La Razón (Madrid) - Lifestyle

Nata Moreno

GATO POR LIEBRE

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AúnAún a riesgo de ser una chunga voy a abrir un meloncete. Sería más fácil hablar del bolso de la temporada y no pisar berenjenal­es, pero no me dio Dios esta lengua y esta cresta para dejarlas en clausura. Septiembre es el mes de los colecciona­bles y los desastres naturales, y no sabes si te da más pena el tsunami o la colección de “minitazas” que te has comprado porque te ha parecido deliciosam­ente cuqui. Y noviembre se caracteriz­a por las castañas, los pimientos, las granadas difíciles de comer y el “hay que publicitar todo sin piedad, que viene Navidad”. Y digo esto porque en este mes parece que la creativida­d se apodera de los empresario­s y un chorro de “genialidad­es” llaman a la puerta de aquellos que tienen una imagen pública o un número elevado de seguidores. Surgen “las colaboraci­ones” y un crisol de actividade­s se despliegan; los temidos mercadillo­s solidarios en los que te ponen gorro de Santa Claus. Yincanas que siempre manchan. Comidas en la sucursal de tu banco con el director. Cajera por un día en la charcuterí­a de Juanan. Un podcast en directo en un centro comercial. Chocolatad­a por la paz pagada por una multinacio­nal que vende armas. O asistir a las carreras para que te subas al nuevo coche de moda. Y quitando todas las causas humanitari­as, a veces se cuelan causas propias que claramente benefician al creador del cotarro y hacen que el invitado se aleje de su actividad natural que le da de comer. En estas invitacion­es va implícito el “te hago un favor”. Te hago el favor de que nos hables de ti, pero tráete la guitarrita; te hago el favor de invitarte a mi tienda, pero te hincho a fotos; ponte esta crema y puedes conocer a mi prima que ha venido desde Toledo por ti, y of course, corres el riesgo de ser juzgado porque si se te ocurre decir la verdad –que no quieres ir porque tú ahí no ganas nada y quieres quedarte en casa–, un resquemor se queda en el anfitrión que te retirará la sonrisa o te colgará el cartel de: “Este quién se cree que es. Debería dedicarse a otra cosa”. Y digo yo, que lo lógico es que aquí cada uno guisemos nuestros frijoles y no pretendamo­s comer del aroma del plato de otro. No sé qué pensaría mi vecina si la invito a pasar su domingo removiendo mi cazuela mientras yo vendo raciones en la calle. Dejémonos de silogismos y hablemos claro en la invitación: “Vente por favor que necesito el tirón de tu nombre o tus redes”, que, oiga, quizá alguno pica.

Hay que publicitar todo sin piedad, que viene Navidad

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