinaba triste y cuando todos comían se ponían a llorar. Creo que es una buena metáfora de la cocina y de la energía que tú pones en ella. Hacer una paella lleva mucho tiempo, así que cuando tú invitas a alguien a una, le estás dando un buen trocito de tu tiempo. Hay mucho cariño detrás de ese regalo.

Además de maestro paellero, también tienes fama de deportista.

Es que mi carrera siempre ha estado vinculada al deporte. Cuando yo tenía 4 años, mi padre fue a clases de tenis para ser mi profesor y el de mi hermana, porque quería pasar más tiempo con nosotros y por trabajo no podía. Y estuve jugando desde los cuatro años hasta los 19. Así que el deporte para mí es un estilo de vida.

Pero fue algo más, porque llegaste a ser tenista profesiona­l.

Sí, me dediqué a eso profesiona­lmente, pero nunca llegué a ser un nombre en el mundo del tenis. Lo dejé porque me di cuenta de que nunca lo iba a conseguir. Se lo dije a mis padres y lo único que dijo mi padre fue pedirme que estudiara en la universida­d. Yo dije que sí pero que no sabía bien qué. Y él me dijo “¿por qué no estudias fisioterap­ia?”.

No te imaginábam­os en el ámbito sanitario.

Me quedan tres asignatura­s en el hospital, que son prácticas, pero vamos que estoy diplomado. Mis padres me apoyaron mucho, pero cuando empecé a estudiar fisioterap­ia me di cuenta de que no quería eso… Fue en unas prácticas en el hospital, ayudando a los neonatos. El niño lloraba y me generaba tanto dolor verlo, que me desmayé. Y ahí ya me empecé a dar cuenta de que aquello no era para mí. Absorbo demasiado el dolor. Que está bien para mi profesión, pero para otras cosas… es como mi tormento.

Hablas con mucho cariño de tu padre, fallecido hace tres años. ¿Cómo estás llevando el proceso de duelo?

Todavía no lo he aterrizado. Es curioso, porque es una sensación muy rara. No soy el único al que le ha pasado, pero la suerte que he tenido es que mi padre me enseñó cosas muy bonitas y lo he disfrutado muchos años. He disfrutado de un gran padre. Ojalá hubieran sido más años, pero me siento muy afortunado de haberlo tenido.

Tras la fisioterap­ia, llegó la actuación en tu vida. ¿Cómo recuerdas los inicios?

Con mucha ilusión y muy poca incertidum­bre. Tuve la suerte de que todo vino muy rápido. Recuerdo que tenía muchísima ilusión y toda la disposició­n, porque cuando algo me gusta, voy como un deportista de élite. De hecho, creo que soy más deportista que actor. Mi manera de acercarme a este trabajo es bastante deportiva. A pesar de que me fascina el arte y me conmueve, mi aproximaci­ón es desde el esfuerzo.

Y has ido de proyecto en proyecto. Con algunos éxitos incontesta­bles como ese ‘Sin tetas no hay paraíso’ o ahora, ‘La casa de papel’ y ‘Sky rojo’.

Mi participac­ión en La casa de papel es un regalo que me hizo Álex Pina, como lo es poder disfrutar y trabajar con Úrsula Corberó, que es una mujer sorprenden­te. Yo la admiro mucho, ya lo hacía de antes, porque es 100 % auténtica y valiente. Que, por cierto, el otro día estábamos viendo Masterchef, que Belén López, que fue mi novia, está ahí y la estamos viendo toda la familia. Y en el programa una concursant­e le dijo a otra: “Auténtica, valiente” y ese es el mejor piropo, el que las nuevas generacion­es deberían de escuchar. Creo que Rosalía es auténtica y una valiente, y Úrsula y Penélope…. muchas chicas que están pisando con autenticid­ad y están cambiando el mundo.

Parece que tienes una relación estupenda con Belén. Desde luego ella siempre habla con mucho cariño de ti.

Las chicas con las que he estado en mi vida son mi familia. Y hay cosas muy bonitas que tengo ahora en mi profesión que se las debo a Belén porque yo arranqué en esto trabajando con ella, pero ella tiene una visión tan generosa y bonita del oficio que siempre pienso que le debo mucho.

Habías dicho que querías tomarte unas vacaciones, pero has estado grabando ahora ‘Los enviados’, con Juan José Campanella.

Es que El hijo de la novia es la película preferida de mi padre. Mi abuela murió de alzhéimer y nosotros la veíamos mucho para entender las reacciones. Creo que la película te enseña muchas cosas. Casi todas las elecciones que hago las contrasto con mi madre, que es la cinéfila, pero mi padre, que no veía nada… y esta era su película preferida. Y cuando me llamó Campanella… Me he dado como tres meses de vacaciones. Rechacé un proyecto, porque llevaba tres años sin parar y quería hacerlo. Pero no le podía decir que no a Campanella.

¿Y qué personaje vas a interpreta­r en ‘Los enviados’?

Yo hago de un cura bastante irreverent­e que tiene un conflicto entre el deseo, sus ideales y el voto de castidad. La historia son dos curas investigan­do un milagro y todos los asesinatos que empieza a haber alrededor. Es muy interesant­e, porque además estás todo el rato viajando entre las dudas de si es un milagro o una farsa.

Después de esta pequeña pausa, ¿hay algún personaje que te apetezca interpreta­r o que te haría gracia?

Me gustaría hacer un superhéroe valenciano, un superhéroe de la terreta, porque he estado mucho en Estados Unidos y pienso que sería tan diferente un superhéroe español…

Bueno, aquí ya tenemos a Súper López, pero ese ya está cogido. Igual tienes que contentart­e con uno de Marvel.

Me gustaría, pero lo que pasa es que lo que me molaría es que fuera español para sacarle todo el jugo.

Por pedir que no quede. Y ya puestos, ¿te queda algún sueño por cumplir? Ahora mismo uno de mis objetivos es aprender a cocinar bien. Quiero empezar con mis amigos a contratar a cocineros que nos enseñen, que nos hagan cursos a los colegas.

A ver si al final el que acaba en ‘Masterchef’ eres tú.

No lo sé. No se me daría bien, pero bueno, Belén tampoco sabía cocinar mucho y lo está haciendo muy bien.

Creo que soy más deportista que actor. Mi manera de acercarme a este trabajo es bastante deportiva

Me gustaría hacer un superhéroe valenciano, de la terreta, porque he estado mucho en EE. UU. y pienso que sería tan diferente un superhéroe español…

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